Barcelona, noche de verano
Miren al cielo y dejen que las feromonas hagan el resto Por Belén Sagredo
Podría haber sido una lluvia de ranas cayendo del cielo la encargada de cerrar la serie de historias cruzadas que se narran en esta Barcelona, noche de verano, pero eso ya se le había ocurrido antes a Paul Thomas Anderson (Magnolia, 1999). En este caso es otro fenómeno astronómico, no paranormal pero sí bastante extraordinario, como es el paso de un cometa sobre el cielo de Barcelona, el encargado de aglutinar y poner el punto y seguido a la serie de historias que se suceden paralelamente en la ciudad que da título a la película.
Como ya hicieran la ciudad de Los Ángeles en la película de Anderson o el Londres de Love Actually (Richard Curtis, 2003), Barcelona se convierte aquí también en testigo y catalizador de las seis historias de amor que tienen lugar esa noche del 18 de agosto de 2013.
Pero en realidad es mucho más que esto. La ciudad deviene en un protagonista cuya importancia es igual o mayor a la del resto de personajes. Existe en ésta o cualquier otra metrópoli respecto de sus habitantes una doble vertiente que podría parecer antagónica pero que en realidad resulta complementaria y que justifica este modo de contar: de un lado la alienación y la soledad a la que las grandes urbes someten a sus habitantes, la incomunicación que surge cómo fruto de esta celeridad que impone el ritmo de vida, el escaso tiempo para relacionarse con los demás y las neurosis íntimas, profesionales y sociales que les asfixian; y del otro la necesidad casi-existencial de establecer lazos emocionales que nos ayuden a vivir mejor, a ser más felices.
Es en este contexto, en el de la urbe como destructora y también como salvadora de las relaciones personales en nuestra sociedad moderna, donde se enmarcan y cobran sentido todos estos relatos narrados bajo la estructura narrativa de historia cruzadas.
Así ocurría con Los Ángeles en las Vidas Cruzadas de Robert Altman (Short cuts, 1993), con la Ciudad de México en Amores Perros (Alejandro González Iñárritu, 2000), con el New Jersey de Happiness (Todd Solondz,1998), o con la misma Barcelona de En La ciudad (Cesc Gay, 2003), por citar sólo algunos ejemplos.
Y así ocurre también con el paisaje que nos deja lo mejor y lo peor de la vida en la capital catalana: el deseo de amar, de conocer a nuestros convecinos y a la vez la incapacidad de comunicarnos con ellos y el doloroso destino de vivir con quién no deseas o peor: desear vivir con quien no puedes.
A diferencia de aquellas y más allá de la lluvia purificadora del final y del breve instante mirando al cielo, las conexiones entre los personajes de Barcelona, noche de verano o bien no existen o son del todo fortuitas: la discoteca Apolo, el ascensor de un hotel de 5 estrellas, las calles de la ciudad… No hay entre sus personajes vinculación afectiva alguna que las justifique como conjunto, tal como sí ocurría en sus precedentes.
Lo cual a priori no tendría por qué suponer algo negativo. El problema reside en que -como relatos aislados las seis historias que expone De la Orden y que tienen como elemento común el amor romántico-, carecen, en términos generales, de la suficiente entidad propia o del interés como para ganar por acumulación.
Y digo en términos generales porque, y como también ocurre en este tipo de narración coral, existe gran desigualdad en contenido y forma entre unas y otras de las historias contadas.
Así, la historia que toma a Laura y Carles como protagonistas y que parte del descubrimiento de que van a ser padres indaga de forma reflexiva y adulta sobre las implicaciones que conlleva una noticia así. La adopción de los propios roles femeninos y masculinos en la pareja ante esta buena nueva se describe con sutileza en las diferentes reacciones del uno y del otro; invita a la reflexión sobre el papel que cada miembro de la pareja tiene ante esta responsabilidad mayor.
Sugerente resulta también la eterna disyuntiva que plantean las historias triangulares: acomodarse en esa propia vida que tú has creado o arriesgarte a seguir lo que crees son tus propios deseos aunque estos resulten ciertamente engañosos.
Desgraciadamente, inmiscuidas en estas historias construidas con mayor o menor profundidad se encuentran otras como la peripecia que salpica al trío amoroso entre la chica Erasmus y los dos colegas o el relato de la relación homosexual entre los dos futbolistas: superficiales ambas, caprichosas y cargada de tópicos adolescentes que emborronan el conjunto.
Sin embargo, las debilidades en el guión de algunas de las historias se disimulan, incluso se reparan en la medida de lo posible, a través de las actuaciones de sus protagonistas entre las que destacan: las del joven Francesc Colomer cuya perturbadora interpretación del niño Andreu en Pan Negro (Pa Negre, Agustí Villaronga, 2010) le valió un merecido Goya, así como la del otro ganador del Goya cómo actor revelación de La piel que habito (Pedro Almodóvar, 2010) Jan Cornet, cuya mirada acusatoria alertando a su amigo Joan de lo cobarde de sus actos es de lo más emocionante y turbador de la película.
No obstante, más allá de sus fallos, Barcelona, noche de verano funciona como unidad sobre todo en el plano emocional y cumple sus propias expectativas como esa comedia romántica que el autor preconiza querer hacer en su curioso y original prólogo. Sus imágenes, sus historias, su ritmo y la estupenda banda sonora de Joan Dausà, actúan en pro de esta causa: la de agradar y entretener a un espectador in de mood for love.
Quizás no está destinada a perdurar más allá de los 90 minutos que dura, quizá resulte pueril o excesivamente almibarada por momentos pero no decepciona en su propuesta y deja un grato sabor de boca durante y después de verla. Y de paso nos teletransporta por unos momentos a una bella noche de la capital catalana: no sé si es mucho o poco pero, quizás, ya es bastante.
Muy interesante el artículo sobre «Barcelona nit d’estiu». El pasado verano tuve ganas de ver la película en una proyección que hacían al aire libre, pero finalmente no pude. Desde entonces aún no he encontrado el momento para verla… Me tendré que poner las pilas!
Silvia