A Árvore

La soportabilidad de una cadencia Por Paula López Montero

“En verdad somos como troncos de árboles en la nieve. En apariencia sólo apoyados en la superficie, y factibles de ser desplazados con un pequeño empujón. No, es imposible, estamos firmemente unidos a la tierra. Pero cuidado, también esto es pura apariencia.” . Los árboles, Franz Kafka

En casa de mis abuelos siempre ha habido uno de esos grandes relojes de péndulo que no sólo dan la hora cada cuarto, sino que inciden con su penetrante y acompasado tic tac en cada segundo. Este reloj de pared siempre me ha despertado mucha curiosidad y cercanía, casi como un reducto de mi infancia y del espacio que habitaban mis abuelos. En realidad, me parece el elemento más metafórico de la época que vivieron ellos y en la que, en sus albores, nací: el siglo XX. A decir verdad, mi relación con este reloj ha cambiado considerablemente, de pequeña me hacía ilusión que por la mañana mi abuela me dejara deslizar suavemente el péndulo principal para arrancarlo, de adolescente pasó desapercibido ante mis ojos, simplemente era un elemento decorativo más de las muchas antigüedades de la casa. Nos acompañó todos los treinta y uno de diciembre hasta que mi abuelo falleció y dejamos de celebrar la Navidad en casa de ahora, mi abuela. Y ahora que ando en la veintena, miro a ese reloj de pared con cierta incertidumbre, mi tiempo ya no es su tiempo, parece excesivo tener que marcar cada segundo, cada cuarto de hora con unas campanadas que suenan hasta en los confines del frío mármol que se encuentra tras la puerta del recibidor. Yo sigo contemplando aquel reloj cada vez que voy a casa de mis abuelos, es el centro del salón a pesar de que se encuentre en una esquina, mi abuela lo mira con cotidianeidad, le da calor y compañía. Yo lo miro con nostalgia y desajuste. Quiero seguir su tiempo, que no me disturbe, mimetizarme con aquella cadencia de infancia y certidumbre.

The Tree (1)

Hay un reloj y una temporalidad en A Árvore (2018) de André Gil Mata que ha tocado de lleno con aquella escena. El segundo largometraje del director portugués después de Como Me Apaixonei por Eva Ras (2016), A Árvore representa ese ejercicio de poética y de temporalidad al que venía encaminado y que con esta obra consigue consolidar. Nace del relato breve de Kafka, quizá uno de los más bellos, porque detrás de esa monstruosidad, de ese sinsentido que es la estructura social al que nos tenía acostumbrados con sus novelas, existe en el escritor una terrible conciencia de la belleza de las cosas, de su fugacidad, de su dualismo. El primer fotograma que vemos es el de un anochecer de un pueblo nevado, en el que la nieve absorbe las partículas de sonido y solo queda el silencio, su calma, su duermevela. Con una mano firme, pausada, el realizador va deslizando la cámara hacia atrás, delicadamente, sin prisa, hasta que poco a poco descubrimos una ventana, unas manos de un niño pintando sobre el vaho el contorno de las casas de aquel paisaje. Había belleza en él. El travelling hacia atrás continúa, nos deja escuchar el sonido del agua en ebullición de un cazo, nos deja ver la disposición del pobre mobiliario, donde una cama, una mesa con sillas y una cocina ofrecen toda su utilidad -una disposición y plano, por cierto, muy Béla Tarr en El caballo de Turín (A torinói ló, 2011)- y aparece tras el sonido de la ebullición, el sonido de las manillas de un reloj de pared que se encuentra encima de la cama… El travelling continúa, nos deja ver la disposición de la casa, a la madre del niño cocinando, cuidando de él a sus espaldas… y la cámara sin interrupción, sin prisa, se va desplazando hasta una habitación contigua donde vemos a un hombre mayor metido en la cama, despierto, con una vela, mientras al otro lado de la ventana va cayendo de vez en cuando alguna bomba. Pero el señor no se agita, no hay conmoción, simplemente asunción de la realidad, aceptar la hora. El primer plano secuencia acaba aquí, muchos abandonan la sala de cine, no hay nada insoportable en lo visual más que su duración, una duración de la vida que no queremos ver, obsoleta, desechada, abandonada por las mentes del aburrimiento y agotamiento que no duran más de siete segundos con la atención puesta en lo que ocurre a su alrededor. Bien, empezamos a quedarnos en familia. Los primeros minutos de ese plano secuencia, el que parece un zoom out del paisaje que deja ver la ventana con el niño dibujando en ella, me ha transportado a, curiosamente y como contrapunto, Ciudadano Kane (Citizen Kane, Orson Welles, 1941), a su abundancia, a aquel trineo, Rosebud, que con todo el dinero del mundo no se podía recuperar, a aquel anhelo de infancia, de verdad. Y seguramente no sea la intención del André Gil Mata, no hay motivos para pensarlo, aunque a mí me sirve como comparación de un filme de reciente postguerra, que nada por los subterfugios del mundo mediático y del capitalismo, en el que en su interior aún aguarda esperando su momento aquella profundidad de campo, aquella profundidad de la memoria que abandona el primer plano, para apreciar con detalle un recuerdo, un anhelo, un por qué, una verdad. En este sentido me sirve como comparación de esa inversión de la profundidad de campo que propone André Gil Mata, cuando la vida es toda una profundidad, como las raíces del árbol de Kafka, en la que con un travelling lento hay que seguir contemplando.

