Amor carnal (The Bad Batch)
Por Blanca Rego
Hace unos meses leía una entrevista con Ana Lily Amirpour en la que ella misma explicaba que tiene dificultades auditivas. Tiene una sordera del 30% de nacimiento, lo que significa que al no escuchar muchas conversaciones su manera de percibir y sentir es mucho más visual que la de otras personas. Esto se traspasa a su cine, siempre de pocas palabras, algo que incomoda a algunos espectadores. Recordemos muchas de las críticas que se han hecho durante estos últimos años a películas como Solo Dios perdona (Only God Forgives, Nicolas Winding Refn, 2013), acusadas de no tener más de dos páginas de guión, como si un guión fuese una lista de las frases que recitarán los actores.
Es obvio que la discapacidad auditiva de Amirpour es una ventaja a la hora de hacer películas. Amor carnal (The Bad Batch, 2016) es un filme visualmente intenso, repleto de imágenes icónicas, que huye de lo literario y de lo teatral como de la peste. No obstante, Amirpour se deja llevar en algunos momentos por la falsa necesidad de explicar ciertas cosas, por los diálogos, y ahí es precisamente donde Amor carnal pierde el rumbo.
La historia transcurre en un entorno que podría estar sacado de cualquier western, y aunque aquí también hay forajidos que campan por el desierto a sus anchas, no lo hacen desde la libertad, sino desde el confinamiento en un espacio a medio camino entre el centro de detención, el campo de refugiados y el campo de exterminio. Igual que un campo de exterminio, esta prisión confina a personas consideradas no suficientemente buenas, inteligentes, jóvenes, saludables, ricas, cuerdas, blancas… En resumen, diferentes, y tatuadas con un número de serie, exactamente como en los campos de concentración nazis.
Este terreno sin ley está situado detrás de una valla que recuerda al muro que separa EE. UU. de México.
Al ser depositado por las autoridades detrás de esa valla, pasas de EE. UU. a Mad Max. El primer asentamiento con el que se encuentra la protagonista, o más bien con el que la obligan a encontrarse, es una pesadilla a medio camino entre La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, Tobe Hooper, 1974) y un poblado de vigoréxicos quinquis californianos. La otra única opción es una ciudad con todas las características de un pueblo fronterizo latinoamericano, entre el paraíso y la pocilga, gobernada por un megalómano erigido a sí mismo como figura religiosa que ofrece felicidad, o más bien ataraxia, a base de misas techno y comuniones con tripis. La disyuntiva entre el caos (la anarquía) y el control (la sociedad) se presenta como una elección imposible entre ser víctima de salvajes caníbales o de una secta. Ante tal disyuntiva, la única posibilidad es huir de todo y de todos, o hacia lo más parecido que encuentres a una familia.
Amor carnal es en ciertos sentidos una película de disyuntivas, pero muchas veces opta por las dos soluciones en lugar de quedarse con una de ellas. La escena más incómoda de la película transcurre a ritmo de éxito pop festivo (All That She Wants de Ace of Base), mientras que el viaje psicodélico de la protagonista parece sacado directamente de un póster new age comprado hace veinte años en unos grandes almacenes. A veces esta contraposición funciona, como en el caso del uso de la música pop, otras no sabes muy bien si se trata de ironía, sarcasmo o simplemente falta de un recurso más sofisticado.
La disyuntiva está presente incluso en la escena final, excesivamente almibarada, típica de un drama romántico ligero. Quizá esa última imagen funcionaría mejor si tuviese un tono más satírico, pero parece más bien un intento de llevar la película a un terreno que no queda muy claro que sea el suyo, el de una historia de amor que uno podría pensar que está solo presente en la traducción del título a castellano.
En realidad, el cine de Amirpour es un cine pastiche, una mezcla de géneros e influencias más o menos obvias en las que a veces se pierde. El pastiche en sí no es algo malo, hay grandes maestros del pastiche que aún revelando todas sus influencias tienen voces muy personales. No es que Amirpour no tenga una voz personal, Una chica vuelve a casa sola de noche (A Girl Walks Home Alone at Night, 2014) es una de las películas de vampiros más personales de los últimos años, y Amor carnal es también una rara avis dentro del panorama actual, incluso dentro del panorama del cine de género. La gran capacidad visual de Amirpour te atrapa en un terreno próximo al del cómic. De hecho, su anterior película acabó siendo adaptada a ese medio, y esta bien podría terminar también ahí. Se trata de un cine que busca la narrativa visual, algo que debería buscar todo cine y que normalmente brilla por su ausencia, porque explicar las cosas a través de gente hablando, por mucho que estén hablando delante de una cámara, no es narrativa visual.
Los encuadres, los colores, los gestos, los movimientos de cámara son los que deberían explicar la historia, no los diálogos, y Amirpour lo sabe, aunque a veces haga decir a sus personajes cosas que no hacía ninguna falta decir, quizá por tener la sensación de que se deben dar explicaciones, un prejuicio que mucho cine sigue sin sacarse de encima. En su mayor parte, Amor carnal es una película sin diálogos, con personajes que hablan poco o que incluso no hablan nada, por eso resulta tan chocante cuando dedica demasiada palabrería a algo que no requería ninguna. La escena en la que es más evidente es cuando hay un diálogo entre los dos protagonistas sobre por qué han terminado dónde han terminado. En realidad, solo lo explica uno de los dos, y es un diálogo metido con calzador para dejar claro que no está ahí por haber cometido un delito, sino por otras razones más enraizadas en lo político, o racial, que en lo realmente criminal.
El objetivo de ese diálogo no queda nada claro, podría ser un simple recurso para que empaticemos con el personaje, pero en la película hay otras escenas que consiguen exactamente eso mismo sin necesidad de dar explicaciones que no van a ningún sitio. Ese es el principal problema de Amor carnal, que teniendo todos los ingredientes para ser una gran película no tiene muy claro a dónde va, pero el poder de fascinación que ejercen algunas de sus imágenes es suficiente razón para dedicarle dos horas.