52 martes
Cambios físicos, cambios emocionales Por Edu J.Moreno
La mayoría de la gente que conocemos, nosotros mismos sin ir más lejos, hemos caído en la tiranía de la imagen, de la predominancia de lo visual sobre el resto de sentidos, incluso por encima de la vida real. Y es por ello que grabamos videos que subimos al YouTube, nos hacemos selfies (con palo o sin él), que compartimos en Facebook, Instagram, o cualquier aplicación que usemos para interrelacionarnos con el resto de la humanidad, fotografiamos nuestros viajes, bodas, cenas con amigos, celebraciones varias…Aunque en muchas ocasiones lo que captamos son momentos sin importancia alguna, simples instantes de un día a día que parece que no vivimos si no lo testimoniamos a través de imágenes que los demás puedan ver, comentar, valorar, etc…Por lo que, si lo que captamos con nuestras cámaras, móviles y dispositivos varios suele ser intrascendente, ¿qué no haríamos si en un año nuestra vida cambiara tanto que nos costara reconocernos a nosotros mismos una vez transcurrido ese lapso de tiempo? De cambios, tanto físicos como emocionales, y de cómo sus protagonistas eligen vivirlos y compartirlos con su círculo más cercano, trata 52 martes, la nueva película de la directora Sophie Hyde y una de las escasas propuestas de esta edición del Atlántida Film Festival que ya se ha podido ver en algunos cines españoles.
La historia se centra en los cambios que se producen en la relación entre una adolescente de 16 años y su madre, una vez que ésta decide comunicarle que se va a someter a un proceso de reasignación de sexo para convertirse en hombre y que necesita que se vaya a vivir con su padre para hacerle más sencillo todo el cambio. La directora opta por mostrar la evolución de ambos personajes a través de sus encuentros semanales que, como pactaran ambas al principio, tendrán lugar cada martes. A diferencia de otras cintas como Boyhood (Momentos de una vida) (Boyhood, Estados Unidos, 2014, Richard Linklater) o One day (siempre el mismo día) (One day, Estados Unidos, 2011, Lone Scherfig) que han intentado captar el paso del tiempo, en ambos casos de más de una década, haciendo incursiones episódicas en las vidas de sus protagonistas, en 52 martes el lapso temporal abarcado es mucho más breve. Además, mientras que en las películas mencionadas la historia se estructuraba siguiendo fielmente los episodios que sucedían anualmente, teniendo cada uno de ellos una duración y un peso narrativo similar, la cronología semanal que propone Hyde para seguir las experiencias vitales de sus dos protagonistas respira una mayor libertad formal y narrativa.
Todos los capítulos, numerados cardinalmente, vienen precedidos por imágenes que recogen desde hechos noticiosos que ocurrieron en ese día en concreto hasta fenómenos globales relacionados con la naturaleza o la meteorología de nuestro Planeta. Dichos insertos parecen tener la intención de dejar constancia de la continua mutación que sufre todo aquello que nos rodea y querer concienciar, tanto al espectador como a la joven protagonista de la historia, de que los problemas de cada uno, por muy graves que parezcan, no dejan de ser insignificantes o al menos no tan trascendentales, ya no sólo a nivel universal, sino también en el contexto social en el que cada de uno de nosotros se desarrolle. Una lección que, como a muchos de nosotros, también le cuesta aprender a la joven Billie. Pero al margen de los citados preámbulos, la manera de plasmar cada encuentro no es homogénea, ya que mientras algunos se resuelven con varias escenas que narran el devenir de la tarde que pasan juntas madre e hija, en otros basta con un simple instante o con una voz en off de alguna de las protagonistas que plasma que la vida transcurre para ambas exista o no la cita previamente pactada. Porque es dicha libertad formal y estilística la que le sirve a la directora para reflejar los vaivenes de una relación que el espectador puede adivinar que era más que buena antes del anuncio y la petición con los que se abre la película, pero que se deteriora con el paso de las semanas debido a que posiblemente dichos encuentros no sean suficientes para superar un momento más que complicado en la vida de ambas.
Otra de las diferencias con las propuestas de Linklater y Scherfig, es que en 52 martes no solamente conocemos la evolución de sus protagonistas a través de lo acontecido durante esos encuentros ya que ambas, a su manera, deciden plasmar sus cambios con la ayuda de una videocámara. Mientras que el objetivo de James es captar las modificaciones que sufre su cuerpo durante el proceso al que se está sometiendo para podérselas enseñar a su hija, Billie se pondrá detrás y delante de la cámara con un doble propósito. Tras ella su misión será diseccionar a dos compañeros, chico y chica, que conoce en la escuela y con los que iniciará una relación triangular en la que el despertar sexual tendrá gran peso específico grabando escenas pornográficas que, no olvidemos, están protagonizadas por menores. Billie adoptará la posición de un voyeur ya que exigirá que sus nuevos amigos se desnuden emocionalmente mientras ella opta por una posición pasiva y mantiene toda la problemática surgida a raíz de la operación de su madre al margen de los encuentros que mantienen los tres. Unas grabaciones y una posición que le pasarán factura y que la obligarán a ponerse delante de la cámara para expresar todo aquello que no se atreve a decir cara a cara a las personas que le importan. Aunque dichos monólogos parecen haber sido grabados hacia el final de la historia, se irán insertando de manera retrospectiva desde el inicio de la película, algo que le sirve a la directora tanto para dar pistas de lo que sucederá en un futuro como para dotar a la película de cierto desorden y confusión, como si la cinta se contagiara del estado mental por el que atraviesa su joven protagonista.
Y es que aunque la película muestra con acierto toda la problemática que conlleva a nivel físico y emocional el proceso de reasignación de sexo, la verdadera protagonista de la cinta es Billie, una joven que intentará pese a la distancia impuesta por su madre, comprender todos los cambios por los que está atravesando, masculinizando incluso su aspecto y teniendo escarceos sexuales con su amiga, no sabemos si por simple experimentación o si también por intentar ponerse en la piel de su, hasta entonces, adorada progenitora. El tramo final de la película viene a demostrar que los problemas entre Billie y James son los normales de cualquier relación entre un padre o una madre y su hijo adolescente, una época en la que el control de los progenitores suele poner barreras y frenos a los deseos de libertad de los más jóvenes, algo que suele derivar en mentiras, desconfianza y falta de comunicación. La propuesta de la directora australiana combina con acierto ambos procesos de cambio y cuenta con la complicidad de dos actrices que, más allá de las evidentes transformaciones físicas que padecen, saben transmitir tanto en los momentos que comparten como en aquellos que están solas frente a cámara las inquietudes que atraviesan durante las 52 semanas a las que hace referencia el título. En definitiva se trata de una película valiente, entretenida, que trata un tema no habitual sin caer en la extravagancia o el dramatismo y que, al menos a mí, me ha permitido reflexionar sobre algo ya apuntado al principio de mi crítica: que en la vida nos irá mejor cuantos menos filtros pongamos en la comunicación con aquellos que nos importan, sean padres, parejas, amigos o, lo más importante, con nosotros mismos.