120 Seconds to Get Elected

Cualquier semejanza con la realidad política es pura coincidencia Por Matias Colantti

120 Seconds to Get Elected es el segundo cortometraje del director canadiense y en esta oportunidad observamos otro crudo relato de la realidad, registrado desde su caja negra, pero esta vez en una clave discursiva de lenguaje político. Como en el artículo anterior, relacionado a la “Black Box” que deambulaba por los monstruos sociales del prejuicio en los suburbios jamaiquinos a través de la mirada racista de un blanco fotógrafo en el “corazón de las tinieblas”, ahora estamos en presencia de otro fenómeno terrorífico que las criaturas de Villeneuve han engendrado en sus filmes: La política en su versión de derecha fascista. Un abordaje critico a la burguesía que también se extenderá como un virus en su siguiente realización.

Antes de adentrarme en la profundidad analítica de este corto, tengo que hacer los deberes formales y hacer un poquito de revisión histórica que describa el contexto de realización de esta nueva obra de Villeneuve. Ya es el año 2006, y el canadiense lleva en su corta carrera la producción de dos largometrajes, después de su opera prima en corto REW–FFWD (1994). En 1998 dirige 32nd Day of August on Earth (Un 32 août sur terre), el primer desafío hacia las pantallas grandes donde la estructura de su trama se teje en un accidente vial que casi se convierte en una tragedia fatal y desordena la vida de sus personajes llevándolos a situaciones límites. Este primer ensayo, que también profundiza por los interiores de las vidas conflictivas y sufridas, le vale nominaciones en círculos festivaleros de Francia y Canadá. Su talento y sus trazos de realidades duras y estremecedoras se traslada subliminalmente también a su segundo largometraje, con Maesltrom (2000) donde su relato se condensa en la vida de una mujer que siente el desmoronamiento caótico de su vida después de haber matado a un hombre en la ruta y darse a la fuga. Su película arrasa en festivales, coleccionando veintitrés premios y entre ellos un galardón del FIPRESCI en el Festival de Toronto. Con esta solidez de talento puro en desgarradoras historias narradas con un estilo europeo, pero muy independiente, es como seis años después de su última película, se lanza a la dirección del cortometraje 120 Seconds to Get Elected.
Al igual que REW–FFWD, este 120 Seconds to Get Elected absorbe la esencia del trazado documentalista que caracterizaba a la opera prima del cineasta. En esta segunda exhibición a través del formato del corto, se repiten los componentes de las estructuras narrativas del género documental, intercalado con ciertos elementos de la ficción, en una duración de dos minutos (haciendo alusión directa al título). La visión de un pueblo marcado por el estigma occidental y el conocimiento sobre las dimensiones de su cultura, se alejan de los ejes temáticos de este corto y ahora la frialdad cínica de un discurso político, es la decisión de Villeneuve para retratar otro de los tenebrosos miedos sociales de la comunidad de comienzos de siglo XXI. Las marcas de la atmosfera psicodramática a la que catalogaba a su anterior cortometraje, se repiten en colores desteñidos de blanco/negro y unas enredadas palabras de atril de candidato político.

120 Seconds to Get Elected

Es importante remarcar la selección estética del blanco/negro de este film, ya que la caja oscura de sus historias siempre se encuentran conectadas con la composición cromática de puestas en escena, colores, vestuarios y decorados que sintonizan con el clima turbio de la narración. Para agregar algunos datos complementarios, me resulta necesario decir que el Cine Negro como género que marco su esplendor cinematográfico de Hollywood en las décadas de oro del 40 y el 50, no colocaba por casualidad tonalidades más sombrías a sus escenas. Las películas del prestigioso Billy Wilder, por solo dar un ejemplo, estaban cargadas de negrura en sus imágenes porque precisamente la decadencia y las miserias del vicio norteamericano, no podían ser mejor reflejados por los colores de las sombras. En una suerte de línea hereditaria de aquellas míticas obras, el director de Incendies filma en colores blancos y negros, en tiempos contemporáneos donde la tecnología de la alta calidad, el blu ray y el 3D son las elecciones primordiales para expresar encandilantes y brillantes colores. Algunos cineastas prefieren contar historias en el antiguo color de origen, pero más cercanos a una búsqueda estética que una conexión con las temáticas. En el caso de 120 segundos para votar, la decisión del blanco y negro en el cortometraje está más vinculado al contenido que a las formas.

Durante los dos minutos de duración, la trama se desenvuelve en la observación de un candidato político que desde su atril proclama distintos conceptos vinculados a promesas de campaña, hacia un público que va reaccionando de diferentes formas a sus propuestas. En un principio, el cortometraje nos introduce a un estilo de lógica publicitaria, con la aparición de placas o zócalos periodísticos que muestran los créditos del film. La aplicación de este elemento propio de los formatos televisivos genera una sensación de similitud a un spot o propaganda que desde el principio de siglo XXI, junto a la creación de la TV ha sido una de las técnicas centrales del modernismo político y las neo-campañas que ponen como eje la imagen del candidato para influenciar directamente en el mercado electoral. En este contexto, el blanco/negro puede encontrar referencia al espacio-tiempo donde se realiza el evento y que desde mi interpretación intenta hacer una revisión intencional de las transmisiones televisivas de gobiernos totalitarios de las décadas del 40, donde unos tal Hitler y Mussolini protagonizaban grandilocuentes discursos hacia convocatorias masivas, que eran su pueblo.

