Before We Vanish
Llegado el final Por Víctor de la Torre
Hace ya tiempo que Kiyoshi Kurosawa, poseedor de una estimulante filmografía que se extiende a lo largo de varias décadas, viene mereciendo el debido reconocimiento por el conjunto de su obra, más allá de ostentar un apellido de resonancias legendarias. Lo cierto es que, pese a ser uno de los directores más polifacéticos del panorama actual, pocos integrantes de la parroquia cinéfila son capaces de asociar su nombre a títulos no adscritos a las sucesivas olas del cine de terror japonés, con excepción de alguna pieza —desgajada del J-Horror— bendecida por el foco mediático que otorga el circuito de festivales internacionales: es el caso de Tokyo Sonata (Tōkyō Sonata, 2008) y su premio especial del jurado Un Certain Regard en el Festival de Cannes. Las palabras de Álvaro Peña —no por casualidad principal artífice del ambicioso acercamiento emprendido por Cine Divergente a su figura— definiéndole con su característica ironía como un «objeto fílmico no identificado 1» aluden a la necesidad de proyectar una mirada renovada, que ilumine las zonas de sombra de un cineasta que sigue constituyendo un enigma en sí mismo. Una incógnita a despejar.
Entremos en materia. El firmante de Pulse (Kairo, 2001) no podía limitarse a reproducir los tópicos más asimilados acerca del Fin del Mundo. Porque una invasión alienígena, se mire como se mire, implica un final: el Final de lo que hemos consensuado como realidad. Del basamento sobre el que se erige nuestra civilización. Y Japón, pese a sus considerables —añadiría que fascinantes— particularidades, forma parte de este intangible. Dejando pues de lado la gramática del estruendo en esta invasión a la japonesa sus responsables creativos optan por la sutileza del desembarco sotto voce, con lo que el proverbial impacto de este tipo de producciones se diluye en un irónico distanciamiento; lo cual no impide que la tensión, adherida a la medular del relato, se desborde en momentos puntuales. Lo mejor que puede decirse de un título de las características de Before We Vanish (Sanpo suru shinryakusha, 2017) es su renuncia manifiesta a construirse a partir de los convencionalismos que, convendremos todos, manejamos acerca de esta vertiente del género; con lo que la sensación de extrañeza, inclusive de estupor, no remite en todo su metraje.
Como muestra fehaciente del peso de nuestros apriorismos respectivos la discreta acogida dispensada a la película, que uno mismo tuvo la ocasión de testear en la edición 50 aniversario del Festival de Sitges: tras mi paso por un evento teóricamente propicio para una obra subversiva a su pesar me quedó la impresión, más tarde corroborada por la lectura de algunos textos, de que las expectativas del espectador/crítico habían jugado claramente en su contra… el público esperaba ver otra cosa. Como reseñé en su momento el desembarco alienígena que nos plantea Kurosawa no es tan diferente, salvando las lógicas distancias, al recreado en Extraterrestre (Nacho Vigalondo, 2011); convertido igualmente en telón de fondo para una desconcertante indagación acerca de las consecuencias que acarrea, partiendo de nuestros consensos sobre lo real, una abrupta vulneración de lo cotidiano. El acierto de Vigalondo, al que va siendo hora de reconocer como algo más que un twittero compulsivo, reside en saber colocar la cámara a ras de suelo: el gran angular difícilmente encuadra el factor humano.
Volviendo a Before We Vanish, sobreponiéndonos al choque cultural, lo que amalgama los diversos códigos genéricos, el flujo de secuencias que, de manera inexorable, dimensiona el avance de esta invasión silenciosa es, a fin de cuentas, «una poderosa reflexión sobre la naturaleza humana servida por unos seres que, en su descubrimiento de las más variadas emociones, nos sirven de espejo de lo que somos, y no debemos dejar de ser 2». Por una parte tenemos a las entidades extraterrestres que, una vez fusionadas con los habitantes del planeta que se disponen a conquistar, no dejarán de sorprenderse ante la sucesión de paradojas surgidas durante su exploración sobre el terreno; por otra, la desestabilización consecuente al descubrimiento de dicha amenaza, que aboca la narración a un paroxismo de regusto fatalista pero no exento, sorprendentemente, de generosas dosis de humor negro. También de un poderoso lirismo en absoluto impostado, pues se ha venido macerando, cadenciosamente, de manera paralela al avance de la trama principal; para terminar imponiéndose, en un clímax final de elegiaca belleza, al relato de los hechos.
