4:44 Last day on earth y Photographic memory

Por Déborah García

El tiempo es la sustancia de que estoy hecho.

El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río;

es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre;

es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego.

El mundo, desgraciadamente, es real;

yo, desgraciadamente, soy Alpha 60Alphaville, Jean-Luc Godard, 1965

Yo solo quería que se callara. Estaba llegando el final, las 4:44, y ella no dejaba de hablar. No dejaba de decir que eran ángeles, y que esa luz era su amor, su amor y el de toda la gente. Cuerpo sobre cuerpo, en el suelo de su apartamento, sobre un círculo que los abraza como hasta ahora les abrazaba la vida. La luz, esa aterradora luz, les cegaba a ellos igual que a nosotros, sentados en nuestras butacas. Y sin embargo, qué absurdas llegan a parecer algunas cosas cuando el final se impone a todo. Abel Ferrara ha decidido filmar en 4:44 Last day on earth el fin del mundo, o más que el fin del mundo, la repercusión de esta certeza sobre una pareja. ¿Cómo plantearías tú las últimas horas de tu vida si el mundo fuera a acabar? ¿Qué pasaría con la moral, la cultura, la familia o la pareja? ¿Seguirían funcionando como constrictoras de esa fuerza irracional del ser humano? Sinceramente soy de esas personas que viven un pequeño apocalipsis cada día. El fin de todo, y el comienzo de todo, es algo que sucede en mi vida continuamente. He aceptado que soy un cadáver, y sinceramente pocas veces, muy pocas, he sido capaz de dejarme llevar. Quizá sea de Perogrullo, pero Ferrara intenta aproximarse a la manera en la que estamos conectados, no solo con nuestro entorno más inmediato (las fronteras aquí se muestran más que nunca), sino con nuestro interior, y con esa masa informe, inasible, irreconocible, quizá solo definible por contrarios, fuera-dentro, llamada mundo. Religión, amor, arte, drogas… Me asusta comprobar que he sentido la necesidad de estar sola en el final del mundo.

Estamos totalmente solos. Somos únicos, terriblemente únicos. Y esto es tan terrible.

last day on earth

4:44 Last day on earth

Acostumbrados a puestas en escena grandilocuentes y finales del mundo espectaculares, la de Abel Ferrara es una propuesta a pequeña escala. Sorprende que no existan prácticamente escenas desesperadas o gente chillando, gente como decía Unamuno en su Del sentimiento trágico de la vida clamando al cielo. ¿Por qué no gritan? ¿Por qué no entran en shock? No sorprende, cuando lo piensas en profundidad, que algunas personas continúen con su vida de una manera totalmente rutinaria, entregando comida a domicilio, pintando un cuadro, escribiendo en un diario que hoy es el fin del mundo, cantando en un bar de karaoke, suicidándose. La cámara de Ferrara va rehuir las panorámicas de la ciudad y el ritmo vertiginoso. Desde el principio de 4:44 Last day on earth comprobamos que vamos a asistir a un apocalipsis intimista. Eso se traduce desde esas imágenes del principio, cuando la cámara se recrea en dos cuerpos que follan. Vemos muy de cerca las manos que se acarician y juegan con el sexo del otro, podemos escuchar en primer plano el roce de los dedos con el pelo, y a lo lejos el ruido de la ciudad, y desde la tecnología que inunda el apartamento, el sonido del mundo. Irónicamente, o quizá sería más apropiado decir obviamente, la cámara acaba regocijándose en el ombligo de la mujer, principio y final. Ese ombligo nos engancha al destino de lo inevitable, a la tragedia. La imagen del ombligo es probablemente la imagen más aterradora, ese socavón hundido de la piel que anuncia ya un final. La película avanza, se va desarrollando, va llegando a su propio final y yo me retuerzo sobre el asiento, impotente, pensando que la imagen más desesperada de la que voy a ser testigo es la del beso al Mac. La imagen de ese joven vietnamita despidiéndose por skype de su familia, la manera reverenciosa de bajar la pantalla y besar el ordenador. La ciudad y el mundo son ese más allá que transcurre por varias pantallas del apartamento de los protagonistas. “Tú creas el mundo”, dice un monje budista que aparece en una de esas pantallas, y Abel Ferrara parece creer en ello, porque el exterior es apenas un rumor, un murmullo, apenas existe el final del mundo en la calle. El mundo es inasible.

Y que el mundo es inasible y la realidad también se confirma en la segunda película del día, Photographic memory de Ross McElwee. El director pretende comprender mejor a su hijo adolescente buceando en su propio pasado, en un camino que marcan las fotos y los escritos de cuando él tenía su edad. Todo esto le lleva de vuelta a Francia, a la ciudad en la que pasó un tiempo como ayudante de un fotógrafo, y donde conoció a Maud, una mujer con la que tuvo un romance, a la que recuerda haber amado y después abandonado. Su búsqueda incansable en las calles y los lugares de entonces desembocan en una reflexión acerca de lo que la imagen y su formato pueden aportar sobre el entonces.

Photographic memory

Las fotografías, algunas horadadas por el tiempo, otras por los propios recuerdos, demuestran su incapacidad para concentrar todo el pasado. La verdadera poética de la película no surge de volverse hacia atrás, surge de la tensión que se produce entre lo vivido y lo recordado, cuando se enfrenta la memoria subjetiva que se cree compartida por todos, con la de los protagonistas de entonces. Una poética llena de amargura. Una belleza no exenta de violencia y de desasosiego. Un desasosiego que va haciéndose más y más evidente cuando finalmente el director Ross McElwee encuentra a Maud, y comprueba que lo que él recordaba no era en absoluto lo que esa mujer ahora envejecida y enferma recuerda de entonces. Aquí aparece esa tensión, esa violenta constatación de que lo que fue, lo que recordamos, lo que compartimos incluso, y lo que la cámara fotográfica enseña, es un arañazo que le hacemos al tiempo.

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