Álbum para la juventud

Lo que sucede cuando no sucede nada Por Yago Paris

Joe Swanberg es un autor que ha consagrado su obra al análisis de las interacciones humanas. Desde sus inicios en el mumblecore, con películas como Hannah Takes the Stairs (2007), hasta producciones de mayor presupuesto como la serie Easy (2016-2019), producida por Netflix, el director y guionista ha explorado los matices y complejidades de todo tipo de relaciones, aunque se ha enfocado especialmente en las de pareja. Su estilo sutil, nada obvio, es la combinación de un agudo análisis de los pequeños detalles que marcan las dinámicas de interacción y de la capacidad para plasmarlo en sus historias de tal manera que estos adquieran un potencial dramático y narrativo. Swanberg analiza la vida al detalle, y construye historias funcionales a partir de esos gestos, silencios, miradas, sobreentendidos, que habitualmente son el lenguaje principal de comunicación humana, especialmente en relaciones como las de pareja, donde lo implícito y lo sugerido le suele ganar la partida a lo pronunciado y lo explicitado.

En este sentido, quizás una de las cumbres de su obra sea Colegas de copas (Drinking Buddies, 2013). A pesar de que está lejos de ser reconocida como una de las piezas fundamentales del puzle sobre las relaciones que es su filmografía, lo cierto es que en ella lleva a cabo un ejercicio de destilado de su estilo que le permite radicalizar, sin que lo parezca, su propuesta. Si su cine reflexiona en torno a los citados detalles y sutilezas, de tal manera que algo tan intenso, profundo y complejo como una relación se muestra a partir de minúsculos eslabones, en el caso del filme citado lo que se construye no es la consecución, sino la potencialidad de una relación. En ella dos personajes interactúan y crean una deliciosa dinámica con un potencial romántico-sexual envidiable, pero dicho potencial siempre se queda en el ámbito de la posibilidad, sin que nada se aclare ni se confirme. Swanberg retrata la la química entre dos íntimos amigos que quizás podrían ser pareja y funcionar de maravilla, pero que nunca llegan a dar ese paso, de tal manera que, en última instancia, el cineasta nos muestra todo lo que sucede cuando no sucede nada.

Colegas de copas

Colegas de copas (Drinking Buddies, Joe Swanberg, 2013).

La última idea del párrafo anterior se podría utilizar como el punto de partida para entender el trabajo de Malena Solarz en Álbum para la juventud (2021), programada en el festival Novos Cinemas dentro de la sección Latexos. La cinta, escrita y dirigida por Solarz, y su debut en solitario en el largometraje, narra a historia de Sol (Ariel Rausch) y Pedro (Santiago Canepari), dos jóvenes que han terminado su último año de instituto y disfrutan del verano previo a la entrada en la universidad. Ambos cuentan con un proyecto artístico individual y una labor compartida: Sol desarrolla una pieza de piano en base a unas melodías que había compuesto de pequeña, y Pedro, en secreto, se ha apuntado a un taller de escritura de obras de teatro; al mismo tiempo, ambos quieren ayudar a su amigo Maxi (Simón Ronco) a que apruebe las asignaturas a las que se tiene que presentar en los exámenes de recuperación.

Lo primero que llama la atención es la inmensa química que existe entre los dos protagonistas, hasta el punto de que, puesto que el filme comienza in media res, con ambos personajes como parte del público de una obra de teatro y mostrándose cercanos y cariñosos, lo normal podría ser asumir que son pareja. El contexto de las escenas, según estas avanzan, nos muestra que este no es el caso, y que lo que los une es un vínculo estrechísimo, pero sin sentimientos amorosos de por medio. Y es aquí donde el filme se separa de lo expresado en torno a la cinta de Joe Swanberg: si en aquel caso se establecía una dinámica de seducción contenida entre amigos, Solarz va un paso más allá al ni siquiera plantearse esta posibilidad. Esto es significativo especialmente a nivel narrativo, si tenemos en cuenta que, debido a cómo funciona el espectador a nivel biológico y cultural, y a cómo ha evolucionado la narración de historias —en buena medida, lo segundo es resultado de lo primero—, la subtrama romántica es poco menos que un requisito obligatorio si se quiere llevar a buen puerto cualquier guion. La renuncia de Solarz a recorrer caminos tantas veces transitados, su voluntad de podar la ficción hasta dejarla en lo más básico, la interacción humana, desprendida además del comodín del interés romántico, es en realidad un gesto radical de exploración de los resortes de la narración; una impresión que quizás en primera instancia no resulta aparente, habida cuenta de la forma suave, cándida y agradable del filme.

