Brasserie Romantic
Desaborido menú para la noche de San Valentín Por Fernando Solla
Sólo las ollas saben los hervores de su caldo
Las entretelas del amor y la buena mesa, así como su maridaje, han proporcionado algunos momentos cinematográficos notables, condimentado argumentos con toques de diversos géneros hasta acabar conformando un microcosmos o subgénero propio: el culinario. El cine europeo, particularmente, llegó a la cima con El festín de Babette (Babettes gæstebud, Gabriel Axel, 1987), amplificando la argamasa habitual de drama, comedia y romance hacia una muestra de arte total, donde tenían cabida no sólo música y pintura, sino una voluntad y manera de hacer que trascendía cualquiera de las disciplinas para centrarse en el por qué de la manifestación artística.
Algunas décadas y muchos títulos después aterriza en nuestras pantallas una película que supone el debut en el largometraje de Joël Vanhoebrouk, tras su extensa experiencia en el formato televisivo. De la Dinamarca rural del siglo XIX a la Bélgica metropolitana del XXI, el estreno de Brasserie Romantic nos llega con algo más de dos años de retraso desde su fecha de realización en 2012. Este detalle podría servir para cuestionar el estado actual de la distribución cinematográfica en nuestro país, un aspecto del sector que no solemos barajar cuando argumentamos nuestros comentarios sobre los filmes que reseñamos. En este caso, el oportunismo entre tema y fecha de estreno es más que evidente.
Pascaline (Sara de Roo) y Angelo (Axel Daeseleire) regentan el Brasserie Romantic, un restaurante tras cuyo idílico nombre se esconde la frustración de los propietarios, así como la de todos sus empleados. Hermana y hermano han renunciado a la posibilidad de una vida más plena (sino profesional, sí afectivamente) en favor de un negocio cuyos beneficios son insuficientes para conseguir un nivel mínimo de conciliación laboral y personal. Mientras Pascaline, ya entrada en la cuarentena, prepara el local para que sus comensales celebren la noche de San Valentín, recibirá la visita de Frank (Koen de Bouw), su primer y único amor al que no ve hace más de veinte años. Mientras, irán llegando los clientes, entre los que conoceremos a un matrimonio a punto de acomodarse en esa edad en la que la resignación predomina ante cualquier otro sentimiento; a una joven cuyo marido se ha fugado con su mejor amiga y, por último, a un tímido y algo retraído muchacho que sólo socializa con el género opuesto a través de citas a ciegas, previamente concertadas en foros o páginas de contactos.
El tema no es, ni pretende serlo, novedoso. Común denominador que aparece repetidamente tanto en el subgénero en el que contextualizamos la película, como en el de las historias cruzadas. El principal problema, que convierte a Brasserie Romantic en un ladrillo, es el infructuoso desarrollo de la trama, prácticamente inexistente en la articulación o estructuración del argumento y nula en el desarrollo de los personajes y en la exposición de sus motivaciones o frustraciones.
Cuando un espectador se acerca a un título de estas características hay un cierto nivel de azúcar que está dispuesto a consumir. Así mismo, cuando una película coral se vanagloria de serlo, es necesario que los guionistas insuflen vida a una serie de personajes suficientemente distintos entre sí como para crear cierta tensión (dramática o cómica) pero, a su vez, con alguna motivación común que haga que sus destinos se crucen de alguna manera. Una buena selección de actores y un realizador con habilidad para dirigirlos y cohesionar sus aptitudes interpretativas hacia la búsqueda de cada uno de los personajes es requisito indispensable. Finalmente, la elección de las localizaciones suele combinar en las secuencias de este tipo de filmes escenas de interior con unos exteriores reconocibles (vale igual la Torre Eiffel que un parque o paseo marítimo cualesquiera que nos evoquen a nuestro paraje favorito) para la gran mayoría.
¿Por qué no funciona Brasserie Romantic en ninguno de estos niveles? Vanhoebrouck ha eliminado el edulcorante desde el principio, intentando mostrar a sus personajes de manera seria, confundiendo mesura con falta de intención. A su vez dedica prácticamente la mitad del metraje a presentar a cada uno de los protagonistas como si de una enumeración se tratara, sin ningún nexo de unión o interacción entre ellos más allá del espacio común que ocupan, el restaurante, prácticamente la única localización del largometraje. Ineficaz resulta su labor en el terreno cómico, corriente en el dramático, cargante en lo romántico y petulante en el uso de los términos gastronómicos para dar un pretendido toque chic a su trabajo. El revés definitivo llega cuando constatamos que en su divagación, el realizador se ha olvidado del último pero a la vez imprescindible eslabón para que cualquier acto comunicativo resulte fructífero: el receptor del mensaje, en este caso, el espectador.
Otra opción muy válida es situarse en el bando de la anti comedia romántica, repitiendo cada uno de los lugares comunes del género a la vez que se hace mofa de ellos, como hemos visto recientemente en, por ejemplo, Don Jon (Joseph Gordon-Levitt, 2013). Por momentos, parece que el guión de Jean-Claude van Rijckeghem quiere situarse en ese terreno. Pero a estas alturas, que una mujer madura se invente una relación adúltera para obligar a su marido a que la tenga en cuenta o la burla de alguna enfermedad mental o deficiencia física en alguno de los personajes no aporta, conceptualmente, ningún matiz irreverente, como sí fue el caso (en su momento) del personaje de Warren en Algo pasa con Mary (There’s Something About Mary, Peter y Bobby Farrelly, 1998), interpretado por W. Earl Brown. En cualquier caso, y por los motivos expuestos en el párrafo anterior, el resultado no concuerda con las intenciones del realizador.
Finalmente, y más allá de un ejercicio de perpetuación del género no demasiado fructífero, resulta difícil encontrar en Brasserie Romantic elementos suficientemente destacables como para justificar la visita, constatando, además, que las pausas y los giros argumentales imprevistos que muchas veces funcionan en televisión, no siempre lo hacen en el medio cinematográfico.