Amy (La chica detrás del nombre)
Retrato del exceso Por Paula López Montero
“I cheated myself, like I knew I would
I told ya I was troubled, yeah ya know that I'm no good”
La historia de Amy Winehouse es archiconocida mundialmente por esa tragedia bañada en excesos y drogas pero sobre todo talento y buena música. El dilema, al plantearse todo ejercicio cinematográfico, está en cómo representar estos biopics, documentales, o retratos de rostros deícticos que a menudo se ven maleados por corrientes sensacionalistas, mercancía para fans que buscan hasta en las sombras.
Cuando accedes a un documental donde el peso de la taquilla corre de cuenta del espectador y está puesto todo en el “saber el por qué” o entrometerse en los vericuetos de la prensa rosa, lo último que puede pasar es que tengas en cuenta la apreciación por parte del director y dejes tu mente y curiosidad cotilla navegar hasta los recodos de la intrahistoria. Y sucede en el caso de Amy, al igual que sucedía (o al menos yo tenía esa sensación, con Citizenfour).
Para mi gusto sigue habiendo una clara diferencia a uno y otro lado del Atlántico de hacer cine, lo que a menudo no nos paramos es en las también claras diferencias de hacer un documental. Pero tengo varios puntos y aplausos para el director que con un ejercicio tan complicado sabe hacer un retrato de la decadencia, pero sobre todo del don musical de Amy Winehouse, de los que hablaré posteriormente.
1922, aparece el primer gran documental en Estados Unidos: Nanuk, el esquimal (Nanook of the North, Robert J. Flaherty), como contraposición de la excesiva tendencia a la ficción que se había estado dando a las posibilidades de los aparatos cinematográficos que habían olvidado aquel registro de la realidad proveniente de la fotografía. Flaherty al otro lado del charco se atrevía con esa captación de la experiencia fenomenológica de un esquimal. Francia, 1924, Fernand Leger mostraba el lado poético de la realidad con su Ballet mécanique. Y aunque a lo largo de su historia ambas corrientes han ido intercambiando nacionalidades, con una tendencia al vaivén creacional, es (para mi gusto) con la consolidación de Hollywood como industria y el capitalismo como ideología lo que marca una clara tendencia a hacer a partir de la década de los 50 documentales expositivos que pronto se dejaron llevar por la mercancía y el sensacionalismo. Pero también fue clave de manipulación ideológica en la Europa de entreguerras. El control de la realidad también se convirtió en la mejor estrategia ideológica. Cabe plantearse ¿hasta qué punto un documental capta la realidad?
¿Qué tiene que ver eso con Amy (La chica detrás del nombre)? Lo que trataba de revelar con esa ínfima introducción al documental es que en cuanto se encuentra a los servicios de la ideología poco o nada queda de su esencia. Y es por ello que encontrar un documentalista independiente, sin necesidad de taquilla y recaudación, hoy, en el universo posmoderno es muy complicado. Amy, documental entre el modo expositivo y el participativo, como anunciábamos al inicio de esta crítica, está teñido de esa doble cara que es la prensa mediática, pero para mi gusto (siendo fiel a la historia) Asif Kapadia nos muestra el deterioro y la excesiva superficialidad de los medios de comunicación que usan el chiste fácil y la crítica sin construcción para vender. ¿La culpa quizá sea de la sociedad que lo consume? ¿O es que la sociedad está educada a necesitarlo?
Asif Kapadia se atreve con un nombre muy pero que muy controvertido, Amy Winehouse. Para contar en dos horas cronológicas el deterioro de una de las mejores cantantes de Jazz de la historia. Se muestra una Amy a través del video casero, a través de sus letras y canciones que expresan perfectamente sus sombras en su corta historia. Desde la marca imborrable que le causa la separación de sus padres, como su personalidad nerviosa y compulsiva, hasta el no ser consciente del todo de su propio don. Al principio se nos muestra una chica con carácter, desenfadada, enamorada de la buena música y fugitiva de las grandes aglomeraciones. Solía decir que ella era una “cantante de Jazz” y por ello prefería espacio más reducidos e intimistas. Pero el éxito profesional poco a poco la hicieron ir confundiendo ventas con popularidad. Y manejada por la mala influencia de su marido y las drogas, el estar al servicio de la Industria le hacen sacar el lado más sumiso de la cantante, pero también el más radical y oscuro: “Back to black”.
En cierto punto del documental, con voz en off, se nos cuenta como Amy siendo ya joven tenía episodios de depresión que sólo podía llenar con la música. Bulimia y consumo de drogas unido al alcohol y una tormentosa relación con su marido Blake Fielder acabaron reuniéndola en el podio maldito del número 27 junto con Jimi Hendrix, Brian Jones, Jim Morrison, Janis Joplin y Kurt Cobain. Y yo en este punto de la crítica me pregunto, cómo reconstruir su historia que con ese halo de deíctico se fueron los mejores músicos de la historia. Coincidencia o no, dicen que algo tiene que haber.
Kapadia hace un retrato de la decadencia posmoderna que para mi punto de vista, aunque es difícil en cierto punto no rellenar su historia de mediáticos acontecimientos, refleja de forma certera la turbulencia y el vaivén de sentido en la posmodernidad, los excesos y el consumo como forma de evadirse de una realidad esquizofrénica, y por supuesto, lo difícil que es llevar un talento que sobresale hasta de sí mismo.