Amor y amistad

El cuarto mandamiento Por Mireia Mullor

Todo lo que escribió Jane Austen se ve ridículo desde la perspectiva de hoy.

¿Nunca se te ha ocurrido pensar que el presente, mirado desde la perspectiva de Jane Austen, se vería incluso peor?Diálogo de ‘Metropolitan’ (Whit Stillman, 1995)

Como muchas mujeres artistas a lo largo de su carrera, Jane Austen siempre ha sido una incomprendida. Es evidente que su importancia en la literatura universal está más que reconocida (¡faltaría más!), pero es curioso cómo su fama e influencia más pronunciada sobre el medio cinematográfico se ha centrado en el romanticismo y, en ocasiones, en su supuesta cursilería.

Sí, Jane Austen era una romántica. Pero no porque hubiera leído demasiados libros del género y se hubiera llenado la cabeza de príncipes azules y unicornios. No, ella era una romántica porque creía genuinamente en el amor. Así lo ha demostrado una y otra vez a lo largo y ancho de sus novelas, en las que hay un debate constante sobre qué significaba enamorarse en una época en la que el matrimonio era poco más que un trámite. Hoy vivimos influenciados por la cultura popular y sus mitos románticos materializados especialmente en el cine, excesivamente idealizados y encorsetados alrededor de una fuerte influencia de la religión judeocristiana, pero Austen simplemente defendió la existencia de un sentimiento más puro y profundo, y que desde luego no casa con la mojigatería de su época.

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Amor y amistad es el título que se ha dado a la adaptación cinematográfica de una de las novelas más desconocidas de Austen,  Lady Susan. Ésta rompe sobre el papel con varios aspectos consolidados de su estilo: pasa de la narrativa a la estructura mediante cartas y, además, huye de la historia romántica idílica como motor principal de la historia. Sin embargo, su capacidad para crear diálogos y narrativas irónicas, hilarantes y críticas con lo establecido, así como de romper los tópicos femeninos y masculinos instalados en la vida social victoriana, brilla más que nunca en el ir y venir de una viuda que quiere casar a su hija con un hombre dotado (de fortuna) y a la vez ser ella siempre el objeto real de deseo.

El cineasta Whit Stillman ya demostró su fascinación por Austen en Metropolitan (1995), una película centrada en un grupo de jóvenes de la clase alta neoyorquina que pasan veladas enteras hablando de temas diversos, que se mueven pese a su aparente libertad en un entramado de normas sociales asociadas a su estatus y que, poco a poco, tejen entre ellos diversas relaciones amorosas con diferentes finales. Su planteamiento, así como su construcción afilada de los diálogos y el cartel promocional de la película, no podían ser más Austen. Aun así, es a través de uno de los personajes femeninos que Stillman nos confirma nuestras sospechas: Audrey Rouget (Carolyn Farina) es una apasionada de la autora británica, a la que saca en diversas conversaciones con su enamorado, Tom Townsend (Edward Clements). Es en una de ellas cuando pronuncian, por ejemplo, el intercambio de ideas que hemos podido leer al inicio de este texto.

Amor y amistad 2016

Era necesario repasar estos aspectos -la posición de Austen en el imaginario colectivo y la relación de ésta con el cineasta en cuestión- para abordar una obra tan fantásticamente conjugada como Amor y Amistad. En la que es la historia más antigua que nos ha llegado de la autora (se estima que la escribió entre 1793-1794), la bella viuda Lady Susan Vernon maneja los hilos del destino de todos los que la rodean a base de sonrisas, seducción y afinados dotes para la actuación. En su estructura original, el relato está escrito a través de cartas cruzadas entre los personajes, de modo que acabamos conociendo todos lo detalles de la historia en una lectura en primera persona. Trasladar esto a la pantalla no era tarea fácil.

Stillman comienza el film con un sonido de tambores muy peculiar, casi anunciando un fusilamiento. Le acompañan una serie de estampas en las que aparecen uno por uno los personajes de la historia, mirando a cámara orgullosos con su nombre y una divertidísima descripción de su persona. El director ya marca desde el inicio el tono del film, que es y ha sido siempre el estilo literario de Jane Austen. A diferencia de otras producciones (salvando quizás las adaptaciones de Orgullo y Prejuicio de la BBC y Joe Wright, y las representaciones de Emma, por tener un carácter más pícaro que sus novelas hermanas), Amor y Amistad se embarca de lleno en el universo escrito de la autora y no se queda simplemente en la superficie de sus temáticas y conflictos.

Amor y amistad Stillman

En esta historia en concreto, vemos más claro que nunca el poder que podían ejercer las mujeres ante unos hombres que pocas veces se percataban de lo que sucedía -“quizás sea falta de alimento”, dice uno de ellos ante los lloros de Frederica Vernon- y eran, además, objeto de burla para la implacable Lady Susan y su amiga, la señora Johnson, quienes decían que en el cortejo masculino con intenciones de proposición matrimonial siempre hay un alto “grado de hombría rídicula que una mujer tiene que soportar”. Pese a que ella, como mujer viuda, no tiene un techo bajo el que vivir y tiene que ir mendigando a sus familiares, hay un poder femenino invisible que se manifiesta en los asuntos sociales y del corazón, único ámbito -junto al del hogar- en el que las mujeres podían tener algo de influencia. Esto es, la esfera íntima. Es este el punto clave de la obra de Austen, que recurre al humor -y al amor- como vía de escape de una realidad asfixiante y encorsetada.

El acierto de Stillman es algo, curiosamente, muy simple y lógico: comprende a Jane Austen. La ha leído, la ha entendido, la admira y comparte su visión de los entornos sociales. El resultado de esto es que la película tiene añadidos inexistentes en el libro, y aun así ninguno desentona lo más mínimo. El cineasta se ha mimetizado con el estilo austeniano para poder conformar su propio discurso sin dejar de ser fiel al original. Afortunadamente, él ha honrado a la “madre” y ha cumplido, como en la película le pide la protagonista a su hija, el cuarto mandamiento. ¿O era el quinto?

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