Antboy: Revenge of the Red Fury

El regreso del Niño Hormiga. Por Domingo López

En ocasiones no viene mal durante los periplos festivaleros escaparse un rato de las secciones oficiales y bucear entre los listados de títulos que componen el resto de la programación. En una de esas apuestas a ciegas nos metimos a ver una película danesa de la parrilla para niños del festival de Sarajevo. Y bueno, quizá tampoco se pueda decir que hayamos descubierto a un nuevo Orson Welles, pero el buen rato que nos regaló la secuela de Antboy ya no nos lo quita nadie.

Seguramente algún lector se esté preguntando si este superhéroe con antenas y adicto al chocolate está relacionado de alguna manera con el Antman recientemente estrenado en nuestras carteleras. La respuesta es no. El chico-hormiga de esta taquillera saga europea está basada en una colección de libros juveniles del escritor danés Kenneth Borg Andersen, que tiene publicadas en nuestro país novelas como El Aprendiz del Diablo. Para mayor sorpresa del que esto escribe, la película anterior de esta serie, fue estrenada en nuestro país el año pasado con el título de Antboy, el Pequeño Gran Superhéroe (Antboy, Ask Hasselbalch, 2013), seguramente en una distribución tan limitada que muy pocos llegaron a enterarse.

Antboy 2 Revenge of the Red Fury

Iniciarse en una saga superheróica en su segunda entrega tiene la saludable ventaja de ahorrarte toda la ineludible introducción en la que nos explican cómo el paladín justiciero de turno adquiere sus fabulosos poderes. En este caso, el mofletudo protagonista recibiría el mordisco de una extraña hormiga y, de la noche a la mañana, vería su fuerza y su habilidad para la lucha aumentadas. Del traje y el resto de gadgets se encargaría un amigo aficionado a las manualidades y la ciencia.

Si en la entrega precedente, Antboy se enfrentaba a la amenaza de The Flea (un supervillano que fue picado por un escarabajo y que aumenta sus poderes tras la ingesta de un misterioso zumo de hierbas) terminando la historia con su ingreso en prisión (donde permanece durante esta película), en la continuación nuestro protagonista se mete en problemas aún mayores por culpa de un enemigo mucho más mundano y peligroso: una chica celosa.

Y es que Pelle (que es el nombre real del chavalín que se esconde tras el traje) ya tiene 13 años y quiere pasar a mayores con Amanda declarándole su amor. En estas que otra chica entra en escena para formar un triángulo sentimental adolescente y se desata la tragedia. La tercera en discordia, una muchacha nerdy-style con gafas y escasamente femenina (aunque a mi parecer infinitamente más guapa que la rubia Amanda, a la que todo apunta a que el día de mañana se convertirá en una señora de la Europa del Este con aspecto de cortadora de troncos) terminará echando mano de un experimento fallido de su padre, un inventor con escasa tolerancia a la frustración, convirtiéndose en una supervillana conocida a partir de entonces como Red Fury, con la habilidad de hacerse invisible a su antojo y repartir tollinas a discreción.

Antboy

Cualquiera que haya visto esta cinta (o quizá la anterior) seguramente no deje de preguntarse qué es lo que ven estas mozas (que le sacan una cabeza al mofletudo protagonista) en Pelle/Antboy, más allá de la erótica del poder (o del súperpoder). Pero bueno, es cine fantástico y les concederemos la licencia.

Una de las sorpresas de la película (quizá por la escasa distribución que el cine comercial procedente de Dinamarca tiene en nuestro país) es el excelente ritmo y factura del filme. No estamos ante un blockbuster al estilo americano, pero dentro de sus ambiciones locales no se le puede achacar un pero a este Antboy 2. Su guión quizá peque de estar lleno de lugares comunes (tanto del cine de superhéroes como del romántico) pero esto juega a favor de la película, haciendo que el espectador se sienta como en casa y no ante un experimento inaccesible (como sucede con algunas cintas similares procedentes de exóticos países del sudeste asiático).

Hay que agradecerle a su director, Ask Hasselbalch, la cinefilia que transmite en la película, como todos esos guiños a cintas como Hellboy o a Carpenter (su director favorito), y que pese a tratarse de su segunda cinta para la pantalla grande tras el primer Antboy (y una larga serie de videos musicales para artistas daneses y algunos cortos de terror) ponga toda la carne en el asador para que, incluso el espectador más reacio al cine para niños, logre engancharnos y entretenernos con el palomitero espectáculo que nos propone. Y eso tiene mérito.

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