Algo muy gordo
Atrapados en un plató Por Manu Argüelles
El 11 de mayo de 2016, Fotogramas (no puedo indicar la autoría porque no consta) se hacía eco de la presentación en el Festival de Málaga de la que sería la nueva película de Carlo Padial, protagonizada por Berto Romero. En la nota se nos indicaba que:
Berto Romero dará vida a Dani Tomás, un guionista de TV desencantado con su trabajo que por un error jurídico se ve obligado a repetir octavo de EGB. Esta inesperada noticia le descubre un mundo totalmente nuevo, lleno de sucesos inexplicables y situaciones divertidísimas. Con la ayuda de un agente de policía (Antonio de la Torre), un peculiar director de escuela (Carlos Areces), y de una misteriosa compañera de clase (Carolina Bang), emprenderá una aventura de proporciones épicas. Completan el reparto Marta Fernández-Muro e Imanol Arias.
Con algunas variaciones en el reparto, 1 eso es lo que en esencia se nos cuenta en Algo muy gordo, película que ha sido finalmente presentada en el Festival de Sevilla como inauguración de la sección Las Nuevas Olas. Y digo bien que se nos cuenta, porque el largometraje simula ser la pieza audiovisual y promocional que apoyaría esa noticia. Los participantes, inmersos en el rodaje, nos hablan de lo que será Algo muy gordo una vez esté finalizada. Pero esa película nunca verá la luz. Se articula así como un gran fake, en la intersección entre los falsos documentales (concretamente en la estirpe de los mockumentaries) y aquellas obras de no ficción que glosan rodajes de películas que nunca llegaron a materializarse (una crónica de los bulevares de los sueños rotos, parafraseando a Sabina) como Lost in La Mancha (Keith Fulton, Louis Pepe, 2002), Jodorowsky’s Dune (Frank Pavich, 2013) o Lost Soul: El viaje maldito de Richard Stanley a la isla del Dr. Moreau (Lost Soul: The Doomed Journey of Richard Stanley’s Island of Dr. Moreau, David Gregory, 2014).
A partir de aquí, bajo esta idea conceptual, se juega maliciosamente con la presencia sistemática e hiperconsciente de la mentira en los medios de comunicación 2. Porque no hay cosa más aburrida que un making of (ahí, ahí está con la escritura de sinopsis de películas), el típico material de relleno para las ediciones en blu-ray/dvd en el que todos los integrantes hablan de las excelencias y maravillas de la película en cuestión, piezas recargadas con hiperbólicos calificativos y afirmaciones desmesuradamente entusiastas. La típica retórica de venta del producto, pomposa, relamida, artificial y, claro, hueca. Al final, con la excusa de acercar la película al espectador y enseñarle lo que hay tras las bambalinas, en realidad siempre son artefactos publicitarios donde se idealiza el oficio del cine y se potencia la megalomanía del espectador. Si algo consigue Algo muy gordo, a partir de su ardid, es desmantelar de base dichos clips. Y se realiza desde la falsificación y desde la abstracción que lleva consigo remitirse a un referente inexistente, signo evolucionado de los pasos que dio el posmodernismo con su explotación de la deconstrucción y de la metaficción, precisamente para evidenciar la adulteración de esos documentales.
