Arthur Rambo
Identidades digitales Por Javier Acevedo Nieto
Poco hay que añadir a los procesos históricos y sociológicos que han conducido a Francia a situarse como una nación en una determinada encrucijada identitaria que, a riesgo de pecar de simplistas, escinde el país en dos vertientes: un modelo de relación social que replica una supuesta uniformidad francesa y otro modelo que intenta organizar la diversidad sin necesidad de asimilarla en paradigmas integradores intranacionales. Las últimas películas de Laurent Cantet distan de esos primeros trabajos —El empleo del tiempo (L’emploi du temps, 2001) y Recursos humanos (Ressources humaines, 1999) — en los que el principio revulsivo que guiaba su trabajo era la precariedad laboral. En esos instantes sus películas no operaban tanto en el tema como en la forma de explicitarlo, a través de gélidos dramas íntimos que reformulaban, con extraño éxito, postulados más o menos neorrealistas surcados por esa estética de la crueldad que dominó el cine europeo durante varios años. Sus últimos trabajos son artefactos quizá de un menor calado discursivo, pero igual compromiso artístico. La diferencia estriba ahora en que Cantet se preocupa más por el tema que por el gesto enunciador —la forma de abordarlo—, dando como resultado obras más dialógicas con el presente —la descomposición del capital intelectual eurocentrista en El taller de escritura (L’Atelier, 2017) o crisis identitarias postcoloniales en Regreso a Ítaca (Retour à Ithaque, 2014) —.
Se llega así a una película como Arthur Rambo (2021) en la que Cantet no termina de tener muy claro ni su tema ni su posición enunciadora. El periplo de Karim, de prometedor escritor y vocero de la multiculturalidad y diversidad a absoluto paria por sus tweets racistas y xenófobos en un viejo perfil de la cuenta social, es un recorrido por temas que nunca terminan de concretarse y una posición enunciadora —en este caso la necesidad de problematizar nuestra relación con la opinión pública como formadores de la misma— cuyo gesto no es capaz de construir un artefacto fílmico de cierta hondura expresiva —tan pronto es thriller psicourbano como drama identitario—. Sin embargo, Cantet sí es capaz de huir de maniqueísmos siempre y cuando se entienda que Arthur Rambo no es una película que problematiza nuestra relación con las redes sociales, sino más bien se pregunta sobre los espacios digitales de opinión y su contribución a la formación de estereotipos de minorías. La intersubjetividad o intercambio de opiniones son para Cantet material de trabajo y, mejor o peor, sabe ser coherente en una película de tesis que despega cuando pone el foco en los límites de la verosimilitud ideológica de la cultura online y su traslación a los imaginarios sociales e identitarios de los barrios franceses infrarrepresentados. Es ahí donde la película encuentra cierto empaque en el conflicto entre la amnesia identitaria selectiva de Karim para amoldarse a una determinada Francia con cargo de conciencia burgués y su memoria como minoría de periferia, tal y como ponen de manifiesto determinadas secuencias dialogadas con el hermano o los tibios intentos de reflejar la existencia de unos encuadres de opinión pública sesgados e interesados.
Pese a todo, Arthur Rambo es una película dispersa que fía demasiado a su escritura y a la evocación del paisaje emocional y motivacional de sus personajes y muy poco a su planificación dramática y temática. Cantet sigue siendo uno de esos raros cineastas cuyas películas de tesis son capaces de engarzarse en el presente sin necesidad de explicarlo o amoldarse a sus demandas discursivas; no obstante, persiste un determinado terror a la historia que le paraliza e impide alcanzar la contundencia de esos primeros trabajos. Las causas, además de esa dispersión dramática, pueden deberse a que realmente es una película que poco o nada hace por entender las redes sociales y sus procesos de construcción de una hiperhistoria individual y emocional; ni tampoco es capaz de hacer las preguntas correctas sobre cómo negocian su identidad digital minorías que se han valido del acceso a internet como una herramienta de construcción de imaginarios sociales y culturales que van muy por delante de cualquier enfoque periodístico y antropología oficial. Sea como fuere, la película de Cantet es una muesca más en la filmografía de un cineasta que siempre parece hacer las preguntas correctas para respuestas que nunca termina de creerse del todo.