Aurora
Walden Por Manu Argüelles
Adolfo Borinaga Alix, Jr filma un largometraje completamente antinarrativo para adentrarse en los vericuetos sinuosos de la jungla filipina. Por un momento pensé que estaba ante un Walden, versión femenina y en clave actual, dado la longitud de metraje en la que vemos únicamente sola a la actriz Rosanna Roces (con la que también cuenta para su episodio de Manila), en medio de la selva. Sabemos que ha huido, por un inicio nocturno en el que no vemos nada y donde solo oímos disparos, pero poco sabremos más, hasta que se encuentra a uno de sus antiguos raptores malherido, un terrorista musulmán.
Los frecuentes contrapicados de Aurora, que suele utilizar en planos cortos para filmarla, efectúan un doble sentido figurativo y expresivo que casi se contradicen mutuamente.
Pero dicho recurso desde la grabación digital, sobresaturada de iluminación y que casi desluce el verde natural de la vegetación, permite crear cierto halo zen, de espiritualidad en comunión con la naturaleza.
El sonido ambiente de los pájaros o del agua que fluye del riachuelo, junto con el silencio de Aurora, en introspectiva aflicción, permite centrar su película en el rostro humano frente al vasto paisaje lejos de la civilización. Los contrapicados que comentábamos, por un lado, realzan ese rostro en permanente foco de atención y, por otro lado, destacan la extensión de los árboles que la rodean. Ensalza la figura humana a la vez que se magnifica la soberbia de la vegetación. Hay, en esa preocupación por observar la cara de Aurora, una búsqueda reveladora de una interioridad, de algo oculto, que se escapa a la racionalidad y que entra más en el terreno de lo íntimo. El proceso fílmico de abstracción que se lleva a cabo permite darle aún más entidad a ese soplo de expresión, totalmente matizada y sigilosa, pero no por ello menos profunda. Ello, además, se intensifica mediante las formas voluptuosas de la actriz que entran en contraste con la dureza masculina de sus raptores. La escena de la violación, que ha llevado consigo la prohibición del largometraje por la censura filipina, prolonga ese viaje por la corteza de lo sensible, desde la faz a lo epicúreo del cuerpo. Y eso no puede llevar más que al irracional salvajismo del ser en su soledad y fuera de su hábitat, trasvasado por un dédalo natural que no entiende de contiendas ideológicas. Sin una gestualidad que nos guíe, sin una historia que nos sustente, sin unos diálogos con significación y con un goce estético muy ajustado, Aurora, es toda una experiencia abierta que pone de manifiesto el hiato del hombre con el mundo. Y para ello, la selva, Aurora y la libre percepción del espectador para trazar su camino entre medio de la maleza.