20 años del Festival de Sitges
Por Manu Argüelles - Jose M. Rodríguez
En esta edición del Festival de Sitges se cumplen 20 años desde la primera vez que acudí al certamen. Ante tal efeméride, publicamos una conversación informal y sin cierre con el que ha sido mi compañero de viaje durante todos estos años: Jose M. Rodríguez, editor de Tyrannosaurus Books junto con Marc Gras y Nae Esteban. Informal porque se trata de una impresión subjetiva que alude a una experiencia estrictamente personal. Sin cierre porque nuestra vivencia no ha concluido y esperamos que siga por mucho tiempo.
Manu – En esta edición se cumplen 20 años desde la primera vez que pisamos el Festival de Sitges: 1993-2013. Concretamente la primera película que vimos fue Kalifornia (1993) y yo no sé si fue primero el huevo o la gallina, es decir, quizás podríamos empezar por el motivo que nos empujó a pisar por primera vez Sitges.
Jose – Eso es lo que estaba pensando, ¿qué fue la chispa?
M. – Lógicamente a nosotros ya nos gustaba el fantástico desde que éramos críos.
J. – Sí
M.- Es decir, el cine de terror nos ha gustado desde siempre. Yo, por ejemplo, me acuerdo de Thriller de Michael Jackson que a mí me daba mucho miedo.
J.- Ese fue un gran trauma.
M.- Luego Michael Jackson me ha seguido dando miedo por otros motivos, pero yo recuerdo el video clip de Thriller como un gran momento de pánico.
J.- Tendríamos 6 o 7 años.
M.- Sí, quién lo iba a decir, pero a lo mejor el culpable de que me guste tanto el cine de terror es Michael Jackson. Si tuviese que buscar una génesis tendría que buscarlo ahí.
J.- Ja, ja, ja. Puede ser.
Thriller
M.- Con esta conversación informal yo creo que corremos dos peligros.
J.- El delirium tremens
M.- Eso va implícito siempre que nos juntamos, con lo cual, ya lo tenemos asumido. Pero, en serio, uno, que se vea como un ejercicio onanista. Y el otro peligro es que parezcamos una especie de fósil.
J. – Respecto a lo primero, creo que puede ser interesante como un ejemplo de experiencia, personal y subjetiva, pero que puede ser útil para reflejar un recorrido por los 20 años del festival. Y respecto a lo segundo, es curioso porque a nosotros en aquel entonces la gente que escribía más mayor no los veíamos como carrozas, los admirábamos. A mí lo que sí que me toca la fibra un poco ahora es cuando la gente más joven hablan de clásicos del cine de terror y aluden a Scream (1996). Pero no me importa mucho que se me vea así. Más que carrozones, me veo como experimentado, con un bagaje en el festival.
M.- Para nosotros, Sitges estaba lejísimos. Era como si ahora nos fuésemos a la Comic-Con de San Diego. Y yo recuerdo las mil y unas operaciones que tenías que hacer porque sólo se podían sacar las entradas anticipadas si tenías cuenta en Caixa Catalunya.
J.- Sí, le pedíamos a mi tío que nos sacase las entradas. Y realmente, de Kalifornia (1993), Amor a quemarropa (True Romance, 1993) y Body Melt (1993), que fueron las que vimos el primer año, no sabíamos absolutamente nada de ellas.
M.- Sí, y sin darnos cuenta, vivimos entero el boom Tarantino.
J.- Y ya en aquel año llegamos con lluvia. Siempre lo recuerdo lloviendo.
M.- Sí, era raro el año que no lloviese. Los primeros cines que pisamos fueron el Prado y el Retiro. Y yo después me negaba a ir al Auditori. Tenía muchas reticencias. Compraba entradas y buscaba siempre las proyecciones de los otros cines. Yo en eso era más extremo que tú.
J.- Sí, porque para nosotros era como el auténtico circuito del festival, por decirlo de alguna manera. Porque en aquel entonces todas las tiendas se decoraban y había ambiente de festival en el pueblo. Queríamos el festival dentro, no irnos tan lejos.
M.- Y el Brigatoon, que entonces se llamaba así el Brigadoon. Y el Anima’t a la fresca, estaba en medio de la calle, al aire libre. De aquí radica mi primer contacto con la animación menos convencional, más underground y experimental. Este fue el primer año de Seven Chances y de Premiere que se convirtió en Panorama. Y ya desde aquellos dos sábados dijimos “éste es nuestro sitio”, aunque con el tiempo hemos tenido una evolución diferente.
