Bestias del sur salvaje
La infancia y otras bestias Por Samuel Sebastian
Cuando éramos niños no éramos conscientes del lugar que ocuparía la infancia en nuestra edad adulta. Y ahora que socialmente somos considerados como adultos, volvemos una y otra vez a aquellos lugares que nos transmitían la emoción por descubrir el mundo. Un hormiguero podía ser una ciudad sumergida dentro de nuestra propia ciudad; un montículo, una atalaya para divisar un paisaje jamás visto; un pozo ciego, el lugar en el que disfrutar de las más arriesgadas aventuras. Todo aquello lo filmé, lo recuerdo, y ahora al volver a mirar aquellas imágenes, pienso que hay algo que se ha perdido por el camino. Los recuerdos, que entonces me parecían tan vívidos y llenos de emoción, ahora son solo fotografías fijas, estáticas, borrosas, de alguien que debo ser yo pero que podría ser cualquier otro. Solo el cine puede devolverme lejanamente a aquellas emociones, ni siquiera la literatura o la pintura, y aún así, todo acaba resultándome lejano y distante.
Tal vez Hushpuppy (Quvenzhané Wallis) mire así su pasado dentro de unos años. Cuando ya no se encuentre en The Bathtub y el huracán Katrina sea un cuento para contar a los nietos. Su historia no es muy diferente a la de cualquier otro niño, se distingue de los demás por el sentido de trascendencia con el que dota cada acto o cada palabra suya: Dentro de un millón de años, cuando los niños vayan al colegio, sabrán que existió Hushpuppy y que vivió con su papá en Bathtub [la Bañera], dice para sí. No importa lo que suceda dentro de diez, cien o mil años, las palabras de Hushhuppy contienen la emoción de la infancia, de la experimentación inocente, del descubrimiento del mundo que la rodea.
Ella reflexiona en Bestias del Sur Salvaje con madurez, «su» madurez, en torno a todo lo que le sucede y habla sin prejuicios de un mundo en el que es normal que los adultos hagan carreras con sus bebés o den alcohol a los niños de diez años o todos juntos vivan en roulottes que pueden ser arrasadas en cualquier momento por una corriente de agua.
Porque, haciendo honor a su título, la película de Benh Zeitlin es en verdad salvaje y opta por mostrar la descarnada realidad de quienes sobrevivían en la pobreza antes del huracán Katrina y, después de él, deben naufragar en la miseria. Todas aquellas personas que fueron barridas simbólicamente del mapa si no lo estaban ya, porque nunca ninguna administración o gobierno ha tenido la mínima consideración con ellos, exactamente igual que sucede en España con los que son desahuciados de sus viviendas, con los parados de larga duración o con los migrantes que son sistemáticamente expulsados del sistema. Todas estas personas solo pueden sobrevivir a través de los lazos de solidaridad que se crean entre ellas y, pese a todo, nadie puede negarles la felicidad. Para Hushpuppy no es extraño vivir en estas condiciones, al contrario, es emocionante, desarrolla su imaginación y, sobre todo, no es consciente de que pueda existir otra forma de vida. Porque el gran acierto de la película es el de confrontar las sensaciones de Hushpuppy con las que ven los espectadores y que ambas visiones se entrelacen de forma armónica y den paso a una doble lectura: ¿Era tan bonita nuestra infancia? ¿Y tan terrible nuestra vida adulta? ¿Qué se ha perdido por el camino?
Nadie nos enseñó a ser hombres o mujeres, ni a amar ni mucho menos nos hablaron de los caminos del deseo. Nadie nos dijo que el camino sería fácil pero tampoco nos dijeron cuales eran los obstáculos y siempre hemos deseado oír alguna vez a nuestros padres: «Me equivoqué», después de que nosotros perseveráramos por los caminos que nos tenían vedados. Las bestias a las que nos hemos enfrentados son igual de terribles que las de la película pero la realidad es que no siempre las podemos vencer fácilmente, al contrario, las bestias nos acompañan un día tras otro, nos acechan por la noche cuando somos más vulnerables y de día se hacen visibles y nos observan con su mirada burlona. Vencerlas es utópico, porque forman parte de nosotros. Son nosotros.
Anoche soñé que volvía al colegio en el que estudié desde los seis a los trece años. Es un colegio humilde de la periferia de una gran ciudad y celebraban el día de puertas abiertas. Aunque el colegio estaba lleno, como en cualquier momento de recreo, no encontraba a ninguno de mis compañeros. Subía por las escaleras hacia buscaba el aula en la que estuvimos alojados durante unos meses cuando tenía once años debido a unas obras de reforma. Le tenía cariño a esa clase, ya que me sentaba al lado de ventana y, a través de los sucios cristales, podía mirar las casas grises de protección oficial que rodeaban el colegio, con sus fachadas color crema llenas de desconchones y, un poco más allá, veía el cielo y me quedaba embobado mirándolo sin importarme en absoluto lo que dijera el profesor en ese momento. En aquel pupitre escribí un relato sobre unas mariposas que querían volver a su lugar de origen pero un gran viento había arrasado sus hogares. Y ese es el recuerdo más feliz que conservo de todos aquellos días, cuando dejé llevar mi imaginación hasta unos lugares que por entonces me parecían desconocidos. Como Hushpuppy.