Almost in Love

Casi enamorados, casi sin cortes, casi real. Por Belén Sagredo

Esta fiesta será de lo más excitanteBrandon en La Soga (Rope, Alfred Hitchcock, 1948)

La imagen se nos antoja familiar: un grupo de amigos se reúnen en la azotea de uno de ellos para celebrar una distendida barbacoa en una soñada terraza de Staten Island,aderezada con conversaciones triviales sobre el amor, las relaciones de pareja y el beisbol (aquí sería el fútbol, pero para eso estamos en EUA).

Los invitados: escritores, diseñadoras, modelos, jugadores profesionales…y el onírico entorno que esta recién estrenada -y atrayente para algunos- fauna moderna de yuppies “hechos a sí mismos” frecuenta, nos seduce. Y el director Sam Neave (Cry, Funny, happy, 2003), conocedor de ello y utilizando como reclamo una mirada en plano secuencia que nos va a permitir traspasar la pantalla, nos invita a la velada en Almost in Love, con la promesa de permitirnos participar de los debates superfluos de estos triunfadores, de poder tomar una copa con ellos, de decidir en qué grupo nos sentimos más cómodos o de probar esas hamburguesas que nunca se acaban de hacer.

Pero pronto descubrimos que la barbacoa (metáfora quizá de la irrealidad de la propuesta) no es una auténtica barbacoa de carbón (sino eléctrica como insisten una y otra vez) y que la pose madura, esterilizada, armoniosa y pseudo intelectual de los asistentes al evento, tampoco es auténtica. Como no lo es nuestra invitación a tan distinguido evento, algo que descubriremos a medida que avance el relato.

Y no lo es porque, paradójicamente, el doble plano secuencia de cuarenta minutos exactos cada uno donde Neave articula esta historia de heridas no cicatrizadas, amores no superados, confesiones y rencores, lejos de integrarnos física y emocionalmente en la narración la desnaturaliza, alejándonos de la misma.

Los constantes movimientos de cámara, el insistente uso del zoom focalizando los relatos y los personajes en los que el director desea que orientemos nuestra mirada a cada rato, y el modo en que éste silencia esas conversaciones que a su parecer no merecen nuestra atención, manipula nuestra percepción y coarta nuestra libertad como espectadores, a la vez que nos hace conscientes que no somos bien recibidos en la celebración, como sucede con el personaje de Kyleen (Gary Wilmes).

Deseamos entonces estar en otro lugar, cenando, por ejemplo,  junto a Brandon (John Dall), Phillip (Farley Granger) y Rupert Cadell (James Stewart) en su asfixiante apartamento de Manhattan en La Soga (Rope, Alfred Hitchcock, 1948). O más bien, al otro lado de la pantalla disfrutando del asombroso y sobrecogedor uso integrador que el maestro del suspense hacía por primera vez de ese plano secuencia único que ya forma parte de nuestro imaginario cinéfilo.

O incluso desgranando las múltiples posibilidades narrativas y cinematográficas que ese recurso estilístico y formal, mediante el cual Neave construye caprichosamente toda su historia, nos ha regalado de la mano de algunos de los mejores directores, antes y ahora, por decir: Orson Welles (Sed de mal, Touch of Evil, 1958), Scorsese (Uno de los nuestros, Goodfellas, 1990) o el Linklater de la trilogía del amor cambiante (Before Sunrise/ Before Sunset/ Before Midnight, 1995/ 2004/ 2013).

Pero el experimento de Neave se queda justamente en eso: en un experimento estilístico y formal que de modo exhibicionista muestra un atrevimiento que, si bien puede funcionar como señuelo publicitario, actúa al margen de las peripecias de sus protagonistas.

Almost in Love 2

Esos que, cuando sienten que el zoom de la cámara les está enfocando, aprovechan para personificar con tibieza y a través de los reproches a los demás -los amigos en este caso- sus conflictos amorosos. A la vez que se rebelan contra los convencionalismos de esa sociedad moderna y autosuficiente, responsable precisamente de convertirles en quienes son. Mientras, quizá sin pretenderlo, retoman la mirada hacia la lucha de sexos, y los roles masculinos y femeninos socialmente aceptados, si bien otorgan de nuevo a la mujer ese equívoco (y molesto he de decir) papel de anhelante mujer casada deseosa de contraer matrimonio a toda costa.

Neave quita la máscara a sus yuppies sin cortar la imagen, les desnuda, les expone, les despoja de su autoconsciente madurez, de su límpida imagen, les envilece tal como Buñuel haría de manera magistral e inolvidable con su burguesía mejicana en El ángel exterminador (1962).

Pero para cuando esto ocurre, nosotros ya nos hemos ido de la fiesta.

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