J.- Pasando por un proceso más o menos traumático. Porque éste fue el año de transición entre la época que había consolidado Juan Luis Goas y lo que vino después con Àlex Gorina.
M.- Yo del Goas tengo un gratísimo recuerdo porque le debemos Noche de lobos. Allí vimos las primeras películas de Cronenberg. Y si yo amo a Cronenberg es gracias a él.
J.- Este señor es capital en el tema del fantástico. Está clarísimo. Este ya fue el primer año en el que el festival se estaba diversificando a lo que no era estrictamente fantástico como se entendía entonces.
M.- Lo que pasa es que en esa edición no nos enterábamos de esa dirección. Íbamos con los ojos deslumbrados. Y así cotinuábamos en la inopia, porque en el año 94 fue el ciclo de la Troma que disfrutamos muchísimo, ya que solo veíamos largometrajes de la retrospectiva.
J.- Íbamos muy perdidos y éramos muy críos. No sabíamos nada. Porque si revisas el global de la programación de ese año, ¿qué veíamos? Como no teníamos dinero y para nosotros las entradas eran muy caras veíamos una o dos y ya estábamos más que contentos. Y de la misma manera que ahora deglutimos en plan compulsivo, el festival ha crecido en proporción siendo todo un mastodonte inabarcable. Cuando nosotros veíamos ciertos largometrajes, como no se podían ver en otro sitio, ya eran toda una experiencia. Ahora, la gente ve cuatro buenas y una mala en un día y sólo se acuerdan de la que ha sido un fiasco sin reparar en todo lo de calidad que ha visto.
M.- Por eso veíamos mucho Brigatoon, en versión original y sin subtítulos. Siempre estábamos en los márgenes sin darnos cuenta, sin vocación expresa o sin intención autoconsciente. No fue premeditado y hoy seguimos igual, en realidad. E ignorábamos las películas destacadas en el diario como Souvenir (1994), Solo tú (Only you, 1994) o polladas de estas. Por eso siempre me queda la duda si el festival ha influido en mi trayectoria cinéfila. Es decir, la evolución que yo haya podido tener ¿es producto de nuestras visitas al festival y la programación que ellos nos ofrecían o la he ido moldeando yo paralelamente?
J.- No lo sé. Para mí si es muy importante el festival. Teníamos todo el tiempo del mundo. Íbamos a disfrutar, no teníamos ninguna obligación.
M.- Es decir, los inputs que recibíamos a nivel cinéfilo eran mínimos. En nuestro caso se sustentaban en dos cosas: la revista Fantastic Magazine y Sitges. Y, bueno, también Fotogramas. Creo que fue la primera la que nos llevó al festival. El año anterior con Reservoir Dogs y todo lo que leímos fue lo que nos animó a lanzarnos a algo que era toda una aventura para nosotros. O sea, que quizás sea Tarantino el responsable de que llevemos 20 años de festival.
J.- En mi caso, también, en el 94 o 95, cuando entré en la universidad de Historia, ahí sí que entré en contacto con el cine viéndolo de otra manera al margen de la lúdica, cuando empiezas a complementar otra mirada.
M. – Como cuando yo entré en el seminario de cine de mi universidad. De esa época descubro Hitchcock y Woody Allen. Allí es donde empecé a construir la cinefilia más académica. El cine como estudio. En realidad era más que un mero entretenimiento aunque no fuéramos conscientes de ello.
J.- Labrábamos nuestra cinefilia sin darnos cuenta. No sabíamos ni que existía la filmoteca.
Reservoir Dogs
M.- Lo que quiero comentar de los primeros años de Sitges era esa vivencia inocente, cuando ni siquiera habíamos forjado una cinefilia, que empezábamos a construirla gracias a la universidad. Después entró el período breve de Àlex Gorina que en aquel entonces fue muy dañino. Con todos los respetos hacia Gorina, porque pasados los años lo ves con otra perspectiva, pero no hay que negar que casi nos arruina algo que para nosotros era fundamental.
J. – Casi nos quita las ganas de ir.
M.- Yo dejé de ir. Porque yo siempre con mis determinaciones radicales y mis arrebatos explosivos estaba muy indignado y enfadado con la dirección que estaba tomando el festival con la que yo no me identificaba.
