Academia Rushmore
El estado de las cosas Por Déborah García
De esta manera reivindicaba Andre Bazin la figura de Preston Sturges, un director que merece ser recordado, y que ha sido olvidado y denostado por considerar que en la comedia no hay rasgos de autoría. Wes Anderson es a menudo considerado el director de comedia más original desde Preston Sturges, él en cambio rechaza las etiquetas y prefiere pensar que lo suyo es una mezcla extraña, un estilo que no necesita ningún tipo de clasificación para funcionar.
Academia Rushmore es el segundo largometraje de Wes Anderson tras Bottle Rocket, en él el director texano desarrolla las características más definitorias de su cine. Todas sus películas hasta la fecha tienen un imaginario perfectamente definido, y es que todo el sistema de gustos de Anderson se articula en ellas, revelando su mundo interior haciéndolo imagen. Si Preston Sturges creó un mundo con sus filmes, se puede decir que Anderson lo hace con cada una de sus películas.
En Academia Rushmore hay que señalar varios elementos que se consolidan de manera definitiva en la cinematografía de Anderson: la música como generadora de relato, elemento estético y narrativo, casi siempre música proveniente de la british invasion o de grupos y cantantes que conservan esa impronta; la literatura de J. D Salinger, resulta muy difícil no ver en Max Fischer, protagonista del film, algún rasgo de Holden Caufield o no ver en Rushmore algo de Pency Prep.
Y no simplemente eso, la inclinación de Wes Anderson por adolescentes en constante crisis y con problemas para madurar, o su inclinación por insertar a los personajes en familias disfuncionales y sus complicadas relaciones, invita pensar en la saga salingeriana de los Glass.
Sus protagonistas son generalmente hombres/niño o niños/hombre que nunca acaban de madurar, seres atrapados entre la niñez y la edad adulta en un mundo donde lo naif, lo absurdo y lo tragicómico son lo habitual. Sus héroes son perdedores absolutos, pero iluminados. Esa iluminación que proviene únicamente de una cierta incomprensión, de ese estar en el margen, de esa visión privilegiada del mundo desde la esquina.
Narrado con el estilo característico de Anderson: sus travellings infinitos, la exquisita banda sonora, las tomas coreográficas pasando de un personaje a otro, o el uso de slow-motion para dar cuenta del mundo interior y de los sentimientos de los protagonistas. Academia Rushmore se erige como una obra totalmente genial. Una de las cosas que mejor hace el director tejano es aprovechar la grieta que separa un género de otro. Sus películas casi siempre tienen la comedia como un lienzo en el que situar el relato, y al que salpica con toques de cine negro, y policiaco.
Academia Rushmore podría ser perfectamente etiquetada como comedia adolescente, pero el cine de Anderson es inasible y rico, y en él hay espacio para escenas propias de diferentes géneros. En las obras de teatro que Max Fischer dirige durante la película, observamos el carácter del cine postmoderno que Anderson representa, un cine que bebe de múltiples referentes cinematográficos y que se estructura mediante la indefinición del género, pasando de uno a otro, y aprovechando al máximo las posibilidades de esa imprecisión.
En Academia Rushmore la historia se centra en la figura de Max Fischer (Jason Schwartzman) un excéntrico estudiante que acapara multitud de actividades: redactor jefe del periódico de la escuela, editor del Yankee Review, presidente del club francés, representante de Rusia en la ONU, vicepresidente del club de numismática, capitán del equipo de debate y un sinfín de curiosas actividades. Pese a la cantidad de clubs que preside y las innumerables propuestas que encabeza es un estudiante bastante mediocre y acabará siendo expulsado. Durante un discurso en la escuela conoce al millonario Herman Blume (Bill Murray), padre de dos chicos de Rushmore y con el que automáticamente entabla una relación de amistad. Blume y Fischer se entienden a la perfección parecen ser las dos caras de la misma moneda. Una de las cosas que llama la atención de la película es que los personajes adolescentes incluso los niños, tienden a comportarse como adultos, y esto tiene un reflejo en las obras de teatro que Max Fischer dirige. Los adultos y su mundo son descritos en ellas, y se revela como verdaderamente son: inseguros, en conflicto, a veces mezquinos y desleales. Los adolescentes que se han comportado durante el metraje como adultos al final parecen ocupar el lugar que les corresponde.
Una cita (“cuando un hombre por la razón que sea tiene la oportunidad de llevar una vida excepcional no tiene derecho a guardársela para sí mismo”) de Jacques Cousteau escrita en un libro de la biblioteca de la escuela, lleva directamente a Max hasta Rossmary Cross (Olivia Williams), una maestra de la que se enamora y por la que se enfrentará a Herman Blume. A partir de este momento tanto Fischer como Blume intentan conquistar a Rossmary de diferentes maneras pero con el mismo resultado. Los protagonistas de Academia Rushmore muestran siempre una gran iniciativa, son seres de acción pero tropiezan mil veces, son auténticos nerds. Y es que aunque Wes Anderson crea personalísimas historias y extrañas atmosferas, algunas casi irreales como sucederá en Life Aquatic, todas ellas parecen estar perfectamente inmersas en la cotidianeidad norteamericana, con sus personajes suicidas y atormentados y trágicamente felices.
Igual que la escritura de D. J. Salinger produce la impresión de ser una escritura que se revisa a sí misma, pero no en el sentido de parodia o de metaficción, el cine de Anderson aparece como una especie de conciencia colectiva que reflexiona sobre el estado de las cosas. Wes Anderson se vale de la figura melodramática de Max Fischer, y de las relaciones que entabla con los adultos para describir la sociedad. Academia Rushmore habla del primer amor, y por lo tanto de la primera renuncia, habla de personajes que lejos de alcanzar sus sueños y esperanzas parecen contentarse con la realidad, encontrado satisfacción, cobijo y seguridad en la vida rutinaria y monótona que siempre habían llevado.
- L’Écran français, Febrero 1949. ↩