Alien: Covenant

Retrato de androide con xenomorfo al fondo Por Pablo López

La capacidad de adaptación y transformación es una de las bases de la supervivencia. De la misma forma que la criatura de la saga Alien (el xenomorfo) se aprovecha de cualquier forma de vida para engendrar su progenie, la propia saga ha ido adaptando, entrega a entrega, desde que Ridley Scott lo empezara todo, allá por 1979, con Alien, el octavo pasajero. Trabajando con el miedo a lo desconocido, el terror hacia la máquina y el concepto lovecraftiano del horror cósmico, ideas muy acordes con los últimos latigazos de la paranoia imperante en los Estados Unidos durante la década de los 70, Scott creó una de las más notables piezas de género de la segunda mitad del siglo XX.

Como el éxito de taquilla suele conducir a la secuela, la duda que quedaba era cómo enfocarla. Una saga menor, de las que abundaron en los 80, habría repetido el patrón de la primera parte, cambiando solo aspectos circunstanciales, generando una serie de calcos en los que la secuela se convierte más en un eco de la narración original que un verdadero añadido. Este sería el caso, por ejemplo, de las películas de Critters (cuatro películas entre 1986 y 1992), Tiburón (otras cuatro películas entre 1975 y 1987) o Viernes 13 (nada más y nada menos que diez entregas entre 1980 y 2001).

Alien Covenant #1

Alien, el octavo pasajero

Sin embargo, la franquicia tuvo la fortuna de encontrarse con un ascendente James Cameron, recién salido del éxito de Terminator (1984). Este optó por llevarse la historia a un terreno propio de los 80, el del cine de acción, alejándola formal y tonalmente de la cinta de Scott, pero al mismo tiempo respetando muchas de sus señas de identidad. Para lograr esto, Aliens: el regreso (1986) recuperó a Ellen Ripley, el personaje de Sigourney Weaver, pero obligándola a dar el salto de superviviente a heroína y, más importante aún, madre. Así, la cinta de Cameron enfrenta, de forma literal, ese miedo a lo desconocido de la primera entrega con el tema de la maternidad, construyendo una película que encaja plenamente en la década de Depredador (Predator, John McTiernan, 1987) y Rambo II (George Pan Cosmatos, 1985) a la vez que resulta una subversión de la épica masculina encarnada por Stallone y Schwarzenegger (como explica muy bien el excelente video ensayo de Leigh Singer).

La gente respondió abrumadoramente bien a la operación de cambio de sexo ejecutada por Cameron y, una vez más, el éxito de taquilla forzó la situación. Alien 3 tenía que ocurrir, y fue un primerizo David Fincher el que acaba llevándose la criatura al agua en 1992. Si Aliens es puro ochentas, Alien 3 es cien por cien noventas. A través de una estética claramente influenciada por el lenguaje del videoclip (el terreno donde se había curtido Fincher), el director de Seven y sus guionistas dieron un importante volantazo, aniquilando (literalmente) todo lo construido por Cameron, para dar forma a una película de atmosfera deprimente y desesperanzada en la que el ser humano, no el xenomorfo, es la amenaza principal. El resultado, que bien podría haber salido de una pesadilla de Kurt Cobain o Trent Reznor 1, se siente, por desgracia, un tanto impostado y de un nihilismo algo aburrido.

Alien Covenant #2

 Alien 3

Tras el (relativo) fracaso comercial de Alien 3, y teniendo en cuenta que la historia de Ripley (casi más importante que el monstruo a estas alturas) parecía cerrada, la sensación generalizada era la de que la saga había llegado a su final. Pero el xenomorfo siempre encuentra la forma de sobrevivir, incluso cuando parece imposible. En este caso, un polémico recurso de guion (la clonación del personaje de Ripley) abrió la puerta a una nueva entrega, Alien: Resurrección (1997), esta vez de la mano de un Jean-Pierre Jeunet que aún no había revolucionado el lenguaje publicitario con Amelie (2001). Jeunet, puede que consciente de que el encargo que le habían hecho era profundamente absurdo (revivir a un cadáver y hacerlo andar), optó por no tomárselo muy en serio y dedicarse a trastear con los materiales heredados. Así, Alien: Resurrección deviene en un excéntrico juego con las constantes de la saga, profundamente molesto si se observa desde un respeto reverencial a las películas de Scott y Cameron, pero también muy divertido si se asume que esa mezcla de cómic europeo y cartoon de Tex Avery era el único camino posible para Jeunet. Como la gente no suele responder bien a estas maniobras (que son siempre un poco desmitificadoras), la película fue otra decepción en taquilla.