Antes de desvanecernos
Una estructura que no tarda en revelarse plenamente funcional, pues lejos de servir de mera excusa para el consabido muestrario de pirotecnia audiovisual posibilita situar el foco narrativo alternativamente en el plano y contraplano; prodigarse tanto en el extrañamiento de los recién llegados como de aquellos conocedores de que este aterrizaje se ha producido. El metraje de 129 minutos, que a muchos se les hizo eterno, si a algo contribuye es a expandir generosamente ambos caminos: el de los dos killers tardoadolescentes —un estilema de género en sí mismos— de cuyos planes el periodista Sakurai se convertirá en atribulado cronista. Pero también el de la sufrida Narumi que, cada vez más complacida, no tendrá más remedio que asumir que quien ha regresado tras un tiempo desaparecido no es su marido; pese a conservar, intacto, su antaño indiferente semblante: ¿puede una posesión extraterrestre rehabilitar afectivamente una relación de pareja que estaba marchita? La respuesta, a la luz de la emotiva intimidad que se va generando entre ambos, sólo puede ser afirmativa.
A esta conclusión —de temible potencial lacrimógeno si Before We Vanish hubiera apostado por ser la película que felizmente no es— se llega sin estridencias ni subrayados innecesarios: la renuncia a los excesos melodramáticos deja aflorar la exquisita parsimonia con que Kiyoshi Kurosawa y su equipo se recrean en los momentos de descubrimiento mutuo, que tienen su reflejo en una puesta en escena medida, serena, en la que los planos se suceden de modo armónico y las secuencias duran lo que su funcionalidad narrativa y/o idoneidad dramática demanda; y ni un instante más. Esta contención expositiva no se ve alterada siquiera por los estallidos de violencia los cuales, tan lacónicos como irreflexivos, irán cubriendo de cadáveres el periplo que conduce a Akira y Amano hacia su destino final. Una inmolación que, en un título al que no cabe tachar precisamente de moralista, reafirma valiéndose del recurso a una perturbadora frontalidad el sinsentido de unos seres que, tan sólo en apariencia humanos, actúan carentes del más elemental respeto por la vida.
Tanto la pulsión homicida de Akira como el retraimiento emocional de Amano, que exhiben una indiferencia ante el dolor ajeno que terminará por desequilibrar a su cicerone accidental, refuerzan su condición de amenaza para la humanidad, por más que su aspecto físico no resulte en absoluto intimidante. La suficiencia con que ambos encaran la catástrofe que se disponen a desencadenar, pese a estar en posesión de un don —en una espléndida idea de guión— que les permite substraer conceptos de la mente de aquellos desgraciados que se cruzan en su camino, contribuye poderosamente a extrañar la atmósfera del relato, dotándolo de un hálito fatalista que impregnará la conclusión de sus dos líneas argumentales: herido de muerte Amano, será la mano de Sakurai la que active el mecanismo que dará inicio a la invasión, trastornado por no haber logrado detener el desastre que se avecina… ¿o más bien a causa de la pérdida de una figura con la que había llegado a vincularse de una manera difícil de entender? Su aniquilación por parte de un dron al que tratará patéticamente de abatir a tiros constituye una de las escasas concesiones del filme a cierta retórica del gran espectáculo, rodada en todo caso en un impresionante plano secuencia cuya propia elaboración visual contribuye decisivamente a la identificación del espectador con el postrero sufrimiento del personaje más contradictorio de la función.
Pero el clímax no puede corresponderle a este villano a su pesar: llegado el final, ante la inminencia de un psicodélico apocalipsis más sugerido que explicitado, el encierro de Shinji y Narumi en la intimidad de una habitación que permite atisbar, al fondo del plano, lo que se está desencadenando al otro lado de la ventana, enmarca admirablemente el calado de sus sentimientos. La sutileza de los encuadres, correlato fílmico del acercamiento físico y emocional que se apodera de este bellísimo instante, dimensiona el lirismo inherente al sacrificio de Narumi, que antes de desvanecerse quiere mostrarle a su amado, rehabilitado afectivamente a sus ojos, el significado último del concepto Amor. Un Amor que, tras sobrevivir ambos —junto al grueso de la humanidad— a la invasión extraterrestre, tratará de corresponderle Shinji a su amada; ahora que él sabe lo que implica, por más que ella haya olvidado su significado. El epílogo de Before We Vanish dejaba al espectador conmovido a solas con la incógnita del devenir afectivo de la pareja, si bien alimentó el deseo en Mr. Kurosawa de seguir explorando el mundo recreado, volviendo a la obra del autor Tomohiro Maekawa con Foreboding (Yochō, 2018). Pero esa es otra historia… una nueva oportunidad para (re)descubrir a un cineasta tan inquieto como revulsivo, que se ha ganado a pulso el derecho a dejar de ser un enigma.
- Perros Verdes 4×5: El enigma Kiyoshi Kurosawa. Ivoox.com, disponible desde el 11 de marzo del 2020 (Consulta: enero 2021): https://www.ivoox.com/4×05-el-enigma-kiyoshi-kurosawa-audios-mp3_rf_48818275_1.html ↩
- DE LA TORRE, Víctor (2017): “Sitges 2017. Coda” en Miradas de Cine, noviembre 2017. (Consulta: marzo 2020): https://miradasdecine.es/2017/11/sitges-2017-coda.html ↩