10.000 km
Todo lo que sé de ti es sólo lo que tú me cuentas Por Edu J.Moreno
What’s, Instagram, Skype, Facebook, Twitter, webcam…palabras que inundan muchas de las frases que pronunciamos a diario. Conversaciones de nuestro tiempo, impensables hasta hace poco pero ahora habituales en nuestras relaciones interpersonales. Herramientas para comunicarse y tener información de aquellas personas que queremos o nos interesan, independientemente de la distancia que nos separe. Este es el mundo que habitamos nosotros, en el que habitan Álex y Sergio, la pareja protagonista de 10.000 km, el debut en el largometraje de Carlos Marques-Marcet. Dos jóvenes que tras siete años de relación han tomado la decisión de tener un hijo. Decisión que se verá condicionada por la oferta que recibe Álex de irse un año a Los Ángeles becada para una residencia artística. Ella decide aceptar y es entonces cuando se plantea la cuestión en torno a la que gravita toda la película: ¿Es capaz de sobrevivir una pareja a una relación a distancia durante un año? La cinta constata que, a pesar de todos los avances que nos permiten estar en contacto permanente con otras personas, mantener una relación de este tipo es, paradójicamente, más complicado ahora que en el pasado.
Marcet opta por mostrar desde un principio todo aquello que los protagonistas no tendrán una vez que ella decida mudarse. Para ello utiliza un plano secuencia de más de veinte minutos en cuyo inicio nos encontramos a la pareja practicando sexo, para después seguir sus movimientos y conversaciones a través de las diversas estancias de su piso. Un plano, que más allá de su dificultad y brillantez a la hora de ejecutarlo, muestra lo que conlleva la convivencia física entre dos personas: fluidez, interacción, cotidianidad,comunicación (verbal y no verbal) y también sexo. Y es que, aunque parezca una obviedad, la falta de sexo con la persona amada es uno de los hándicaps para que prospere una relación a distancia. Películas como la reciente Her (Spike Jonze, 2013) han intentado situarnos en una realidad futura en la que el contacto físico directo no parece indispensable para mantener una relación, aunque lo que finalmente demuestra la historia de amor entre Theodore y su nuevo sistema operativo (Samantha) es que es imposible suplir la ausencia física de la persona deseada. Dicha dificultad se plasmará en un plano fijo de Álex, al intentar tener vía webcam una relación sexual virtual con su pareja, también inicialmente excitado y dispuesto a ello. Algo hará click en ella para que veamos en su rostro que algo no funciona, que aunque ver a su pareja masturbarse a través de la pantalla de su ordenador la excita inicialmente, no es suficiente.
El director decide rodar el mencionado plano secuencia de tal manera que le permita enfocar al mismo tiempo a los dos protagonistas pese a que cada uno se encuentre en estancias diferentes. Una forma de utilizar el esqueleto arquitectónico de un hogar que ya utilizó Jaime Rosales en La Soledad (2007), para dar la misma importancia a dos acciones que acontecían en estancias separadas y a los dos personajes que las protagonizan. Enfoque que contrastará con la forma elegida para mostrar las conversaciones que Álex y Sergio mantendrán vía webcam. El realizador podría haber optado por mostrarlas visualizando únicamente la imagen real de ambos mientras conversan o utilizando la pantalla partida. Sin embargo elige la alternancia: en cada una de las conexiones mostrará la imagen real de uno de los miembros de la pareja mientras que del otro únicamente veremos su imagen a través de la pantalla del ordenador. Una opción que sirve para que el espectador se identifique más fácilmente con la problemática que supone la distancia. Dicho esquema se repetirá en cada uno de los encuentros virtuales de la pareja, excepto en aquel en el que se producirá uno de los puntos de inflexión de la historia. Muy hábilmente el realizador empieza mostrándonos a Álex y Sergio mientras charlan, alternando la imagen real del uno con la del otro para, de repente, romper dicha dinámica y mostrar únicamente la imagen de ambos a través de las pantallas del ordenador de su interlocutor. Una decisión que lejos de ser caprichosa está llena de significado.