En Hollywood, dos fracasos seguidos pueden llevar a la muerte a cualquiera, así que el xenomorfo se vio obligado a vivir una larga temporada de las rentas, apareciendo como invitado especial en multitud de obras paralelas, desde películas como Alien vs. Predator (Paul W. Anderson, 2004) y su secuela a videojuegos y cómics (donde llegó a enfrentarse incluso a Batman). Este suele ser el camino de aquellas figuras culturales que se han convertido en iconos populares, y nuestra criatura lo entendió muy bien, hibernando, esperando hasta que llegase el momento propicio para un retorno.

Y, al final, ha sido la ola nostálgica que vivimos actualmente la que ha permitido al xenomorfo volver a las pantallas de la mano de su creador, el también experto en supervivencia Ridley Scott. Primero con Prometheus (2012) y ahora con Alien: Covenant (2017), Scott ha recuperado la franquicia a base de incorporar algunas de las normas impuestas por el boom del momento, las series de televisión: o sea, mucha trama y mucho contexto. Donde las cuatro películas anteriores trabajaban con argumentos simples y optaban por explicar su universo con unas pocas pinceladas sutiles, Scott y los guionistas de Prometheus y Alien: Covenant prefieren concentrarse en el detalle y narrar todo el proceso que conduce a la existencia del propio monstruo.

Jugando con toda una serie de conceptos religiosos, ambas películas desarrollan una especie de mitología en la que toda criatura, ya sea sintética u orgánica, es una creación de una raza previa, recuperando así los orígenes lovecraftianos de la saga. Los Ingenieros presentados en Prometheus son una suerte de entidad divina que juega al control cósmico a través de la biotecnología, una especie de Chtulu del siglo XXI, de la misma forma que las corporaciones juegan a ser dioses creando seres sintéticos inteligentes. Son precisamente estos seres los que tienen un papel predominante en las dos películas: los androides David y Walter, interpretados por Michael Fassbender.

Alien Covenant #3

Alien: Covenant

Tan predominante, de hecho, que ambas películas están llenas de personajes, pero solo esos androides tienen verdadero peso dramático. En Alien: Covenant, tanto Daniels, la protagonista, como el resto de colonos que viajan en la Covenant no son otra cosa que carnaza para las amenazas que presenta la película. Incluso el alien es poco más que un requisito a cumplir para que la película pueda pertenecer a la franquicia. Podríamos cambiarlo por un velocirraptor o un tiburón volador y el resultado sería el mismo, algo impensable en anteriores entregas de la saga. Alien: Covenant consigue que tanto el monstruo como los humanos que mueren a manos de este resulten irrelevantes.

Al igual que Jeunet se volcó en lo lúdico para salvar la papeleta, Scott podría haberle insuflado vida a su película a través de la puesta en escena, pero su predilección por los personajes sintéticos es demasiado evidente, y solo en las escenas que giran en torno a David y Walter se consigue una cierta identidad visual. El resto del filme va dando bandazos de un lado a otro de la saga, de un referente a otro, incapaz de construir una personalidad propia: al principio parece querer recuperar la atmosfera de Alien, el octavo pasajero, para luego abandonar esa intención en favor de una extraña mezcla que coge cosas tanto de Aliens como de Prometheus y va lentamente desbarrando, llegando incluso a presentar una pelea que parece un descarte de la trilogía de Bourne y una escena de sexo digna del más rutinario slasher juvenil. Si a esto le sumamos que Alien: Covenant tiene los mismos problemas de lógica que Prometheus (por alguna razón, la Tierra ha decidido enviar a la gente menos preparada que tenía a colonizar otros planetas), y a pesar de algunos chispazos de nervio narrativo, resulta muy difícil sentir ningún tipo de entusiasmo por el resultado.

Alien Covenant #4

 Alien: Covenant

Esa falta de entusiasmo genera una sensación aún más incómoda: la de falta de justificación. Scott vuelve a su creación para tratar de explicarla, pero lo único que consigue es destruir el misterio. En una operación parecida a la de George Lucas con los midiclorianos y la Fuerza, Ridley Scott regresa para decirnos que todo lo que habíamos visto hasta ahora era poco más que el trabajo de un mad doctor, y que al final lo que verdaderamente importa no son ni los humanos ni los monstruos. No, lo que verdaderamente importa es que un androide se siente traicionado por su creador. Más o menos como debe sentirse el xenomorfo.

  1. Curiosamente, Trent Reznor fue el compositor de la banda sonora de Quake (Id Software, 1996), un videojuego cuya estética está claramente influenciada por Alien 3.
Share this:
Share this page via Email Share this page via Stumble Upon Share this page via Digg this Share this page via Facebook Share this page via Twitter

Comenta este artículo

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>