A Scanner Darkly (Una mirada a la oscuridad)

Enemigos en el paraíso Por Samuel Lagunas

Hay que estar siempre borracho. Todo consiste en eso:
es la única cuestión. Para no sentir la carga horrible del Tiempo,
que os rompe los hombros y os inclina hacia el suelo,
tenéis que embriagaros sin tregua.
Charles Baudelaire

En 1986 el artista Ketih Haring pintó en las calles neoyorquinas un mural titulado “Crack is wack”. Criaturas unidimensionales de fauces dentadas aparecen devorando siluetas humanas mientras dos calaveras miran con avidez un dólar en llamas. Como el mural fue pintado ilegalmente, Haring fue encarcelado algunos días y cuando regresó a las calles descubrió que su obra había sido vandalizada. Susie Hodge sostiene que las autoridades, al no haber entendido el mensaje del grafiti, decidieron retirarlo. Haring rehízo el mural, ya con los permisos requeridos, cuatro años más tarde, pocos meses antes de morir a causa del SIDA. La obra de Haring fue un grito emotivo de dolor y rabia por la condición de adicción en la que su amigo Benny, como muchos otros jóvenes, se encontraba. Durante la década de 1980, gran parte del territorio norteamericano fue azotado por la epidemia del crack cuyas consecuencias fueron visibles muy pronto: aumento del crimen y de los suicidios. El problema no fue que hombres y mujeres consumieran crack hasta que sus cerebros se embotaran y colapsaran, el problema fue lo que tanto el Estado como la iniciativa privada hizo y dejó de hacer para propiciar y/o combatir dicho comportamiento. Fue un tiempo de expectativas truncas y de promesas rotas.

 keith-haring-crack-is-wack

Keith Haring

Dicha ola del consumo de narcóticos y anfetaminas había comenzado años atrás, en la década de 1960, y el irremediable freak Philip K. Dick no fue ajena a ella. Para 1971, tras un nuevo divorcio, Dick decidió recluirse en casa de unos amigos a consumir y a consumir. La experiencia desembocó en un intento de suicidio y en la escritura de una novela: Una mirada en la oscuridad, que fue finalizada después del período que pasó recluido en un centro de desintoxicación. Dick, al igual que Haring, escribió su novela pensando en aquellos amigos y amigas que había dejado atrás en esos otros paraísos: los artificiales. Tanto Dick como Haring sabían que la adicción no era un problema meramente doméstico o personal sino un complejo asunto político-social donde tanto la policía como algunas corporaciones tenían mucho que ver, de ahí la forma en que el novelista de Chicago urde su trama a partir de una actitud común: la paranoia.

Linklater, también asiduo lector de James Joyce, admiraba la obra de Dick, de quien había buscado con anterioridad y sin éxito llevar un libro a la pantalla. Fue Wiley Wiggins, protagonista de su primer largometraje animado Waking life (2001), quien le sugirió que intentara con Una mirada en la oscuridad. La adaptación, iniciada en 2001, fue finalizada y estrenada en 2006, año en el que apareció la también adaptación del reportaje homónimo Fast food nation. Dos caminos para una conclusión similar: Estados Unidos es un territorio de pesadilla, ni siquiera los promisorios años de 1980 habían logrado impedir ese destino.

 A scanner darkly

A Scanner Darkly es la segunda película animada de Linklater donde emplea la misma técnica que en Waking life: el rotoscopio (sí, aquella máquina que explotara el irreverente Bakshi durante los 70’s). En manos del director de Todos queremos algo ( Everybody Wants Some!!, 2016), la animación no sólo es forma, es también fondo: gracias a ella Linklater consigue crear atmósferas que dinamitan las fronteras entre lo real y lo imaginario. Si el sueño era el motor que deformaba la realidad en Waking life, aquí es la alucinación provocada por la ingesta de la sustancia D la que detona las superposiciones de planos (lo que observa la cámara y lo que ocurre en la mente del personaje), las metamorfosis y las visiones de los personajes. Ya el libro de Dick difuminaba los límites entre lo alucinado y lo observado, Linklater lo único que hace, y acierta en ello, es acentuar esa atmósfera a través de la animación.

