Aquel querido mes de agosto

Sueño de una noche de verano Por Belén Sagredo

Rodar una película es cómo viajar por el Lejano Oeste. Primero se espera tener buen viaje, y pronto se duda de si se llegaráFrançois Truffaut, La nuit américaine (La noche americana, 1973)

Con mucha frecuencia los proyectos se nos frustran: más cuándo estos no dependen sólo de ti y tu voluntad sino, y más aún, cuándo penden del complejo e imbricado sistema de producción y financiación que conlleva hacer una película. No era, por lo tanto, Aquel querido mes de agosto , la película que Miguel Gomes (A cara que mereces, 2004) empezó a rodar en 2006 la que deseaba hacer. Y es improbable que sepamos al cien por cien cuál era esa que deseaba retratar cuando el lisboeta junto con un equipo de 5 personas (nimio equipo dicho sea de paso), recorrió los 270 kilómetros que separan su ciudad natal del pueblo interior y montañoso de Arganil.

Pero visto lo visto, o más bien, vista Aquel querido mes de agosto, ¿a quién le importa? Y no lo digo porque me guste que ningún plan de producción, película, o deseo primigenio de un autor naufrague, todo lo contrario. Lo digo porque el resultado, deseado inicialmente o no, es quizás tan interesante, estimulante y particular, o incluso más, que lo que relataba ese guión que no se materializó según la propuesta inicial.

El cine y la vida, más concretamente la vida en ese pequeño pueblo semiaislado del norte de Portugal, son los dos protagonistas de este retrato entre documental y ficcionado de Gomes. Dos, a los que se les suma un tercero catalizador y determinante: la mirada propia y muy personal de su autor.
Tres protagonistas y un mes: agosto. Un mes, en el que los que aún conservamos el extinto lujo de pertenecer, aunque sea de prestado, a un pueblo pequeño sabemos que es cuándo todo ocurre. Cuando el calor acecha (al menos en estas latitudes), las vacaciones son para casi todos, las orquestas de pueblo hacen su ronda de giras, las procesiones sacan sus pasos y sus trompetas a relucir ante la atenta mirada de lugareños y veraneantes estacionales, las tradiciones autóctonas –macabras algunas, sólo tradiciones otras- se reivindican cómo señas de identidad a la vez que se resisten a que los cambios o la modernidad las profane en lo más mínimo. Y el amor (veraniego) surge indefectiblemente, algo que ya nos han contado muchas veces… (Krámpack, Cesc Gay, 2000; Dirty Dancing, Emile Ardolino, 1987; Grease, Randal Kleiser, 1978… y así ad finitum…).

Aquel querido mes de agosto

Aquel querido mes de agosto: El cine

“Cuándo empecé a trabajar me dieron este guión, pensé que era la película que ibas a hacer- -Todavía no tengo actores- -Es un film de actores- -Quiero personas no quiero actores- -Pero tienes que encontrarlas- -Las encontraré- (…) -Vas filmando cosas con las que no contaba para este guión- -Son extras- -Son extras-.”Aquel querido mes de agosto.

Muy probablemente cuando Terry Gilliam decidió llevar a la pantalla su propia versión de “El Quijote” (maldito día, supongo que piensa) no tenía ni idea de que la sombra del mal fario se cernía sobre él, y que el rodaje y la película se iban a convertir en una “serie de catastróficas desdichas” que impedirían, aún a día hoy, y está por verse, que éste proyecto viera la luz. Al menos,  Keith Fulton y Louis Pepe recolectaron parte del material y  lo convirtieron en otra cosa, en una suerte de relato desdichado de ese vagar por el desierto de nombre Perdidos en la Mancha (Lost in the Mancha, 2002). Tampoco, si bien en una escala mucho menor (económicamente hablando), Los Ilusos (Jonás Trueba, 2010) es lo que pretendía ser: una película “de” cine, que acaba siendo una (muy interesante) película “sobre” el cine y, entre otras cosas, las frustraciones que éste conlleva.

En la misma línea que ésta y recolectado también el material de algo que iba a ser pero que, ante la imposibilidad de financiación, mutó en algo distinto, Miguel Gomes construye su película epopeya con parte de ese material rodado en Arganil, y expuesto de modo cuasi-documental, mostrándonos así el desarrollo de la ficción plasmada en su guión inicial, y el proceso –arduo y complejo, aunque aquí sea contado en tono humorístico- que se sucede en paralelo, sobre la producción, grabación y edición del que iba a ser el segundo largometraje de ficción de Gomes.

El cine dentro del cine, una cuestión que grandes cómo Billy Wilder (El crepúsculo de los dioses, Sunset Boulevard, 1950), Truffaut (La noche americana, La nuit américaine, 1973), Godard (El desprecio, Le mépris, 1963), o Woody Allen (Un final made in Hollywood, Hollywood ending, 2002) han abordado hasta elevar su propuesta a obras maestras y hasta convertir el tema en casi un subgénero cinematográfico al que, en tono de humor casi siempre y con resultados más o menos logrados y más o menos descabellados, se ha recurrido con frecuencia periódica en el cine actual (Tropic Thunder, Ben Stiller, 2008; State and Main, David Mamet, 2000), etc.

