A Roma con amor
¡Bienvenido, Woody! Te echábamos de menos Por Fernando Solla
“Stop worrying if your vision is new.
Let others make that decision…
They usually do! You keep moving on…”
No sabemos si Woody Allen acostumbra a conocer las ciudades europeas que escoge para localizar sus películas, en excursiones planificadas o a través de las rutas que ofrecen los autobuses turísticos. Una reflexión como esta se quedaría en mera anécdota si no fuera porque la secuencia que abre su nueva película ofrece una panorámica idéntica a la que un servidor tuvo la suerte de contemplar hace sólo unas semanas durante una de las excursiones realizadas en autocar a la città eterna. Una de esas que se puede contratar en cualquiera de los apoteósicos cruceros que surcan el Mediterráneo. El verano es lo que tiene. Y Woody ha retratado como nadie a estos veraneantes constantemente itinerantes y perpetuos a lo largo de su dilatada y prolífica filmografía. Esa gente, habitual y económicamente acomodada, que no tiene otra preocupación que quedarse maravillada ante las sorpresas que el mundo les ofrece, incluyendo (y contraponiendo a modo de maravillosos y secundarios personajes antagonistas) a esos otros sectores sociales más humildes, que habitualmente abren los ojos de nuestros adinerados y ociosos veraneantes, convirtiéndose en una especie de oráculo para los segundos, en una especie de héroes urbanos a través de un afianzamiento de los valores morales básicos que presuntamente atesoran y asimilan con mayor rectitud.
La calidad de los servicios sociales y las sesiones psicoterapéuticas proporcionadas por el gremio de las prostitutas suele salir muy bien valorado en las películas de nuestro querido realizador: véase la desternillante y maravillosa Jennifer interpretada por Lortensia Hayes en Desmontando a Harry (Deconstructing Harry, 1997) y la claridad expositiva con que define lo que para ella es el agujero negro en el que se encuentra sumida la atribulada consciencia del protagonista que contrata sus servicios: “con lo que yo me gano la vida…”. No menos maravillosa pero quizá algo más tierna y entrañable nos parece la Linda de Mira Sorvino en Poderosa Afrodita (Mighty Afrodite, 1995), que sabe distinguir que un hombre está casado porque “…tienes la pinta que hace mucho tiempo que no te hacen una buena mamada”. Adorable. No corre la misma suerte Penélope Cruz con su Anna, que a pesar de tener tan buen corazón como sus compañeras de profesión, no consigue del personaje creado por Allen nada más que tres o cuatro buenas (qué digo buenas, ¡buenísimas!) réplicas, que a pesar de su esporádica y brillante lucidez no consiguen hacernos olvidar al maravilloso (pero ya interpretado) personaje de Carla en la infravalorada Nine (Rob Marshall, 2009). Lo mismo ocurre, en mayor o menor medida, con el resto de protagonistas. No nos anticipemos y adentrémonos en la película que nos ocupa.
Woody Allen sigue mostrando su adoración por las capitales europeas. Para muchos el periplo empezó con la trilogía situada en Londres, cuyo pistoletazo de salida fue esa maravilla arquitectónicamente introspectiva y criminal titulada Match Point (2005), siguió con la liviana y algo menor a su predecesora Scoop (2006) y, finalmente, nos deleitó con la injustamente obviada El sueño de Casandra (Cassandra’s Dream, 2007), inusitada vuelta de tuerca hacia las tragedias griegas y con ínfulas shakesperianas, especialmente a Macbeth y esa angustia vital constante provocada por la ambición desmedida y la degradación moral que supone ignorar los imperativos categóricos para obtener aquello que queremos a cualquier precio. Después vino Vicky Cristina Barcelona (2008), una postal de la ciudad condal (y de Oviedo) algo reduccionista, que sirvió para que sus propios habitantes (esos que no residimos en la zona alta de la capital de provincia) conociéramos algunos lugares que nunca hemos visitado. Los que no tuvimos en cuenta ese pequeño detalle disfrutamos de una película divertidísima con una interpretación de Penélope Cruz, que en esa ocasión supo (y pudo) sacar partido de un personaje de rompe y rasga, la algo desequilibrada María Elena (memorable la escena en que le diagnostica “insatisfacción crónica” al personaje de Scarlett Johansson). Resultado: Oscar en la categoría a Mejor Actriz de Reparto. Y finalmente, llegó “la buena”: la que casi iguala a Match Point, la que recupera lo mejorcito de los guiones de Woody Allen (Oscar incluido), la funámbula Midnight in Paris (2011). La que trascendió al publico fiel de Allen y supuso uno de los mayores éxitos de taquilla del realizador.
Queda claro pues, que París saca lo mejor del director. Recordemos el maravilloso tramo final de Todos dicen I Love You (Everyone Says I Love You, 1996). Inolvidable la escena en la que Goldie Hawn baila con el mismo Allen por el paseos interiores bajo los puentes que atraviesan el río Sena, previo homenaje a los hermanos Marx. Igualmente rememoramos otro feliz momento de la cinta que acabamos de nombrar, el que supuso la primera experiencia italiana del realizador, la escena en que Julia Roberts le canta al omnipresente Woody nada más y nada menos que un estándar popularizado por Ella Fitzgerald, All My Life. Venecia fue la ciudad escogida para la ocasión. No navegaremos más por el inmenso y profundísimo mar de recuerdos allenianos que conforman la infancia y adolescencia (y por tanto la mentalidad y la esencia) de un servidor por deferencia a los pacientes lectores de este texto.