La cinta cuenta la historia de Fred/Bob Arctor (Keanu Reeves), agente encubierto encargado de desmantelar una pequeña organización narcotraficante en el condado de Orange en California. Fred es, como muchos otros personajes del universo fílmico de Linklater, un hombre que intenta encontrar una actividad que lo estabilice y le permita reconstruir su vida o al menos recomponer su identidad hecha añicos. Tras el abandono de su esposa (guiño autobiográfico de Dick), Arctor recibe en casa –una casa hecha para que jueguen niños: atiéndase la nostalgia y la frustración– a dos amigos suyos: el verborreico y antipático Barris (Robert Downey Jr.) y el siempre malhumorado Ernie (Woody Harrelson). A ellos se suman Charles Freck (Rory Corchane) y Donna (Winona Ryder), mujer con quien Arctor intenta comenzar a rearmar su rompecabezas. Solo que a ella no le gusta el sexo: detesta que los hombres la toquen: nuevo deseo frustrado para Arctor: combustible para su ansiedad.

 A Scanner Darkly Linklater

Es en Charles Freck donde el espectador atestigua las consecuencias del uso de la sustancia D con mayor claridad: desde la certeza de que está infestado de pulgones hasta la fantástica secuencia de su experiencia post-mortem, en la que una especie de alienígena, muy parecido al Argos de 100 ojos en su rostro, le va recitando cada uno de sus pecados desde que era niño. No obstante, y paradójicamente, esta secuencia nos revela a Freck como el más lúcido de la cinta, el único que logra ver la realidad en su despiadada crudeza. En la mitología griega, los 100 ojos que poseía Argos lo convertían en un guardián casi imbatible ya que mientras unos ojos descansaban otros permanecían abiertos. En la sociedad californiana de la distopía de Dick/Linklater el monstruo que encuentra Freck es en realidad una alegoría del panóptico que acecha y registra cada uno de los movimientos de él y de sus amigos. Nada olvida, nada se le escapa, todo intenta corregirlo; de ahí la paranoia –el delirio persecutorio– que condiciona el comportamiento de los personajes de la cinta.

En Fred/Arctor el conflicto y las consecuencias del abuso de la sustancia D se manifiestan de forma distinta: la esquizofrenia: la identidad dividida. Es aquí donde tanto Dick como Linklater aciertan en la implementación del disfraz que camufla la identidad de los agentes: un traje donde se proyectan imágenes de cientos de personas, fenómeno que vuelve imposible distinguir quién está detrás de él. Al interior de la oficina policiaca, los espectadores quedamos reducidos a meros especuladores pues nunca logramos ver quién está detrás de los disfraces; fuera de ella, en las calles, somos incapaces de saber qué es realmente lo que ocurre ya que los personajes habitan una realidad distorsionada. Conclusión lógica: en A Scanner Darkly nunca pisamos suelo firme. Ni siquiera al final de la cinta, cuando el investigador resulta ser el investigado y Fred/Arctor es recluido en New Path y llevado a las granjas donde la sustancia D es cultivada.

 A Scanner Darkly Richard Linklater

La cinta, a pesar de provenir de un autor tan singular como Dick, conserva elementos característicos de la filmografía de Linklater: las largas conversaciones con tono filosófico, –aquí lideradas por Barris–, ello en formación) de los personajes. Sin embargo, como ocurre también en Fast food nation (2006), A Scanner Darkly posee cierta sensación de desencanto y un ánimo pesimista, no presente en la mayoría de sus cintas, que se vuelve aquí crítica de las engorrosas, amenazantes e hipócritas instituciones y corporaciones norteamericanas que cooptan y limitan la libertad del individuo. Una mirada a la oscuridad es, finalmente, como el mural de Haring, un ácido recordatorio de que también en el paraíso los enemigos existen.

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