A cambio de nada
Generaciones varadas en plena democracia Por Paula López Montero
Parece mentira que Daniel Guzmán, actor más conocido por los papeles cómicos en series de televisión como Aquí no hay quien viva (Iñaki Ariztimuño, Alberto Caballero, 2003-2006) que por sus andanzas como director, apareciese en Málaga con una opera prima que sin duda ha sido lo mejor de este año del cine español. Ese cine, teñido, contagiado de una contingencia que hace alarde de lo mejor de la filosofía española 1. Ese cine a medio camino entre la comedia costumbrista, que con chistes deja entrever la herida pasada, aún abierta, y que por medio de la catarsis intenta sanar; y entre la seriedad de un discurso que intenta, no sé si política o filosóficamente, repensar nuestra historia, y ensalzarla para devolver el sentido a un cine que lejos de una intención nacionalista, es para mi gusto una joya (como el que aprecia la humildad de una belleza que no quiere o no se atreve a destacar).
En esa intersección se encuentra A cambio de nada. Supongo, y no sé si lo hizo Guzmán, que la vida es esperar algo a cambio (quizá por ello existan las fes, religiones, impulsos místicos, el karma) pero ¿qué esperar? No sé si tomarme literal aquel título “A cambio de nada”, porque la vida quizá pueda ser un paseo, un instante eterno en el que dejarse llevar, y no esperar algo, simplemente vivir la vida que tenemos entre las manos. A esto es a lo que se dedica Darío, adolescente cuya quiebra de identidad viene marcada por una situación de la que últimamente se habla cada vez más: el mal entendimiento entre padres divorciados, y que da lugar sin duda a una quiebra de valores en los hijos, sobre todo en aquel terreno convulso como es la adolescencia. Darío, se ve afectado por esa incapacidad de toma de decisiones como es la pubertad, y más aún cuando se encuentra en medio de una tensión familiar que le cierra los ojos, y le abre una única vía: irse de casa. Es en el momento en el que decide salir de la unidad familiar (ya quebrada), cuando actúa sin ley, inconsciente, prematuro, en una sociedad de fachada, de robos, chapuzas y corrupciones. Y a lo único que se agarrará es a lo que le de un poco de estabilidad y símbolo de valor y valentía, como es el mecánico que roba motos para venderlas, y al dinero, que es el peso o la pesadilla de una sociedad que ya no puede ni sabe como tener la suficiente autoestima sin él. Me pregunto, ¿quién devolverá la autoestima a España si no es una recuperación de la crisis financiera y la bajada de la tasa de paro? ¿Cuál es el precio que hay que pagar? (El eco es: A cambio de nada).
Puede parecer un relato que versa solamente sobre el conflicto familiar y el vagabundeo entre valores en los que se ve Darío, (cosa que sería un relato completo y bien realizado en sí), pero no hay que dejar de mirar en la contingencia histórica que se aprecia entre líneas en el film. Tres generaciones que representan la Dictadura, la Transición, y la Democracia y cuya trayectoria viene simbolizada por la anciana con un puesto de antigüedades en el Rastro madrileño en el que entre silencios se puede apreciar la pérdida de un hijo drogadicto en plena Movida madrileña; los hijos de la Transición a medio camino entre represión, tabú, y el exceso de libertades (los padres de Darío y el mecánico); y Darío, en una plena Democracia que arrastra sin duda el peso o la no resolución de las dos anteriores. ¿Es contingencia o devenir histórico? Ante tanto caos robar siempre parece la mejor opción, o al menos la más fácil. Y lo venimos viendo, en películas tan grandes como Murieron por encima de sus posibilidades (Isaki Lacuesta, 2014) que hace alarde de lo mismo, la satírica cuestión sobre la esencia española, sobre la corrupción, la clase obrera y la clase burguesa-dirigente. Pero tampoco hace falta mencionar ejemplos del cine, en cuanto éste en estos casos se ajusta a una realidad no muy lejana a esa representación que hacen de ella.
En ese desamparo, desnudo en la sociedad, Darío se ve metido en una serie de conflictos que le harán replantearse que a veces el camino más fácil, no es el mejor, y que el estudiar a veces, sirve de algo, aunque sea para sacarnos de una perspectiva clásica, arcaica y poder tener ojo crítico ante tanta falsedad, mentira y clima de corrupción. Guzmán acierta con el clima ambivalente entre tensión y fractura, y esperanza al final del túnel.
- “Yo soy yo y mis circunstancias, y si no las salvo a ellas no me salvo yo”, pronunciaba el gran Ortega y Gasset, caso que se podría aplicar a España y al cine español, “Somos nosotros y nuestras circunstancias y si no las salvamos (ya sea a través del cine o el arte), no nos salvamos nosotros”. ↩