A Ghost Story

Aceptar la muerte Por Pablo López

Cuando una persona muere, los que sufren son los que siguen vivos. Son ellos los que tienen que reajustar su vida ante la pérdida. Esta idea, no por obvia menos cierta, sirve de punto de partida de A Ghost Story, el muy personal proyecto de David Lowery tras su paso por la factoría Disney, donde firmó (la blanda) Peter y el dragón (Pete’s Dragon, 2016). Para hablar de ese proceso de perdida, Lowery construye una historia de fantasmas sencilla a la que, sin embargo, da la vuelta. Si lo común es contar lo que le sucede a los que permanecen, A Ghost Story opta por poner el foco en aquel que se ha ido.

Ya desde el primer minuto de la película, la puesta en escena juega a favor de este cambio de paradigma. Rodada en formato cuadrado con largos planos estáticos y fotografiada en colores desaturados y luz desvaída, el filme genera una atmósfera de tiempo detenido y nostalgia. Esto, unido a las cuidadas composiciones (Lowery le saca mucho provecho al 1:33), consigue que parezca que la imagen está construida a base de miles de Polaroids polvorientas que alguien ha encontrado en una caja en el desván. Así, el director deja claro que su apuesta es la de hablar de la muerte del pasado, del recuerdo que se desvanece, dando forma y mirada a ese pasado.

 A Ghost Story

Es una dirección interesante pero también arriesgada, pues tiene como protagonista a un personaje que no puede hacer otra cosa que observar. Esto hace que A Ghost Story tenga, particularmente en su primera media hora, un ritmo duro y exigente que puede acabar con la paciencia de más de un espectador. Sin embargo, gracias a su notable puesta en escena y al trabajo de Rooney Mara (que interpreta a la novia del muerto), su parsimonia favorece el drama, dándonos la oportunidad de bucear con calma en el dolor de esa pérdida y en lo vulgar que puede ser el proceso de duelo: Lowery nos muestra las tareas cotidianas de esa mujer mezcladas con sus recuerdos y se detiene a observar, como el fantasmal protagonista, momentos como el simple acto de comerse una tarta. Finalmente, en un brillante plano desde dentro de un coche, la mujer es capaz de dejar su pasado atrás y empezar una nueva vida. Sin embargo, ella no es la protagonista, sino él, él que ha quedado atrás: el recuerdo que se niega a desvanecerse.

A partir de aquí (como decía, media hora de metraje), sin embargo, empiezan las sorpresas y los problemas. El fantasma permanece en la casa que tanto amó en vida, el lugar en el que compartió su vida con aquella mujer, y sigue observando. Al fantasma de la casa de enfrente, con el que se conversa de vulgaridades teñidas de tristeza; a los nuevos inquilinos y, finalmente, al paso del tiempo en sí mismo. Este salto en ambición, en el que la película parece querer alcanzar los niveles de lirismo del mejor Malick, resulta en primera instancia una gran sorpresa, pero acaba siendo la perdición de A Ghost Story. A partir de aquí el filme da vueltas sobre sí mismo durante una hora, incapaz de aportar nada más a la idea central (¿cómo se desvanece el pasado?). De hecho, Lowery parece ser consciente de ello, tanto que trata de rellenar el vacío con música constante y un largo monólogo que busca introducir nuevos conceptos. Por desgracia, no consigue eso sino lo contrario: esta disertación sobre la inevitabilidad de la muerte resulta tan obvia en su contenido que acaba recordando a esos momentos en los que, bajo el efecto de las drogas, uno cree haber descubierto el sentido de la vida. Sin embargo, a pesar de lo sonrojante de la escena, la película se la toma muy en serio, como si fuera la piedra de salto necesaria para seguir avanzando, cuando en realidad solo consigue que lo que quedaba en pie de A Ghost Story se desmorone por completo.

A Ghost Story 2017

Pasado este momento la película vaga sin rumbo, igual que su fantasma, incapaz de ser otra cosa que una emulación del Malick más afectado y superficial -el de To the Wonder (2013), por ejemplo-, hasta que alcanza una suerte de epifanía para su protagonista que sirve como cierre de la historia pero no es capaz de llevarla más allá de sus primeros aciertos y sus posteriores errores, quedando en la retina como un objeto hermoso pero frío, pretencioso y, pese a su pretendida originalidad y profundidad, finalmente vacío. Así como el fantasma representa la dificultad de dejar atrás la vida, A Ghost Story representa la incapacidad de su creador para dejar morir a su creación: treinta minutos habrían bastado.

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