Amar, beber y cantar
C’est la comédie Por Fernando Solla
Stop worrying if your vision is new
Let others make that decision –they usually do
You keep moving on (…)
Anything you do, let it come from you
Then it will be new.
Give us more to see…
Ya está. Ahora sí. La última de Alain Resnais. El D’A 2015 ha programado en la sección Direccions la obra postrera del realizador, además de proyectar seis de sus filmes a modo de tributo. Culminación de una carrera que abarca casi ocho décadas y cinco decenas de títulos. A sus noventa y un años de edad, Resnais eligió una obra del dramaturgo británico Alan Ayckbourn como material de base para Amar, beber y cantar. Titulado originalmente Life of Riley (2010), el autor francés distinguió por tercera vez un trabajo de Ayckbourn tras Smoking / No Smoking (1993), adaptación de Intimate Exchanges (1983), y Asuntos privados en lugares públicos (Coeurs, 2006), que hizo lo mismo con Private Fears in Public Places (2004). Para su versión, Resnais volvió a apostar por una puesta en escena de naturaleza teatral que se aleja de la representación filmada y aboga por un ritmo pausado en el desarrollado pero insignemente cinematográfico en su estructura y planificación.
El cine como modus vivendi. Como algo temporal que sólo será reemplazado por la muerte. Hablábamos de ubicación teatral, además de actuaciones afectadas y toques surrealistas, en este caso ilustraciones obra del dibujante de cómics Blutch, que localizarán las casas de los protagonistas, y dos significativas apariciones de un topo de trapo que parece reírse de ellos. Esfuerzo por disfrazar con alegría y comicidad la melancolía que afecta a tres parejas de clase media y sus dificultades por afrontar sus problemas amorosos y la soledad. Bajo el pseudónimo de Alex Reval, Resnais participó de la escritura del guión junto con Laurent Herbiet y Jean-Marie Besset. Tres autores que trasladan con fidelidad el texto original manteniendo el medio y, por tanto, la localización geográfica en la campiña de Yorkshire (Inglaterra) sin movernos de un escenario que podría estar en cualquier lugar. Escenario donde caerán las caretas de todos al enterarse que a su amigo George Riley, al que no veremos ni escucharemos en todo el metraje, se le ha diagnosticado un cáncer terminal.
El filme cuenta con incondicionales del cine de Resnais como Sabine Azéma y Andre Dussollier, además de Hippolyte Girardot y Sandrine Kiberlain. Fiel a su propuesta, el realizador cerró su reparto con la miembro de la Comédie-Française Michel Vuillermoz y la acreditada actriz teatral Caroline Silhol. Seis intérpretes para seis personajes de los cuales ninguno será el protagonista, trono que ocupará el ausente George Riley, motriz de las vidas de todos, así como el vector que las une.
Sin querer desvelar más detalles que los estrictamente necesarios, el anuncio de la enfermedad y muerte inminente de Riley propiciará que los seis amigos le ofrezcan un papel destacado en la obra de teatro que están ensayando, situándolo de nuevo como máximo catalizador de su existencia. Con el paso de los meses, el asunto llegará a su punto crítico cuando las tres mujeres sean invitadas por el enfermo a sus últimas vacaciones en Tenerife, lo que obligará a los maridos a tomar conciencia de la repercusión de su falta de atención y sus infidelidades para no perder a sus esposas a causa esa obstinada fuerza invisible llamada George, que a pesar de encontrarse en el lecho de muerte tiene el poder de volver sus matrimonios del revés.