Siempre resulta muy romántica la figura del francotirador, el que se sitúa fuera de los cauces comerciales y critica el sistema. Pero hoy en día poco queda que no quede absorbido por este, es su propio mecanismo de defensa para desarticular la amenaza del disidente. En cierta manera, además, siempre es una postura cómoda y fácil, que por extensión otorga una pátina de autenticidad y de integridad. Lo complicado es hacerlo desde dentro, que es justamente lo que realiza Carlo Padial con Algo muy gordo y contando con la complicidad de un actor mediático como Berto Romero, que también participa en la escritura del guion. Eso le obliga al director a una inflexión en su trayectoria, si nos situamos retrospectivamente en relación a sus anteriores trabajos cinematográficos: Taller Capuchoc (2014) y Mi loco Erasmus (2011). Por un lado, tiene que abandonar la estilística voluntariamente desaliñada, los reencuadres epilépticos, los zooms y barridos bruscos y una filmación histérica y acumulativa. Tiene que fingir que está ante un lenguaje visual aséptico y con nula voluntad expresiva. Tratándose de un falso documental con fines cómicos, el contrato con el espectador, a diferencia del formato de no ficción y su búsqueda de la verdad, pasa por construir los cimientos de un artefacto construido a partir de la mentira pactada. En ello, en ese mimetismo ponen todo su esfuerzo para no romper la verosimilitud. Lo interesante del filme es comprobar cómo poco a poco se va agrietando todo el mecanismo formal y cómo gradualmente ese buen ambiente y esa parafernalia de lenguaje publicitario se va desarmando, cuando en el proyecto empiezan a surgir problemas, acercándose entonces a las obras dedicadas a películas frustradas. La comedia es entonces el siempre necesario resorte subversivo, donde lo que era un complaciente registro que deja testimonio para fomentar la rentabilidad económica del futuro filme, se acaba convirtiendo en un espía infiltrado. La cámara entonces cambia su punto de vista. La perspectiva ahora será la de levantar el manto de hipocresía, dinamitar el fingido «buen rollo» y en cuanto se desata el desorden y las cosas empiezan a fallar, emergen las flaquezas, inseguridades y los excesos de egolatría.
En este desprendimiento y en esta fina ironía en torno a la comedia comercial española, lógicamente, no tienen cabida los flashes delirantes y la anarquía de sus anteriores trabajos. Todo está milimétricamente medido, aunque no puede resistirse a algún pequeño quiebro o salida de tono. Nos esperábamos una hilaridad mucho más suelta. Pero ahí también Carlo Padial reafirma su exploración y continúa fiel a sus inquietudes cinematográficas. Porque, incluso en su contención, rompe las expectativas que genera al espectador, aunque ahora la línea sea más previsible, dada la ruta escogida. Igual que los Erasmus eran un pretexto en Mi loco Erasmus y el taller literario era una premisa en Taller Capuchoc, aquí sucede lo mismo con el rodaje, el cual genera ya de por sí solo un espacio irreal y alucinatorio, con esa pantalla verde y ese traje de captura de movimientos. Es como aquel fogonazo de una secuencia de Holy Motors (Leos Carax, 2012), ahora extendido a todo un largometraje. Por tanto, los ambientes claustrofóbicos y kafkianos tan queridos por su director se mantienen y el progresivo desquiciamiento de sus protagonistas, atrapados en sus quiméricos sueños y ambiciones desmesuradas, de los que acaban siendo sus propios prisioneros, también. Insiste de nuevo en el fracaso, pero especialmente en qué actitud tomamos frente a él. No resulta tan agria como las anteriores donde los personajes se autodestruían, cuando eran incapaces de salir de un obsesivo bucle, generado por sus propios deseos y especialmente por su desencaje con el entorno inmediato. Perdían el sentido de realidad porque eran incapaces de dilucidar esa cruel distancia entre lo que uno aspira y lo que uno puede realmente conseguir. En este caso, Berto quiere realizar otro tipo de comedia, salir de su propia zona de confort, mientras que el director quiere embarcarse en un cine más comercial. Ninguno de los dos lo consigue en el ámbito diegético, justo lo contrario que sucede fuera de él.
- El papel de Antonio de la Torre ha pasado a manos de Javier Botet, Carolina Bang también interpreta a la esposa del personaje de Berto y no participan Marta Fernández-Muro e Imanol Arias. ↩
- Sánchez Navarro, Jordi (2005): (Re)construcción y representación. Mentira hiperconsciente y falso documental en Torreiro, Casimiro y Cerdán, Josetxo (eds.): Documental y vanguardia. Cátedra, Madrid, pág. 64. ↩