Álbum para la juventud 2

Esta interpretación podría ser una hipótesis lanzada al aire, si no fuera porque a lo largo del metraje se introduce una serie de detalles, gestos y objetos que parecen jugar conscientemente con su uso simbólico en la narrativa. En primer lugar llama la atención la presencia de la pequeña libreta donde, desde la primera escena, Pedro va tomando notas, probablemente apuntando potenciales ideas para su proyecto de obra teatral. Esta aparece numerosas veces a lo largo del filme, e incluso, en un determinado momento, Sol la hojea en secreto, sin el permiso de su amigo. Esta situación podría ser el desencadenante de un cambio profundo en la relación de ambos, a través de la revelación de alguna idea —por ejemplo, los sentimientos que Pedro pudiera tener hacia su amiga, si esta fuera una historia de amor romántico—, pero esta circunstancia nunca se llega a dar. Que Sol lea la libreta de su amigo no produce nada particular en la historia, y me inclino a pensar que este es un gesto consciente de Solarz a la hora de jugar con las dinámicas causa-efecto, tan habituales en el cine. En este sentido, que posteriormente tanto Sol como el hermano de Pedro y su cuñada lean un fragmento de la obra que Pedro ha estado escribiendo y que, por despiste, este ha dejado a la vista, tampoco provoca nada en especial. Más allá de una reacción de timidez y de intimidad invadida, que tan bien refleja el actor que da vida a Pedro, nada cambia en la dinámica de los personajes. También cabe mencionar la pequeña escena en solitario que se le concede al tercer amigo, Maxi, y que tampoco lleva a nada. Estos, intuyo, son otros gestos conscientes de la directora y guionista, que coloca estos señuelos para que los sigamos y lleguemos a la conclusión de que no hay nada al final del camino. Estas circunstancias se podrían señalar fácilmente como cabos sueltos, pero en realidad funcionan como la representación de que no todo en este universo de ficción merece la pena ser contado, lo que pone de manifiesto que el verdadero interés de esta historia está exclusiva y radicalmente en lo que existe entre Sol y Pedro, y, al mismo tiempo, que esta relación no requiere de otros resortes narrativos para funcionar en la pantalla.

Álbum para la juventud 3

El resultado es la asunción de que, en realidad, la ficción no requiere necesariamente de estos mecanismos narrativos para sustentarse. Eso sí, optar por este camino implica la necesidad de estar a la altura del reto que se plantea, pues jugar de esta manera con la narrativa es saltar al vacío sin paracaídas de seguridad. La autora busca crear una cinta que explore una amistad, y que lo haga en base a conversaciones, situaciones y acciones desligadas entre sí, que no construyan una trama que conduzca a un clímax y una resolución. Así, el filme se podría leer como un álbum, en su acepción de recopilación de fotografías, pues la cinta se asemeja a un conjunto de instantáneas en movimiento que recogen momentos cotidianos de vida, inconexos entre sí en un sentido narrativo, pero, y aquí está la clave, profundamente interconectados en un sentido emocional, algo para lo que resulta crucial el tono que Solarz obtiene a partir de los diferentes apartados que componen el desarrollo del filme. Quizás lo primero que habría que destacar es el extraordinario trabajo de casting, así como la posterior dirección de actores, que permite dar la impresión de que no existe separación entre ficción y realidad, entre persona y personaje. De esto desemboca la apabullante química entre los dos protagonistas, que en muchas ocasiones son capaces de construir la base de la escena en torno a una mirada cómplice, un arqueamiento de cejas o una palmada en el hombro. Tras el trabajo con los actores, debe destacarse su disposición espacial, a partir de una minuciosa pero nada evidente puesta en escena. A pesar de la apariencia naturalista y minimalista del filme, casi como si estuviera improvisada, salta a la vista que no hay encuadres escogidos al azar ni planos gratuitos a lo largo del metraje, hasta el punto de que la cineasta puede prescindir casi íntegramente del montaje intraescena, y que, por tanto, las escenas están resueltan en su mayoría en un único plano. Finalmente, la calidez de la iluminación le aporta esa aura de cercanía al relato, en el que resulta fácil entrar, pues, en última instancia, todas las decisiones minuciosas, racionales y metacinematográficas descritas hasta ahora están puestas al servicio de la construcción de una obra, ante todo, emocional, que, a través de su delicadeza y sencillez, logra ser tremendamente lúcida a la hora de captar aspectos clave de la condición humana, hasta el extremo de que la propia idea de narración puede ser puesta en cuestión.

Álbum para la juventud 4

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