A Árvore

La narración continúa, ahora vemos a ese mismo hombre mayor avanzar por las nevadas calles con paso lento, recogiendo una a una las botellas de vidrio de las puertas de los hogares mientras las bombas siguen cayendo. Con una cuerda las ata a un largo tronco que se cruza por los hombros a modo de contrapeso. Las botellas de vidrio vacías van rozándose las unas a las otras produciendo un leve tintineo que en su reiteración puede parecer hasta insoportable, pero, en realidad, es bello. El hombre tras un largo plano secuencia en el que le vemos recoger hasta siete botellas de vidrio, se sube con su perro a una barca, rema lentamente, la cámara le sigue, es de noche, hace frío, se empieza a notar la presencia del vacío. De repente ve una lumbre en la orilla, debajo de un árbol con tres ramas que apenas conserva una sola hoja, se para a mirarlo y, sin saber qué ha visto, se pone a remar rápidamente hasta llegar a otra orilla. El plano secuencia termina, ahora nos dejar ver las pisadas de un niño, que va en busca de un hogar, que lleva a cuestas un saco de esparto vacío para resguardarse del frío. Le seguimos, hasta que tras otro largo plano secuencia nos deja ver que era el niño quién custodiaba el fuego y que, al ver la barca del anciano, se asusta y huye, pero al observar que este también lo hace, decide regresa al calor de una pobre hoguera. Es entonces cuando vuelve a aparecer el anciano del agua –el agua un motivo constante en la obra de Gil Mata-, ya ha llenado sus botellas de vidrio, se acerca al chico diciéndole que no tenga miedo, que él no es un fascista, que es como él y no le hará daño, que le tiene que contar un secreto. El niño se acerca para preguntarle qué secreto es, y el anciano le cuenta un diálogo existencialista, pero sin pasar por lo mainstream, duro, encriptado, en el que le dice que sobrevivirá, que no debe tener miedo del miedo, que eso le hará fuerte. Parece casi como si el anciano se encontrara con el niño que fue en su día, le cuenta que él también dibujaba en la ventana mientras sentía el calor de su madre por detrás. No hay más certidumbre que esa. El niño le cuenta que se llevaron a su madre y que ahora sólo quiere encontrarla. El filme termina con los dos reunidos en las cenizas de la hoguera, mientras contemplan el río, el sonido del río, su fluidez. Y así finaliza un relato para mi gusto sutil, bello, profundo, donde la apariencia se hace verdad al calor de una hoguera, y donde se trae a colación una de las filmografías más interesantes que haya podido aportar el panorama europeo, la cadencia y sensibilidad abrupta y nostálgica como la del maestro Béla Tarr.

Share this:
Share this page via Email Share this page via Stumble Upon Share this page via Digg this Share this page via Facebook Share this page via Twitter

Comenta este artículo

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>