Resnais sitúa la mayoría de la acción en el patio trasero de las viviendas de las tres parejas, reservando una única y definitiva escena interior para cada una de ellas. La dirección artística de Jacques Saulnier, otro habitual, dispone de modo colorido y caricaturesco el espacio, delimitado por largas secciones de tela que sirven de fachadas y puertas. La fotografía de Dominique Bouilleret, en cambio, buscará el realismo cinematográfico tradicional al captar los movimientos y las expresiones de los actores, renunciando a la perspectiva general que un espectador disfruta en un teatro en favor de los primeros planos de los intérpretes. Esta técnica sirve para contextualizar Amar, beber y cantar dentro del cine experimental que el realizador ha ido desarrollando a lo largo de toda su filmografía, llevando al extremo el artificio del teatro y mostrando cierta disconformidad con las estructuras narrativas clásicas para mostrar la realidad de las personas. Este cuestionamiento lo comparte con Ayckboum, que suele mostrar los secretos y mentiras de las parejas suburbanas en confrontación con un suceso inesperado, en este caso, el devenir de George Riley.
Por tanto, el título que nos ocupa sea quizá la muestra más elocuente de la voluntad de Resnais. Nunca ha buscado filmar teatro, ni desarrollar un estilo afectado o pedante, ni siquiera abstracto per se.
Amar, beber y cantar demuestra definitivamente (no habrá más ocasiones) que el autor ha utilizado estos recursos para probar que el cine puede abarcar todas las formas de arte, superando incluso al teatro.
De algún modo, la voz de Resnais se hará presente en el filme, en un divertido encuentro después de la representación final en que Simeon (Dussollier) afirmará “Je préfère le cinema”.
Recordando el anterior filme de Resnais, Vous n’avez encore rien vu (2012), el autor parece seguir desarrollando la premisa del mismo, ya que sus personajes principales también eran actores ensayando una obra de teatro motivados por la muerte de un allegado. En aquella ocasión asistíamos a una especie de encaramiento de un grupo de primeras figuras del cine y el teatro galo consigo mismos, a raíz de la muerte de un director que había trabajado con todos ellos. En este caso, Resnais parece recurrir al anonimato de los protagonistas, acercándolos a esa clase media aburguesada que en tantas ocasiones ha retratado y, convirtiéndoles en un grupo de aficionados, profundiza precisamente en esa falta de profesionalidad con la que los mortales afrontamos nuestras vidas y el poco talento que desarrollamos para relacionarnos con nuestros semejantes. Más melancólico y reflexivo que pesimista, el realizador situará a los personajes leyendo con libreto en mano escenas y conversaciones cotidianas. Esta opción enfatiza la frustración de los mismos en su estancamiento vital.
Independientemente del fallecimiento de Resnais, y aunque la película carezca de cualquier voluntad concluyente en su discurso, Amar, beber y cantar nos acerca a una tesitura que sirve para resumir la visión que el autor tenía de su figura como realizador. Si nos fijamos, la obra que ensayan los protagonistas de la película no es otra que Relatively Speaking (1965), el primer y mayor éxito teatral de Ayckbourn, referencia usada también en el original Life of Riley. Esta necesidad de seguir replanteándoselo todo desde uno mismo, de seguir cuestionando el modo de entender la vida que nos rodea a través de la manifestación artística de nuestro oficio, obviando el reconocimiento y los laureles externos, es de lo más elocuente y necesaria, incluso irreverente hacia el discurso imperante en la actualidad cinematográfica.
Por esa voluntad de seguir navegando a contracorriente, desde la sombra y el anonimato (como el personaje de George Riley), dirigiendo a su troupe sin reclamar más protagonismo que el necesario, recordaremos a Alain Resnais como aquel autor que con cada largometraje se transformaba en una voz que, siempre con buena cara, nos mostraba en pantalla grande nuestras dudas y fracasos. Nuestra historia. Amar, beber y cantar propone una última sacudida. Amable, incisiva, conveniente y (cómo no), voluntaria. Así sea, Alain Resnais.
TRAILER:
El suyo es un hermoso comentario al último atrevimiento cinematogáfico de Alain Resnais, un innovador del cine, un revolucionario, aun en su adopción de géneros convencionales. Hablada sin pausa, paradójicamente cinematográfica en su teatralidad, «Amar beber y cantar» puede considerarse como un auto-homenaje de su director, que como el personaje George Riley, no aparece en la escena, pero manejando la cámara muestra su enorme habilidad de titiritero.