Aguas tranquilas

Por Rubén Collazos

Vida y muerte entretejen de nuevo una relación que se antoja fundamental en el último trabajo de Naomi Kawase, y es que con Aguas tranquilas nos hallamos ante una cinta de contrastes, de encuentros que dan luz a aquello que en el fondo parece querer perfilar la cineasta nipona. Nos traslada, con una facilidad inusitada, de la vivaz luminosidad que arroja una hoguera sobre un puñado de lugareños mientras festejan, al pálido contorno de un muchacho cerca del mar en una negra noche como cualquier otra. Con una única y palpable diferencia: hay un cuerpo sin vida en mitad del agua. Así, a través de las imágenes, es como arma Kawase un discurso que no obstante también se traslada a cada uno de los aspectos de su nueva obra: desde la representación de unas figuras paterna y materna que poseen distintas implicaciones tanto como para la protagonista del relato, Kyoto, como para su mejor amigo, Kaito, hasta la relación sustentada por ambos y socavada en parte por un camino que todavía deben recorrer, el de una adolescencia donde, más allá de vida y muerte, también confluyen sexo y naturaleza como conductos centrales de un viaje tan físico como interior.

Esas interioridades, precisamente, son las que dotan de valor y carga afectiva al relato, pues en las distancias emprendidas por ambos personajes se encuentran ciertas imperfecciones que tanto el tiempo como las vivencias más personales e incluso íntimas les ayudarán a depurar. En ese sentido, y como comentaba, las figuras de sus respectivos progenitores toma una relevancia capital, y donde parecen encontrar en la imagen de un padre aquello que podríamos definir como un bálsamo emocional, una especie de sustento a través del que poder afrontar sus decisiones con mayor seguridad -aunque, en el caso de Kaito, la distancia física haga mella, algo que por otro lado no le impide desarrollar un vínculo mucho más intenso-, el ente materno se antoja algo más parecido a un obstáculo: no porque las madres de Kyoko o Kaito lo sean propiamente (más de un modo figurativo que otra cosa), sino más bien porque a partir de sus relaciones con ellas y de la madurez que deben adquirir, dado las situaciones que se ven obligados a afrontar, surge esa barrera emocional para consigo mismos que deberán aprender a rebasar con o sin ayuda de los seres que les rodean, pero en cualquier caso para dar un nuevo (y definitorio) paso en esa etapa adolescente.

 Aguas tranquilas

Por otro lado, la adolescencia que ahora pide dar un paso más a sus protagonistas, siempre se ve refrendada por una voz adulta, y es en ese aspecto donde Kawase desarrolla un entorno, una identidad, que en Aguas tranquilas se antoja imprescindible para comprender la deriva de sus personajes y, en especial, la sensibilidad que en todo momento queda implícita en el contexto, sea cual sea la situación. No es de sorprender, de este modo, que la nipona sea capaz de armar secuencias de lo más emotivas partiendo de momentos que a priori podrían parecer baladíes. Pero a través del prisma de la autora de Shara (2003) cobran especial relevancia por su grado de intimismo y por el compromiso con el que desvela en todo momento a sus protagonistas, haciendo tanto de los silencios como del espacio en un simple diálogo una poderosa arma capaz de sobrecoger sin apenas proponérselo, de llevar en definitiva la acción a un plano mucho más íntimo y, por ende, amplificar su significado, por contradictorio que pueda parecer.

Para ello, Kawase encuentra un fabuloso aliado en la actriz principal escogida para la ocasión y, en especial, en su mirada. Y es que Jun Yoshinaga se revela como un espejo idóneo, capaz de plasmar a la perfección cada pequeño detalle con una determinación increíble, e incluso de ver como en esa mirada se reflejan una amalgama de sensaciones que la joven actriz nipona desvela con la misma facilidad con que Kawase teje las imágenes de su film dotándolas de un completo sentido y significado. Esas son las características que hacen de Aguas tranquilas un sensible y evocador mosaico en el que la belleza de ciertos instantes es capaz de atenazar el dolor implícito en algunos de sus fotogramas, trazando un recorrido donde la resolución no se antoja sino el paso de una etapa más, el hecho de comprender hacia donde deben navegar esas aguas que en algún momento han tomado un cauce errático, pero que siempre encontrarán en la vivencia propia y el despertar un sentimiento a través del cual permanecer a flote. Y ese es el sentimiento que Kawase recoge en Aguas tranquilas de un modo tan hermoso como sugerente.

Aguas tranquilas 2

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