Border (Gräns)
La diferencia subjetiva Por Javier Acevedo Nieto
La fealdad revela cosas hermosas de todo cuanto nos rodea. El cine ha reflejado esa fascinación por la fealdad, por lo grotesco o diferente desde su mismo nacimiento, pero con frecuencia las dinámicas artísticas se ven zarandeadas por el pensamiento de una época. Por ese motivo, el individuo monstruosamente feo siempre va a tener que a ceder frente a un nosotros, un colectivo social, que le impone una determinada manera de mirarse. Naturalmente, filmes como El que recibe el bofetón (He Who Gets Slapped, Victor Sjöström, 1924), El hombre que ríe (The man who laughs, Paul Leni, 1928) o la canónica La parada de los monstruos (Freaks, Todd Browning, 1932) probaron que esos supuestos monstruos o individuos grotescos – un payaso con el corazón roto, un hombre de cicatriz en forma de sonrisa perenne o un grupo de artistas circenses – eran auténticos exponentes de humanidad en un mundo de monstruos con forma humana.
Desde esos primeros filmes, con el arquetipo del monstruo sobrevolando prácticamente toda la historia del arte y del cine, hasta las últimas muestras recientes, los individuos de apariencia diversas han visto reflejadas sus historias en conflictos entre el individuo y la sociedad, sucumbiendo siempre el primero al último. La moraleja parecía ser que por muy buen monstruo que uno sea, tiene que acabar pasando por el tamiz de la época. Ali Abbasi conoce los engranajes que mueven a esos relatos de individuos extraordinarios en entornos ordinarios. Border (Gräns, Ali Abbasi, 2018) adapta un relato del autor John Ajvide Lindqvist, ya llevado a la pantalla en Déjame entrar (Låt den rätte komma in, Tomas Alfredson, 2008). Algunos son los paralelismos de ambos filmes, sobre todo ese tema central de la identidad en conflicto, de la revelación de lo extraordinario en una realidad demasiado real. Podrían detectarse más paralelismos, pero Border (Gräns) es una película cuyo esquema narrativo es mejor descubrir por uno mismo. El principal logro de Abbasi, y el motivo por que el Border (Gräns) es una película más interesante que Déjame entrar, es por su capacidad para balancear registros dramáticos, desde la ironía pasando por el drama y culminando en la clave romántica.
Tina es una agente de aduanas inmersa en una rutina donde su pintoresco aspecto y peculiar habilidad olfativa resultan banales. En ese sentido el filme se esfuerza por reflejar la condición de Tina como un engendro útil socialmente, debido a su capacidad para detectar infracciones a partir del olor. Hay que entender que ante todo Border (Gräns) es el relato de la destrucción de una identidad, una de las claves temáticas de la presente SEMINCI. Tina malvive en una depauperada casa en medio del bosque con Roland, adiestrador de perros. Abbasi comienza a hilvanar tonos y registros desde el principio, con frecuentes metáforas visuales que expresan la condición animal de Tina, desde la imagen de los perros encerrados en el jardín de la casa hasta las caricias condescendientes de Roland. Lejos de incurrir en la ironía más inmediata y el humor visual, Abbasi superpone a esa capa narrativa otra donde Tina interactúa con el entorno que le rodea. Una luz roja que baña su rostro en el pasillo de la aduana, primeros planos donde no deja de olisquear cada rincón y detalle. Una visita al bosque que rodea su casa, primerísimos planos de sus manos acariciando el musgo, el cuerpo desnudo bañándose en la soledad de un río.
Es así como Border (Gräns) plantea un primer acto narrativo donde la ironía del relato se ve compensada por la habilidad de Abbasi para construir una imagen sensorial de Tina que refleje la subjetividad del personaje. No solo lo consigue a través de esas metáforas visuales o el juego de primeros planos, sino con un uso virtuoso de la banda sonora diegética. Border (Gräns) presenta un diseño sonoro profundamente evocador y clave para empatizar con esa destrucción de la identidad plasmada en la subjetividad del entorno. Ese primer acto narrativo es interrumpido a medida que Tina se siente extrañamente atraída por la figura de Vore, una persona con la que comparte similitudes y que es el detonante de todo un segundo acto narrativo en el que Border (Gräns) conquista su propio estilo. Se apuntaba que el film de Abbasi era superior a Déjame entrar por su capacidad para balancear registros, pero esto quedaría en mera intención de no ser por ese ejercicio audiovisual a la hora plasmar la subjetividad. Tina y Vore son dos individuos al margen de la sociedad y la humanidad. La relación entre ambos presenta aristas que comienzan a atisbarse en su posición respecto al plano. Basta observar cómo la intimidad entre ambos se desarrolla en entornos rurales y cómo la alienación florece en secuencias ambientadas en interiores urbanos. Entre medias, los efectos sonoros realzan los sonidos de la naturaleza o la humanidad, y el segundo plano rodea a Tina y Vore encerrándolos o dándoles libertad.
