1048 Lunas

Entre la espera y el olvido Por Damián Bender

Cuando uno se introduce en esta cosa del cine, va dando pequeños pasos inconscientes en una progresión continua. En un inicio te llama la atención algún filme – probablemente de factura estadounidense o francesa-, te fijás qué otras obras tiene el director, puede que revises en Imdb algún título relacionado – esta es una historia bastante reciente de la cinefilia-. Del singular pasamos al plural, ya hablamos de obras y directores. Se ojea algún blog, las palabras de los críticos comienzan a llamar la atención. En algún lugar del camino, las raíces del árbol se expanden hasta llegar al punto en que mirando para atrás no tenés ni la más pálida idea de cómo acumulaste tantas cosas – películas, directores, bibliografía- relacionadas con un mismo tema; pero eso ya no importa porque tengo que escribir un texto sobre 1048 lunas (1048 lunes, 2017), primer largometraje de la directora francesa Charlotte Serrand. Sin embargo, esta introducción adquiere su sentido en el hecho de que el visionado de esta película hizo que mire para atrás, en un intento de comprender cómo es que llegué a contemplar una obra que sería inimaginable unos años antes en mi línea temporal. Por desgracia, esos primeros instantes no resistieron el paso del tiempo, pero –nuevamente- ya no importa. El presente me reclama.

El asunto con 1048 lunas es que poco y nada tiene de convencional. Todos los elementos que la conforman se mueven en un terreno que la acerca a lo experimental o al menos a una propuesta diferente dentro del cine de autor. Si hay algo que queda claro desde el primer minuto es que estamos ante una obra calculada al detalle para que cada elemento, sea de índole visual o sonoro, se acople dentro del todo que sería la película. Es decir, nos encontramos ante cine de autor, puro y duro. Quizás demasiado duro para algunos, pero ya hablaremos de esto más adelante. Ahora nos vamos a centrar en la propuesta temática y estética.

1048 Lunas

Con respecto a la temática, en twitter me refería a la obra como una “anti tragedia griega feminista” y explico por qué: Serrand parte de Les cartes d’amour de Ovidio, una colección de cartas de amor enviadas por las mujeres de personajes mitológicos a sus amantes, y destroza completamente la obra original. En sus manos estas cartas son una idea sobre la que trabajar y no una guía a la que aferrarse para no perder el rumbo. De hecho, el rumbo es algo que Serrand tiene muy claro. De las cartas originales lo que rescata principalmente es la idea de la espera. Las autoras de esas cartas pasaron años esperando a que sus amados regresaran a salvo de los percances de guerras, conflictos entre dioses y demás sucesos de índole mitológica, todas cosas que toman las vidas de los hombres y también – aunque pase desapercibido- de las mujeres. Parafraseando a Di Benedetto, ellas son víctimas de la espera. Con el objetivo de representar esa espera en la puesta en escena, la directora ubica a esas mujeres en una isla solitaria y ventosa de la que son las únicas habitantes. En ese paraje repleto de colinas y promontorios pasan sus días, llamando a sus amados en vano, pescando o simplemente contemplando el eléctrico movimiento del oleaje al mismo tiempo que el viento agita el pelo de sus cabelleras. Es una tragedia carente de épica.

Como ya pueden deducir, en la isla no hay mucho para hacer. Esa falta de actividad está retratada en la mayor parte del filme. La extensión de cada plano es una muestra cabal de ello: me arriesgaría a decir que hay menos de 40 planos en la totalidad de la película, planos fijos, inamovibles como sus personajes, estoicos. Esta combinación de poca actividad argumental y puesta en escena pausada configura una lentitud y un ritmo particulares invitando a la contemplación. O a la impaciencia, según el caso. Aquí se encuentra la mayor dificultad del filme, que su ritmo apesadumbrado puede cansar al espectador y conducirlo a dejar de prestar atención. Sin embargo, ¿cómo se puede representar la espera sin manipular y estirar el tiempo? La lentitud es necesaria para transmitir un poco de esa sensación al espectador manteniendo la coherencia temática.

1048 Lunas Serrand

Otro punto importante a señalar es el uso disruptivo del sonido. Serrand trastoca la puesta en escena al introducir sonidos contemporáneos como componentes del mundo antiguo, integrándolos para romper la rigidez del rigor histórico. De esta manera el rugido del mar se fusiona con la estática generando una masa sonora compleja en la que se advierte el carácter de ese mar como una barrera entre ellas y el resto del mundo. Las mujeres se comunican entre sí a través de radios desvencijadas de antaño, sintonizando en el dial una señal que no esté controlada por el ruido blanco. Los tropos se repiten, la comunicación a distancia se dificulta incluso dentro de la misma isla y se trastoca el tiempo histórico del relato. De buenas a primeras ya no estamos hablando de la Grecia antigua, sino de una evocación con elementos que la acercan a nuestro tiempo, a una lectura más actual. Muchas de estas construcciones sonoras constituyen abstracciones muy cercanas a géneros musicales como el Noise, Ambient o Música Electroacústica, todos ellos estilos contemporáneos y disruptivos.

Esas alteraciones nos llevan al último punto de discusión: el carácter feminista de 1048 lunas. Estamos ante una tragedia carente de épica que además es protagonizada por las mujeres de los héroes de Grecia. Nótese el término con el que las he mencionado: “las mujeres”. En todo el texto no menciono el nombre de ninguna de ellas y con mis limitados conocimientos de literatura griega a la única que conozco con certeza es a Penélope. En la película misma damos cuenta de esto, las dos primeras palabras que se pronuncian son “Aquiles” y “Demophon”, nombres propios que forman parte de la memoria colectiva de toda una porción de la historia. Al poner a las mujeres en escena Serrand muestra la otra cara de la moneda, exenta de hazañas pero cargada de un simbolismo que invita a pensar en la liberación. En menos telares y años perdidos. En replantear los roles de la historia y considerar que esas cartas de amor esconden el hartazgo detrás de la devoción.

Todos estos elementos se integran para conformar una obra metódica y cohesiva que a pesar de las virtudes puede resultar irritante o como diríamos acá, “infumable”. Difícilmente podamos encontrar un término medio para valorarla, puede ser una gema o un bodrio sin mirar nunca el abanico que se extiende en el medio de esas dos calificaciones. Claramente si escribí todo esto es porque la considero una obra muy interesante y valiosa, pero no puedo dejar de considerarla en relación a lo escrito en el primer párrafo. Si yo hubiera visto esta película seis años antes – con unos 17 añares- ¿en qué lado del espectro me encontraría? Por el lado histórico no me preocupo demasiado, con tener una idea mínima de literatura griega es posible entender a qué cosas se está haciendo referencia. La duda viene por el costado del lenguaje cinematográfico, del uso de los elementos audiovisuales para simbolizar conceptos. Ahí está lo particular de este caso: me resultó una película transparente, sencilla de interpretar y sin grandes misterios. ¿Es posible que entendiera lo mismo mi yo del pasado? Considero que sí, pero de forma más superficial, menos puntillosa. ¿Por qué? Porque el quid de la cuestión reside en el punto de vista, en no moldear la valoración a las expectativas previas. Hay que captar el núcleo –la espera, en este caso- y analizar desde ahí. Se trata de valorar la obra desde sus propios términos, adaptarse a ellos y reflexionar sobre ellos. Ahí reside el secreto para valorar no sólo a esta película, sino al cine en todas sus formas. Von voyage.

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