A diferencia de las mencionadas, la decisión de construir esta metapelícula no es deliberada sino más bien necesaria y orgánica, y forma parte de la culminación del propio proceso de creación de modo muy similar a cómo lo hace Trueba en Los ilusos. Una película en la que Gomes se ríe de sí mismo y se caricaturiza tanto cómo al resto del equipo del filme con esos debates fútiles sobre la captación del audio ambiente. Pero sobre todo se ríe del productor que materializa su torpeza e insensibilidad cinematográfica al tirar la estudiada y cuidadosamente colocada fila de piezas de dominó, las cuales también funcionan como alegoría de todos esos obstáculos, dificultades y tiempo invertido, muchas veces en vano, que implica el oficio cinematográfico.

Cómo vemos al principio, los dominós nunca forman parte de los créditos iniciales tal como deseaba el director. Sólo es un ejemplo más de lo que iba a ser y no fue, como asimismo del abismo entre el cine que se piensa y el que finalmente se hace.

Aquel querido mes de agosto

Aquel querido mes de agosto: La vida

Hay una cosa, una al menos, que tienen en común las dos partes a través de las que se articula la película de Gomes: ésa documental y metalingüística que habla del proceso de creación de una película y que de modo centrífugo inicia y concluye la película, y esa de ficción que relata el amor iniciático entre Tânia y Hélder. Y esto es la vida, la que pasa mientras la cámara graba.

Pero la vida no sólo observada -aunque la apariencia documental pueda llevar a equívocos- sino reinterpretada y reconstruida bajo el prisma de la mirada de Gomes, y de un relato en que cada imagen y cada secuencia, y sobre todo la sucesión de ellas en un montaje tan invisible como consciente y manipulador, tienen tanto valor intrínseco como poder narrativo poseen esas canciones de verbena que el director (muy aficionado, por otra parte, a dotar a la música y a las canciones en sus películas de gran protagonismo metafórico y evocador) utiliza como hilo conductor.

No pretende Gomes, sin embargo, y a pesar de ese voyeurismo de la vida misma, ningún realismo sino más bien una construcción de una realidad en la que lo esotérico y lo misterioso planean sobre la historia de modo subrepticio y casi imperceptible. Pero demuestran, por un lado, el gusto del propio director por todo eso oculto y enigmático (curioso el momento de revelación en que Tânia y su padre comparten el secreto de que su madre ha sido abducida…), y por el otro, su deseo de huir de ese realismo engañoso que parece impregnarlo todo.

Tanto es así que por momentos Arganil y sus habitantes, incluso sus historias de amor, se asemejan más a las que podrían suceder en la fantasmagórica y alucinante Twin Peaks (David Lynch, 1993) que en cualquier lugar que se pueda encontrar con Google Maps.

Doble éxito no obstante el de Gomes, que sin abandonar ese halo de misterio retrata de forma sincera y veraz eso cotidiano y trivial hasta convertirlo en algo único, especial y digno de mirar y admirar. Mientras, de paso, construye una historia de amor paterno-filial y una de iniciación tan creíble cómo los personajes que las protagonizan. Pero sobre todo edifica un mosaico mutante de gentes diversas: algunas que mantienen y alimentan las tradiciones añejas de los pueblos del mundo, otras –ancianas ya- que esperan en un salón improvisado una desagradable película que casi seguro no les va a gustar, algunas incluso que perdieron la cuenta de los años que tienen. Y todas, con “la vida a cuestas”, como denominador común.

Aquel querido mes de agosto

Aquel querido mes de agosto: Mirada

“Hasta los 30 años, uno tiene la cara que Dios le ha dado. Después uno tiene el rostro que se merece”. A cara que mereces.

La curiosa premisa que sirve como punto de partida del primer largometraje de Gomes, una tan extraña cómo irregular película musical, hace intuir, sin embargo, una mirada nueva y distinta bajo el panorama del cine portugués. Una intuición cinéfila, muy cotizada dicho sea de paso dada la enorme dificultad para encontrar la cinta en nuestro país, que puede quedarse simplemente en eso, una intuición, pero que se confirma cómo aire renovador durante los siguientes 100 minutos.

Bien es cierto, que hay que esperar a que el director viaje a Arganil, para descubrir la amplitud de una mirada nueva y particular: entre la realidad y la fábula, entre lo cotidiano y lo onírico, entre lo tangible y lo oculto. Una sensibilidad que convierte lo profano de Aquel querido mes de agosto en sagrado en su excepcional Tabú (Miguel Gomes, 2008), dónde el director alcanza una pureza visual y estilística tan admirable cómo poco frecuente, y sobre todo una narración tan original cómo atrayente.

Ésa probablemente se parezca más a la película que deseaba hacer Miguel Gomes. O, vamos, que a la tercera va la vencida. Pero antes, afortunadamente, al ritmo de las verbenas de pueblo y las trompetas de las cofradías, Gomes ya se había revelado como un gran observador del devenir de la vida en la película que me ocupa y, sobre todo,  poseedor de un mirada tan personal y única, cómo cada uno de los habitantes del pueblo que retrata. Que no le quiten la cámara ni la financiación a Gomes, porque parece que aún tiene mucho que contar.

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