Baronesa

Sección Oficial Por Enrique Morales

Baronesa

Baronesa (Juliana Antunes, 2017) es un documental sobre la violencia, carente de violencia. Sobre los espacios que quedan allí dónde aconteció dicha violencia. Es decir, sobre la calma que precede (y sucede) a la tormenta. Espacios que a veces ocupan jirones humanos y, que, en el peor de los casos, son colonizados por el vacío mismo que queda tras la muerte, la huida o el encarcelamiento. Este planteamiento distancia vigorosamente la obra de Juliana Antunes de las trágicas y efectistas representaciones de la vida en las favelas, y otros contextos de exclusión social, que suelen mostrarse al compungido y horrorizado espectador, quien, tras el impacto inicial, bendice su fortuna para irse después a dormir. Las distendidas escenas protagonizadas por Andreida, su familia y su círculo social más próximo, están más cerca de los intercambios dialécticos que poblaban Juventud en marcha (Juventude em marcha, 2006, Pedro Costa) que del caos enfático que ponía en funcionamiento Ciudad de Dios (Cidade de Deus, Fernando Meirelles, 2002). No puede ser de otro modo, pues Juliana Antunes entiende con cierta lucidez que lo que hasta ahora se reflejaba cuando se estructuraba un relato sobre la «vida en las favelas», no eran sino relatos que se ocupaba, más bien, de la otra cara del fenómeno: la «muerte en las favelas». Asumiendo la literalidad del sintagma, la directora retrata un microcosmos cuasimatriarcal en el que las mujeres establecen el rumbo de la existencia una vez concluidos los tiroteos y las redadas y una vez asesinados o encarcelados sus maridos, padres o hermanos.

Considerando todo lo anterior, no es casualidad que Negão, el único varón joven (a excepción de los niños) que puede verse en la película, actúe como recordatorio de ese estado de cosas gobernado por la muerte posible e imprevista. En sus conversaciones con Andreida, evocara a menudo a sus conocidos y familiares desaparecidos, llegando a postularse como futura víctima a través de un improvisado juego de ruleta rusa del que solo le salva la suerte y un austero chaleco antibalas. Negão es el soldado dispuesto e improbable de esa «guerra» imaginaria de la que no para de hablar, una guerra que no es más que una forma específica de mortalidad convertida en dinámica estructural de la vida en las favelas de Belo Horizonte. Así lo demuestra el inesperado tiroteo que precipita el final de una secuencia cuyos protagonistas son forzados a escabullirse agazapados para evitar el impacto de alguna bala perdida. Es el idiosincrásico memento mori que resuena en el entramado laberíntico salpicado de casas de ladrillo y chabolas.

El espacio es para Juliana Antunes, posibilidad de un «Belo Horizonte» tangible y real, una simbiosis resultante del esfuerzo compartido de sus moradores y sus moradas, constructivismo social y urbano. ¿Acaso no es eso lo que anhela Andreida cuando se decide a abandonar Belo Horizonte para construir, con sus propias manos, una casa en el terreno al que decide dar el nombre de «Baronesa»? Baronesa es, pues, la ambición de un espacio sin espacios vacíos, de una historia particular que no puede, ni debe, devenir en un relato de muerte y de muertos.

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