J.- Yo no dejé de ir porque ya me empecé a acreditar con Cinema Rescat en el 96. Luego ya empecé a trabajar en la filmoteca y eso hizo que me mantuviese, aunque fue un período bastante triste. Se intentó institucionalizar el festival desde la Generalitat y se quiso hacer otro tipo de festival que no era el fantástico, porque el Festival de Barcelona fracasó y recuerdo que el patronato decía: “Vienen los de Barcelona a llevarse el festival”
M. – Recuerdo esa rumorología.
J. – Es que era muy obvio en realidad que estaba pasando eso. Es cuando proyectaban producciones catalanas que no tenían nada que ver con el fantástico. La programación se resintió muchísimo porque la producción catalana era ínfima y dado que era lo que querían potenciar acabaron ofreciendo films de muy baja calidad.
M. – La de Coixet, por ejemplo, A los que aman (1998), y nos preguntábamos: ¿qué coño está pasando aquí? Yo con el tiempo le he quitado de encima la demonización que le apliqué en su día al señor Gorina, porque para mí era el enemigo público nº 1, aunque hoy en día me merece mucho respeto su figura como crítico.
J. – Sí, yo también. El alega que fue una estrategia para que la Generalitat apoyase al festival pero se volvió en su contra porque impusieron una serie de imposiciones que perjudicaron al rendimiento del festival y fue muy mal interpretada por los fans del fantástico.
M. – Sí, yo.
J. – Está claro que el público se resintió y hasta que no entró Ángel Sala, el festival no recuperó su ritmo.
M. – Se suele decir que gracias a Ángel Sala el cine asiático penetra en la programación de Sitges y consigue un impulso fundamental para que este cine entre en España, aunque hay que mencionar que anteriormente ya existía una preferencia por programar cine asiático.
J. – Sí, habían pinitos, pero era algo anecdótico. En cambio, Ángel Sala creó una sección y le dio cuerpo a algo que ya estaba apuntado. Yo creo que lo que hizo él y su equipo fue darle el paso definitivo para posicionar a Sitges en un ámbito internacional como uno de los principales festivales especializados del mundo – yo opino que es el primero, me da igual lo que digan- y lo profesionalizó a todos los niveles y le dio una entidad y una coherencia a la programación. Amplió el fantástico como término, lo volvió más laxo. Han abierto el cine fantástico a otra concepción más amplia de la del purista. Que eso también es muy criticado. Supongo que eso con el tiempo se ha ido depurando.
M.- Carlos Pumares dice que es el más importante del mundo. Porque hay dos cosas que no han cambiado desde el 93. Siempre me acuerdo de Pumares y de Jaume Figueras. Sí, nosotros éramos muy puristas. Pero a la vez que se ha ido flexibilizando el festival nosotros también lo hemos hecho. Por eso no sé si ha sido un proceso paralelo o esa apertura a la hora de concebir el fantástico se debe a la dirección que ha adoptado el festival y que yo he interiorizado en consecuencia. Yo recuerdo hace unos años que escribí un texto muy entusiasta sobre Planet Terror (2007) porque me recordaba a las esencias cuando pisábamos Sitges en los primeros años, ese carácter pulp, desprejuiciado… Porque hay una cosa que siempre digo.
Para mí el cine fantástico es mi útero materno y de ahí me expando hacia todos los territorios que quieras. Pero yo nunca me olvido de cuál es mi punto de partida y el festival de Sitges también forma parte de esa zona cero, de ese lugar de arranque.
J.- Pero muy acotado respecto a lo que debíamos ver. Por eso la era Gorina nos hizo mucho daño. Porque estábamos en una época integrista. Yo sí que creo que Sitges nos ha ayudado mucho a entender el cine fantástico desde una manera más abierta, porque es el festival al que más años hemos ido. Luego hemos ido a muchos otros de todo tipo pero ya llevábamos muchos años de Sitges a las espaldas.
Y el festival de Sitges cumple una función, unos de manera consciente y otros de forma inconsciente, que es la de formar.
Accedes a una producción a la que no estás habituado, te va alimentando y te va abriendo las perspectivas de toda una serie de conceptos, a nivel narrativo, estilístico, etc. Al final te forman. Incluso, muchas veces digo que estoy en crisis con el género porque el que es evidentemente de género es el que me suele resultar menos atractivo frente al que menos cumple los códigos prototípicos y los clichés establecidos. Por eso mi crisis está relacionada con el cine codificado. Yo estoy seguro que eso me ha pasado con el festival. Y, claro, yo nunca hubiese entrado a lo que me dedico y me hubiese introducido en el ámbito de la distribución si no hubiese sido por Sitges. Y mira, ahora somos representantes de Troma en España, quién me lo iba a decir a mí en el 94.