El espectador pronto se dará cuenta que el director ha decidido mostrar casi exclusivamente los momentos que Álex y Sergio comparten en la distancia a través de sus charlas por webcam prescindiendo de todo aquello ajeno a las mismas. Quizás visualizar aquello que viven fuera y dentro de los muros de sus viviendas haría a 10.000 km. más atractiva y menos repetitiva. Pero la opción de Marcet de mantener todo aquello ajeno a las conversaciones en fuera de campo es arriesgada y lógica, ya que da a entender que en una relación a distancia lo único que realmente compartes con tu pareja son esos momentos delante del ordenador. Únicamente romperá este aislamiento del mundo externo a las conversaciones entre ambos en un par de ocasiones de la mano de Sergio, cuando éste rastrea el Facebook de su pareja y en otra escena que conviene no desvelar. Su riesgo provoca que 10.000 km. sea algo monótona, pero quizá esa sea la mejor forma de empapar al espectador de uno de los mayores lastres de una relación a distancia, la monotonía y la rutina que debe establecerse en una comunicación a distancia.
El espectador asiste a través de las charlas entre Álex y Sergio a la evolución de sus personajes y su relación. Si bien al principio Álex se muestra remisa a comenzar su nueva vida en Los Ángeles y sus conversaciones con Sergio tienen un carácter trivial, poco a poco observamos cómo es ella la que parece superar mejor la distancia integrándose en una dinámica que es mucho más atractiva que la que vive su compañero en Barcelona. Ese cambio de actitud provocará que las charlas empiecen a tener un carácter más profundo y que en él despierten los primeros recelos. Marcet consigue que el espectador perciba a través de los diálogos que mantienen las dificultades que supone este tipo de relación. Entre ellas, la diferencia horaria existente entre Barcelona y Los Ángeles (captada al saturar de luminosidad las escenas en las que aparece ella para teñir de una tenue penumbra las que acontecen en el apartamento barcelonés), las dificultades técnicas que pueden entorpecer la conexión inalámbrica y, especialmente, el diferente estado de ánimo que pueden tener los dos miembros de la pareja en el momento de entablar la conversación. “Antes no era una obligación hablar”, una frase pronunciada por Sergio que resume perfectamente todos los obstáculos de una relación basada en las conversaciones vía ordenador.
Con una película como 10.000 km. tan desprovista de artificios, la clave para que funcionara la historia era el guión y el trabajo de los actores.
Respecto al primero, obra de Marcet y Clara Roquet, el propio realizador ha confesado que ha intentado eliminar todo lo superfluo para centrarse en lo básico, la relación entre Álex y Sergio. Para ello la construcción de los dos personajes era una labor fundamental y en esta ocasión se optó por crear dos seres casi antagónicos. Mientras que Álex tiene un espíritu más artístico y la beca que recibe le sirve para despertar en ella las ganas de ver mundo que quizá se habían adormecido por su relación de pareja, Sergio se muestra más doméstico y tranquilo, con ganas de conseguir la estabilidad que, presuntamente, trae consigo el crear una familia. Quizá por ello es más fácil para el espectador empatizar con el personaje masculino, el que se queda, mientras que ella de forma inconsciente se perfila como receptora de algunas antipatías ya, simplemente, por el hecho de marcharse. Aunque muchos lo verán de otra manera, claro está…
Para encarnar a estos personajes Marcet confía en David Verdaguer, más conocido en su vertiente cómica gracias a varios programas en TV3, y en Natalia Tena, popular por encarnar al personaje de Osha en la serie Juego de tronos (Game of Thrones, David Benioff y D. B. Weiss,2011-). Ambos abandonan su zona de confort para dotar de credibilidad a unos personajes que se mueven entre situaciones cómicas y momentos que requieren de una complejidad emocional difícil de transmitir en los primeros planos que sus rostros protagonizan continuamente. Algo que logran sin aparente esfuerzo, al igual que la complicidad que demuestran en el largo plano secuencia inicial y en el epílogo que cierra el metraje. Sus interpretaciones unidas al guión consiguen de una manera sencilla y acertada describir el proceso que vive una pareja al decidir emprender una relación a distancia y los altibajos emocionales por los que atraviesan. Mérito de Marcet es también plantear dudas en ese final aparentemente abierto en el que uno se pregunta si las decisiones que se toman en el seno de una pareja son alguna vez casuales. Y es que las distancias, y más entre dos personas, no sólo se miden en kilómetros.