Tomando esta línea hereditaria de discurso fascista, el cortometraje ofrece una importante reflexión sobre las columnas conceptuales que ha estructurado el edificio de la política de derecha y la cultura de la burguesía. Durante 120 segundos vamos a sentir dos premisas fuertemente marcadas: “Felicidad” y “Riqueza”. Estas son las claves discursivas que este candidato X utiliza como estrategias persuasivas hacia su electorado, y que de fondo ofrecen una contienda particular sobre los gobiernos que sostienen sus campañas bajo estos lineamientos muy amplios y poco efectivos. En esta grieta que se forma entre los dos conceptos de campaña, es donde Villeneuve apunta su cuchillo y comienza a desangrar los mitos populistas de la derecha totalitaria. Escuchamos desde los altoparlantes del lugar:

“Todos quieren empleos, porque con empleos todos obtienen dinero. Y una cosa segura, es que todo el mundo quiere dinero. Con dinero pueden comprar cosas que les traigan felicidad… Mas tendrás dinero, más felices serás…”

Esta es una de las primeras frases que proclama el candidato, y el ambiente generalizado reunido en una especie de plaza pública, aplaude la propuesta. He aquí una relación triangular, y casi dialéctica, entre trabajo-consumo-felicidad, que deja leer signos partidarios de extrema burguesía, donde el empleo funciona como un camino hacia la FELICIDAD-RIQUEZA , sin olvidar al consumo como la única vía que el capitalismo ha engendrado para generar lo que algún pensador revolucionario llamaría la PLUSVALIA. Desde esta perspectiva se disparan algunos aspectos interesantes para analizar, y pensar cómo las expresiones políticas de “todo el mundo quiere dinero” apuntan a un juicio absoluto hacia los mecanismos capitalistas que utilizan las campañas derechistas que prefieren glorificar el dinero por encima de la dignidad o valor humano que entrega un trabajo. Algún otro sociólogo destacado de la historia mundial, sabrá diferenciar estas concepciones entre capital material y capital simbólico.

Y no olvidemos la FELICIDAD, como otra de las máximas utopías y metas políticas que un Estado se propone y que va a ser un eje central en el abordaje temático, sobre todo porque el director sabe expresar muy poco esta idea en sus películas. El cine de Villeneuve, como ya decía en el anterior artículo, caracterizado por una presencia sombría y pesimista, va ir oscureciendo esas “luces de la felicidad” a lo largo de su carrera y resulta muy oportuno analizar cómo trata esta temática a través de una paradoja casi real. El ideal feliz de las sociedades utópicas de la literatura de Huxley y Orwell aparecen en este film de Villeneuve como una imitación transmutada, porque aquí esa “felicidad manipulada y controlada” que las novelas universales expresan, se aparece con otros detalles más alineados a este tiempo actual: El desarrollo del concepto feliz se instala a través de los pilares burgueses del dinero y el consumo, que a pesar de no ser el “soma” de Huxley o el “Gran Hermano” de Orwell, si son otros dispositivos de control a los que las sociedades se encuentran condenadas, desde que se derribó el muro en los 90.

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“La pobreza será ilegal. Todos los pobres serán enviados a campos de trabajo. Para que se vuelvan ricos, pero no demasiado, porque sin pobres ¿Quién será rico?”

En esta segunda línea discursiva que sigue manteniendo esa ese espíritu crítico hacia la burguesía, podemos tener en cuenta otro de los puntos revisionistas de los gobiernos totalitarios. No es difícil deducir los sentidos de “campos de trabajo”, y recordar como el Nazismo fundó entre sus bases el ideal de la “purificación de la raza” en donde debía exterminarse sistemáticamente a aquellos que contaminaban la convivencia de la sangre aria en el mundo. Aquí no son los judíos, ni los negros, pero si son los pobres que el sistema ha marginado, las víctimas de una campaña política que pretende “hacerlos ricos” pero manteniéndolos como un mal necesario para el equilibrio de las riquezas a las que la teoría liberal siempre ha defendido. Esta traducción moderna de las maniobras del nazismo que propone el director, sigue profundizando en las miserias e hipocresías de los Estados que quedan cada vez más vacíos en políticas de pobreza, solo acuden a este tipo de discursos para conseguir votos y no a acciones concretas para su erradicación real.

Por último, quería destacar la observación de una idea conceptual fuerte del discurso político y que tiene que ver con el foco de Villeneuve en la práctica militar. En los segundos culmines, el candidato proclama el llamado a las Fuerzas Armadas como mecanismo de subordinación de la sociedad civil a sus servicios en pos de la “protección ante las amenazas”. En este aspecto, Villeneuve cierra las críticas y traducciones de los totalitarismos a tiempos donde parece no haberse borrado la genética del fascismo, añadiendo que el Ejército se convierte nuevamente en las excusas estatales de la “defensa comunitaria”, cuando en realidad funcionan como el principal poder represivo y controlador de los gobiernos ante la aparición cualquier “virus” revolucionario. Cualquier semejanza con alguna dictadura latinoamericana de los 70 en adelante, es pura coincidencia ¿No?

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