M.- Claro, ya sabes que aquí en esta crisis no entro y quizás, por esa cabezonería mía de seguir alimentando la llama de cuando el cine era pura ilusión, soy un firme valedor del cine codificado. En mi caso, la deuda que yo sí tengo clara con Sitges es mi entrada en el cine asiático. Es aquí donde vi el primer cine de estas cinematografías y donde he gestado una afición por el cine japonés y coreano. Porque si bien nos ha formado, también hemos adquirido los vicios del festival. Porque si ahora proyectan más de 200 películas bajo una infraestructura con insuficientes salas que puedan acoger tal volumen y, por tanto, forzado a entrar en unos horarios imposibles, ahora nosotros vivimos el evento de forma bulímica. Quizás por eso, para resarcirme o purgarme, por decirlo de alguna manera, me suele gustar acabar siempre la jornada en el Prado, lugar habitual de Noves Visions, a última hora de la noche, solo y caminar por allí en la noche desierta, como una forma de conectar conmigo mismo. Como si fuese un proceso introspectivo que inconscientemente me está transportado a aquella época en la que no salíamos de nuestro coto cerrado de Prado-Retiro-Brigadoon. En realidad, estamos siempre tratando de repetir aquellas emociones de nuestra inocencia. Porque la pasión ahora la construimos, antes era espontánea.
J.- Sí, porque buscamos encontrar esos momentos que te lleven a esa otra manera de ver el cine. Porque tienes la necesidad de disfrutar el cine como una experiencia contigo mismo. Sitges también ha perdido la experiencia compartida y el cultivo del gamberrismo, que sigue en el Retiro y en el Prado pero muy light.
Solo contra todos
M.- No sé, yo he llegado a una postura de desencantamiento y sólo veo dogmas por todos lados. Se habla de nueva cinefilia y yo sin embargo no veo más que trincheras, las de siempre, que allá donde vas siempre estás desplazado. Y quizás por eso, al final del día necesito un momento de reclusión, de aislamiento dentro del ritmo del festival.
J.- Porque se gastan muchas energías en aparentar y esa necesidad autoconsciente de pertenecer a una élite determinada. Esas actitudes siguen estando encima de la mesa. Cuando te vas a hablar con un sector determinado y tú vas con tu ilusión de haber visto un film cutre salchichero de serie z, o, al revés, te vas con el fandom más integrista para compartir una película rompedora, enseguida te van a colocar una etiqueta. Pero al margen de todo esto, nosotros hemos vivido cosas míticas como el pase a la 1:00 de la madrugada de Cabeza Borradora (Eraserhead, 1977), colgados de las barandillas, en una posición imposible, en el Retiro, en un cine incomodísimo como él solo.
M.- O Solo contra todos (Seul contre tous, 1998), que en mi vida he sufrido tanto viendo una película, mientras tú estabas absorbido. Y fíjate que ya en aquella época, aunque el film me parecía una auténtica tortura china era incapaz de irme de la sala.
J.- Anécdotas hemos vivido muchas, las que más cariño, las claramente grindhouse.
M.- Por eso el año pasado para Miradas de cine recordé el pase de Psycho Beach Party (2000) a la 1 de la madrugada, la proyectaron con los rollos desordenados y los subtítulos desincronizados, todo un caos que se convirtió en un auténtico jolgorio…siempre los mejores momentos los he vivido en el Retiro y en el Prado.
J.- Esa fue la experiencia más grindhouse que hemos vivido en el sentido estricto de la palabra. También hemos visto copias magenta, por ejemplo. Un año vi un Alien. Y el señor Pumares estaba en la sesión y salió gritando: ¡¡¡Pero si esta película es rosa!!!!
Lo que es paradójico es que nos tocó vivir la peor época pero la vivimos con el mayor entusiasmo y energía y ahora que está en su mejor época lo vemos con mayor negatividad.
M.- Pero yo siempre el primer día de cada año lo vivo espídico.
J.- Sí, yo también. Pero ahora dentro del gran magma que existe y del consumo que hacemos, impera el espíritu crítico y acaba pesando la negatividad. No sé por qué. Quizás por el entorno que incide mucho y sin querer nos contagiamos. Y no es justo, porque si en una edición ya ves 10 películas buenas, cuenta cuántas buenas puedes ver en un año y ves que la proporción es muy alta.
M.- Hay que construir puentes y acabar con los dogmas.
J.- Y de hecho, la gente no está por la labor de construir nada. Y eso que desde que está Ángel Sala y su equipo vivimos la época dorada del festival.
M.- Y con eso no se trata de negar que tiene defectos porque es muy discutible la forma de programar algunas películas en la parrilla.