¡Al abordaje!
Elogio de la frustración Por Ignacio Pablo Rico
La tercera ficción de Guillaume Brac —y la primera a la que tiene acceso quien suscribe estas líneas— no es, ni mucho menos, una película coyuntural. Y sin embargo, más allá de sus generosos valores y de su rotunda inteligencia, ¡Al abordaje! se manifiesta como un ejercicio de resistencia made in France a la sensibilidad woke. De este modo, se alinea con algunos largometrajes recientes: Camille (Bors Lojkine, 2019), Back Home (Revenir, 2019), En buenas manos (Pupille, Jeanne Herry, 2019) o, muy especialmente, Una razón brillante (Le brio, Yvan Attal, 2017), entre otros. Todos ellos comparten una lectura madura de los millennial que atiende a sus fortalezas y debilidades, respetándolos en tanto personajes, en lugar de reducirlos —como viene siendo habitual en el último lustro— a la condición de espectros quejumbrosos, desprovistos de las herramientas necesarias para lidiar con el más nimio de los obstáculos. Si mencionábamos entre estos filmes el de Attal se debe a la manera en que se aproxima a la «Francia racializada y extranjerizada», apostando, dentro de unas circunstancias esencialmente injustas para su protagonista femenina, por un discurso que ensalza el estoicismo, el trabajo duro y el respeto a uno mismo en un presente cultural que nos ofrece diez razones por minuto para victimizarnos.
Con una narrativa de manifiesta ligereza, ¡Al abordaje! relata el periplo de tres jóvenes desde París hasta un camping ribereño, con el fin de que uno de ellos, Félix, pueda reencontrarse con Hélena, de quien se enamoró mientras ella pasaba sus vacaciones en la capital. Félix es afrodescendiente y de extracción humilde, al igual que su amigo Chérif, que lo acompaña en el trayecto. Ambos son pasajeros en el coche de Edouard, un joven blanco y acomodado. Por su parte, Héléna, como este último, es una pequeñoburguesa de provincias. Si mencionamos estos detalles es porque ¡Al abordaje!, eludiendo las políticas de la identidad, se las arregla para incorporar las múltiples realidades de sus personajes a una poliédrica visión del ser humano en sociedad. Los encuentros y desencuentros que puntean la obra propician meditaciones sobre aquello que nos une a los demás y lo que nos distancia de ellos. Lo más meritorio, en este sentido, no es tan solo que Brac evite los subrayados cuando apela a realidades raciales, de clase o de género, sino cómo integra dichas «categorías» en las dinámicas del individuo en tanto ser social curtido por experiencias únicas e intransferibles.
La magia de ¡Al abordaje! proviene de una escritura visual y escénica aérea, casi imperceptible, en la que se dan cita la improvisación y la observación documental de paisaje y paisanaje. En una de sus escenas más bellas, el baile al aire libre con el que despedirán Félix y Chérif sus inesperadas vacaciones, la cámara presta una atención sorprendente a la inacción de los héroes, a ese estado de espera que los lleva a confundirse con los elementos del entorno. Tal vez por eso, cuando los acontecimientos comienzan a sucederse y ellos son sustraídos de su abandono al medio ambiente, Brac consigue que cada gesto y cada caricia cobren una dimensión sensitiva muy difícil de alcanzar sin recurrir a un montaje que incida en la relevancia de lo que está pasando. Precisamente en dichos compases finales llegamos a entender hacia dónde nos ha conducido este viaje errático en el que Félix colisiona violentamente contra sus anhelos. Sin engolar la voz, Brac nos ha estado hablando sobre el signo de los tiempos: la nula tolerancia a la decepción de una generación acostumbrada a vivir mecida por quimeras personales y colectivas. ¡Al abordaje! es, ante todo, un elogio de la frustración como vía para entender quiénes somos, adónde vamos y, en fin, qué expectativas cabe depositar en el mundo y en nosotros mismos.