Es relevante insistir en estos pequeños detalles para comprender por qué Border (Gräns) es ante todo un logro por registrar la textura de una subjetividad psicológica. El relato de Abbasi es polisémico, y pocos podrán poner en duda las diversas lecturas del filme. Desde una reivindicación de la diversidad sexual, pasando por un relato misantrópico hasta una lectura en clave fantástica. Lejos de tener que escoger una lectura, es preferible registrar unas pautas visuales que permitan trazar una línea crítica transversal, porque Abbasi parece no querer decantarse por completo por ninguna de esas lecturas, siendo quizá el mayor acierto de Border (Gräns). La historia de Tina y Vore atraviesa esas problemáticas, deambulando también por diversos géneros. Si hasta ahora se había hablado de diversidad de tono y de soluciones audiovisuales para plasmar una subjetividad, también se puede hablar de diversidad de géneros narrativos. El filme coquetea con el género romántico, siempre con una pátina fantástica subyacente, y recurre al thriller a través de una investigación policial donde Tina ayuda a la policía a desarticular una red de pornografía infantil. Los tres géneros, más el estrictamente dramático confluyen, y lo que parecía un McGuffin podría no serlo. Este balance podría antojarse como excesivo, o puede que alguno se aventure a etiquetarlo de pastiche postmoderno, en esa tendencia del cine posmoderno por reciclarlo todo. Nada más lejos de la realidad, de ahí que el mayor logro de Border (Gräns) no sea estrictamente su relato sobre la destrucción de la identidad, sino su manera de guiar la empatía del espectador a través de la construcción de una subjetividad amparada en un equilibrio que pese a sus fallos funciona.
Relato que evidentemente orbita sobre la destrucción de la identidad. Tina acaba por cuestionarse toda su condición humana, y como ser extraordinario que es se abre ese arquetípico conflicto entre el individuo y la sociedad. La mayoría de los héroes y heroínas del género fantástico acaban por entregarse a la romántica dicotomía de la muerte del cuerpo o la sumisión del espíritu. El caso de Tina es diferente porque optimismo y pesimismo se equilibran hasta conformar un relato donde el conflicto entre el individuo y su habitus, ese espacio social donde uno asimila las normas sociales y pautas de convivencia humanas no asume los derroteros polarizados de otros filmes y deambula por una irónica ambigüedad que cautiva al espectador por la habilidad de Abbasi para construir el personaje. Probablemente ese equilibrio entre el relato fantástico y el reflejo de una cruda realidad se deba a la colaboración en el guion de Isabella Eklöf, quien en Holiday (2018) reflejaba un triángulo amoroso donde una joven se veía expuesta a la violencia machista en el mundo de las drogas y el lujo. También es cierto que ambos filmes presentan sendas escenas climáticas donde el sexo es catarsis, aunque con registros y valores diametralmente opuestos. Así, la tentación de Abbasi por llevar el relato por el sendero de lo fantástico es corregido por la mirada cruda de Eklöf, y Border (Gräns) se beneficia de ello.
Podría escribirse mucho más, pero en líneas generales el filme de Abbasi supone un éxito por la habilidad del director para combinar registros, tonos y géneros a través de una puesta en escena que, en medio de un panorama regido por un progresivo abandono de la reflexión sobre el poder la imagen en pos de su máxima estilización, consigue conformar una imagen poliédrica de la subjetividad de un individuo extraordinario. Border (Gräns) es ante todo una propuesta abierta, que se atreve a navegar entre géneros y que lejos de ser perturbadora como algunos apuntan, es una hermosa muestra de libertad, amor y también drama. Más cercana a Amat Escalante y La región salvaje (2015) por su condición de drama fantástico que refleja psicologías complejas por medio de retratos sociales, el film de Abbasi rehúye del pesimismo y abre las fronteras para que el crítico no sea ese celoso vigilante de aduanas que diga si esa imagen de la Suecia de Tina esconde algo más. En definitiva, Border (Gräns) es lo que a Spike Jonze le encantaría haber dirigido si su almibarada moralidad se lo permitiera. Un último apunte, y aunque el que escriba no sea aficionado de narrar hechos puntuales que poco tienen que ver con el filme. La proyección a la que asistí era pública, no para prensa. En una obra donde se tocan temas como la pedofilia, la violencia, la venganza misántropa, el aislamiento del Otro y otros temas de forma peliaguda, la última escena del filme y la aparición de los títulos de crédito dio paso a las risas cómplices y de ternura del público. Porque cualquiera puede empezar con la transgresión, y no tiene por qué haber complacencia en un filme si el público no sale escandalizado o el director de turno no suelta la perogrullada de turno.