Y por fin llega A Roma con amor (To Rome with Love). Localizada en la histórica y monumental ciudad de la que prácticamente no veremos nada a lo largo de todo el largometraje. Asistiremos a la intermitentes y alternadas historias de un humilde oficinista (un Roberto Benigni sorprendentemente comedido) que despierta para darse cuenta que se ha convertido en toda un celebridad sin motivo aparente (lo que desencadenara una levísima aunque curiosa reflexión sobre lo efímero y aleatorio de la fama); un renombrado arquitecto (inspirado Alec Baldwin) que regresará a la calle donde una vez vivió, a la vez que se convertirá en un peculiar Pepito Grillo, voz de la consciencia de un joven estudiante de arquitectura (Jesse Eisenberg, convertido a su vez en alter ego de Allen, más que correcto aunque sin conseguir igualar al Owen Wilson de Midnight in Paris), que pondrá en peligro su relación de pareja con Sally (arquetípica por exigencias del guión Greta Gerwig) cuando aparece la mejor amiga de la misma, una atribulada aspirante a actriz (Ellen Page, efectiva pero limitada a los tópicos algo ortopédicos de su personaje) que romperá con sus esquemas más asentados; asistiremos también a la luna de miel de una joven pareja de provincias (formada por unos cándidos Alessandro Tiberi y Alessandra Mastonardi), él deberá suplantar la persona de su esposa por la prostituta Anna (Penélope Cruz, que como hemos dicho no logra las maravillas de su anterior colaboración con el director, aunque sobresale en la escena del brunch a la italiana, al que asiste lo más granado de la burguesía romana, que casualmente coincide con su clientela más fiel); ella en cambio deambulará por la ciudad algo perdida, lo que propiciará que conozca a dos de sus actores favoritos (estupendo cameo de Ornella Mutti).
Llegamos así a la mejor historia. La de Jerry (excelente Allen) y Phyllis (cínica y estupenda Judy Davis, aunque la seguimos prefiriendo como la histérica esposa de Celebrity, en 1998; la lección de sexo oral que le proporciona Bebe Neuwirth, a la vez autohomenaje a la tronchante Bananas de 1971, es de antología). La pareja viaja a Roma para conocer a Michelangelo (Flavio Parenti), prometido de su hija Hayley (refrescante Alison Pill) y a los padres de él: Giancarlo (un Fabio Armiliato cómplice del realizador y desternillante en la composición de ese Caruso de estar por casa, enamorado de la ópera, que sólo es capaz de mostrar su apabullante voz en la ducha, literalmente) y esposa.
A Roma con amor nos permite, pues, disfrutar como en las mejores ocasiones del Woody Allen actor, que no hace más que interpretarse a sí mismo. Nos divierte como nunca (la escena del viaje en avión, turbulencias incluidas, es desternillante), pero sobretodo nos emociona sobremanera que encarne a ese director de escena operístico jubilado (que en su momento fue un transgresor como hoy en día serían Calisto Bieito, Tomaz Pandur o, incluso, Alex Rigola), que en su búsqueda incansable por ocupar las horas descubrirá en la voz de su consuegro no sólo una oportunidad de volver a dirigir, si no una manera de dignificar el talento innato e inherente a la gente humilde.
Aprovechará la ocasión para reflexionar sobre lo arbitrario y relativo de la excelencia artística y sobre el miedo que, todavía hoy, le produce enfrentarse a un nuevo proyecto. Excelente.
Estas inquietudes artísticas hermanarían a Woody con otro maestro en su materia, en este caso las artes escénicas y musicales, el genial Stephen Sondheim. Otro autor de aúpa que ha sabido como pocos reflejar y hacernos partícipes de sus inquietudes vitales y artísticas a través de su trabajo. No sabemos si la elección de los nombres de Sally y Phillys (protagonistas del por muchos motivos emblemático Follies de 1971) para dos de los personajes de la actual película es casualidad, pero lo que no se nos escapa es esa referencialidad a la explosión de sentimientos que colisionan entre sí que supuso (y supone) Sunday in the Park with George (1985), en la que su protagonista, el pintor George Seurat, del mismo modo que el Jerry de Allen, se muestra inquieto e incisivo, tanto como cada uno de los puntos que componen su nueva propuesta. En el caso del pintor, nos enfrentamos a la creación puntillista, valga la redundancia, Un dimanche après-midi à l’Île de la Grande Jatte (1886). En el caso del Jerry de Allen a un nuevo montaje de la ópera Pagliacci (Ruggero Leoncavallo, 1892). En ambos casos, celebramos semióticamente esa voluntad de transmitir el valor de las artes creando un nuevo valor desde el mismo Arte, hermanando distintas disciplinas: la Pintura con el Teatro y la Música con el Cine
Terminaremos definiendo la nueva obra del realizador neoyorquino con una sola palabra: anecdótica. Y es que lo que encontramos aquí son historias más o menos anodinas si lo que queremos es enfrentarnos a una película con entidad propia, pero con momentos (esporádicos, eso sí) brillantes si tenemos un conocimiento más o menos exhaustivo de la filmografía de Woody Allen. Una suerte de mosaico repleto de sketches que nos recuerda constantemente a momentos cumbre de otras películas, incluidas las primeras y episódicas Toma el dinero y corre (Take the Money and Run, 1969) y Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo… (Everything You Always Wanted to Know About Sex… 1972) y a algunos personajes que nos atreveríamos a definir como antológicos en el amplio repertorio alleniano.
Depende de nosotros y de nuestro bagaje en la cinematografía del autor la medida en que disfrutaremos de esta película. En cualquier caso, damos la bienvenida al Woody actor, algo de lo que no disfrutábamos desde Scoop, hace ya más de un lustro. Welcome back, our dear friend!