Babadook
o la conquista del inconsciente Por Manu Argüelles
Hay algo inconcebible en la agresión de una madre a su propio hijo. En ese terreno de lo intolerable, el cine de terror actúa como pátina donde puede plantearse y visualizarse aquello que resulta desagradable. La ficción se constituye como un espacio donde, a partir de una codificación estandarizada y tácitamente aceptada y negociada, emerge lo siniestro y el lado oscuro de lo humano. Por eso, todas aquellas narraciones en las que surge lo sobrenatural como invasión del ámbito familiar llevan implícita una lectura de lo real cuando éste es contaminado por el lado oscuro de nuestro inconsciente. La utilización de lo imaginario suele implicar una forma de traducir lo insoportable a partir de los recursos apaciguadores de la metáfora, la alegoría y el simbolismo. Lo habitual en el género es que la emergencia de lo reprimido siempre sea fraguado en términos de ficción. Será el espectador el que podrá incorporar una lectura racional a partir de las sugerencias, grafismos y símbolos iconográficos desprendidos de la propia película. Lo que no resulta tan frecuente es que la ficción sea un campo de batalla visible y continuo entre dos interpretaciones, la fantástica y la racional, y que el dispositivo fílmico se estructure a partir de esta tensión.
Babadook es el último exponente de esta forma de expresión dentro del género puro. No hablamos de dos dimensiones superpuestas sino que ambas se dan cita en la imagen, combatiendo de igual a igual y visibilizando ambos procesos mentales, el correspondiente a lo lógico (discurso que en el cine de terror surfea como capa subyacente) y el alusivo, elíptico y más libre, correspondiente a lo fantástico.
Otro punto sería que esta dialéctica se plantee desde otros enfoques híbridos de la ficción donde el relato se apropie de imágenes del cine de terror. Una película de género implica cierto integrismo y fidelidad y se resiste a ambivalencias y ambigüedades. Cuando éstas se canalizan acaba desarmándose el aparato consensuado y fijado desde la tradición. En los casos que sí se ha planteado respetando la adscripción genérica, el relato acabará tomando partido por una de las opciones. No se permitirá que el desdoblamiento se mantenga flotante. Necesitará éste de un cierre que llevará consigo o un alejamiento del cine de terror o una permanencia en el ámbito del fantástico. Babadook no y eso es un aspecto destacable en cuanto la singulariza.
Por tanto, Babadook se articula mediante el retorno a las raíces, se condensa en una madre y un hijo, fundamentalmente ubicados en el hogar y se dibuja la explotación del elemento sobrenatural como fuerza invasora que desestabiliza lo familiar. En consecuencia, a medida que los conflictos de la madre van cobrando mayor dimensión, especialmente a raíz de su problemático hijo, el monstruo va adquiriendo mayor forma. Esa ondulación está perfectamente trazada y también lleva implícito un diálogo con la propia historia del cine cuando esa figura fantasmagórica, Babadook, remite directamente al expresionismo alemán o se incorpora lo mágico y el sentido de lo extraordinario del cine de Méliès, como una entidad alucinatoria, la misma que sufre la madre cuando va perdiendo la cordura. Babadook quiere entrar en la casa, el inconsciente pugna por salir a la luz y agrietar el orden de lo normal, mientras que el cine como hipnosis y lanzadera de lo irracional sirve como analogía de la posesión que sufre la madre. Así, el cine como distorsión subjetiva de lo real es explícitamente manifestado en el seno del flujo narrativo y destapa su carácter de espejo desdoblado frente a lo real. De ahí también deja correr cierto goce con las constantes del género, al evidenciar sus marcas referenciales con un espíritu lúdico. Desde el inevitable Polanski, pasando por El resplandor (The Shining, Stanley Kubrick, 1980) hasta llegar a Solo en casa (Home Alone, Chris Columbus, 1990), la directora juega con el humor como estrategia de complicidad con el espectador, para hacerlo partícipe de una propuesta desclasada.
Babadook, ante la aparición de un misterioso libro e indestructible dentro de la casa que profetiza los acontecimientos dramáticos sirve como metáfora y vehículo para delinear los contornos del trauma o lo que es lo mismo, el tiempo paralizado, que no es otro que el mismo terror como sensación y sentimiento (expresión de la fractura psicológica). Por supuesto, la dimensión de lo fantástico bebe de la visión del niño y su propio imaginario, que acaba empapando las pieles de la ficción. Tienen tanta fuerza el personaje, su imaginario (Babadook) y las fuentes (el libro con el cuento infantil) que se materializa en todo el entorno físico, mientras que paralelamente el mundo adulto lleva consigo la claustrofobia, el desbordamiento y la incapacidad para superar sus propios miedos y limitaciones. A medida que todo resulta opresivo para la madre, a partir de un entorno mezquino que la presiona y le cerca, la madre se repliega de forma cada vez más notoria, hasta el punto que la locura acaba gobernando el ambiente.
Y aunque hay algo de tosquedad (especialmente patente en el conflicto con el niño), quizás por una apuesta por la plasmación en bruto, más en sintonía con la raíz de lo primigenio, The Babadook supera sus arritmias y cierto rumbo dubitativo para culminar el remate, resultando una buena muestra de terror sobrenatural, que además se distancia del que más se explota en la actualidad, el que ha resucitado con vigor James Wan.
No hay monstruo, el «Babadook» no es más que la representación de la depresión, la angustia y el sufrimiento de la madre ante la muerte de su marido y lo complicado que le resulta criar a su hijo sola. El libro lo escribe ella (por eso no se explica de dónde viene, y la primera vez que lo lee faltan hojas que más tarde aparecen. Cuando va a la comisaría, puede verse que tiene las manos manchadas de tinta). La «canción» del Babadook: «Si es en una palabra, o en una mirada, no puedes librarte del Babadook» hace referencia a cuando la gente la mira con pena o le comenta algo de su marido, algo que a ella le molesta mucho y hace que ese «monstruo» se haga más grande. Y el final, cuando el monstruo es encerrado en el sótano y ella le lleva comida, simboliza lo que hacen las personas que tienen depresión y angustia: no pueden deshacerse de ella, pero pueden aprender a vivir con ella si la «guardan» en un sitio que no moleste mucho.
¿Hay fantasmas en The Innocents? Desgranas la lectura racional pero el film se compone de dos lecturas y la tensión entre ambas es lo que a mí me resulta interesante y es desde donde está enfocado el texto, en esa terna en pantalla.