Bright Garden – 25 FPS

Películas e instalaciones: posibilidades infinitas Por Fernando Solla

"Quizá no estaba seguro de lo que me interesaba
realmente, pero, en todo caso, estaba completamente
seguro de lo que no me interesaba."El extranjero (L’Étranger, Albert Camus, 1942)

El (S8) 2015 abre sus puertas a otro certamen con el programa especial Bright Garden. Presentado por sus programadores, Sanja Grbin y Marina Kožul…

… nos encontramos ante la posibilidad de conocer a un festival, el 25 FPS (Zagreb) cuyos orígenes nos remontan al formato televisivo.
Desde hace una década la capital croata celebra esta muestra como exhibición del cine de vanguardia con un punto de mira común centrado en la inestabilidad. En este caso, no nos referimos tanto a la cinematografía nacional sino a los formatos y contenidos de los filmes presentados, reflejo fílmico (filtrado por el punto de vista de los cineastas convocados) de los tiempos vacilantes y desequilibrados en los que se contextualiza su investigación formal. En esta sesión, el espectador ha visto como a partir de ocho experimentos hay un distanciamiento y regreso constante a la historia más reciente de un país. Entre lo vivo y lo inerte, el visionado conjunto de estas obras nos permite indagar en el mundo del celuloide para demostrar, una vez más, que a partir de un acto común como es ver cine se puede comprender mejor otra realidad, por lejana que nos parezca a primera vista.

Empezamos con The Anthem (2006) de Apichatpong Weerasethakul. En cinco minutos el realizador nos habla irónicamente de la tradición tailandesa de bendecir a las personas y eventos a través de su himno. Alejado formalmente de cualquier ademán costumbrista, la cámara asumirá su papel de intrusa para enfocar cómo la gente puede autosugestionarse a través del significado atribuido a una costumbre. Mientras tres amigas comentan lo amargos que saben últimamente los mangos, en otro recinto, parecido a un gimnasio, asistiremos al rodaje de un partido de tenis, en un apabullante travelling circular, que contrapuesto a la quietud de la reunión de las mujeres propiciará que nos debatamos entre pasarnos la pelota o disfrutar del paisaje.

Takashi Ishida nos propone con Umigo-eiga (Film of the Sea, 2007) la filmación de una vehemente y potentísima instalación cinematográfica, amplificando más si cabe la intensidad de la primera. El realizador desborda literalmente la pantalla, pared de un cuarto blanco convertido en sala de cine improvisada que se verá inundada por corrientes marinas animadas. Una cámara Super 8 irá desapareciendo y emergiendo alternativamente de entre la instalación, situándonos en el centro de la misma y convirtiéndonos en el mismo océano. De la imaginación de Ishida compartiremos su voluntad de mostrar cómo la imagen cobra vida y echa raíces en la pared. En este corto la banda sonora reclamará paulatinamente su presencia, acompañándonos como el sonido del mar en calma. Hipnótico juego de dimensiones, luces y sombras para esta película que es a la vez su propio making off, repleto de líneas verticales, perpendiculares y oblicuas, a través de las cuales los materiales y texturas se convertirán en protagonistas indispensables.

S8_BRIGHT GARDEN_FOTO 1_UMINO-EIGA

Umigo-eiga

Seguimos con el que ha resultado uno de los platos fuertes de la sesión. Rodado entre 1973 y 1987, Water Pulu 1869 1986, por el artesano Ivan Ladislav Galeta, el corto ofrece como resultado un pormenorizado y cuidado trabajo, que se adivina fotograma a fotograma. El realizador fija en el centro de la pantalla a la pelota amarilla a través de la cual orbitarán todos los jugadores. Es realmente conmovedor el uso de las distintas texturas y el tratamiento del color, que pinta un partido de waterpolo ante nuestros ojos, superponiendo a los participantes y al balón entre sí y sucesivamente, y viceversa. Convirtiendo el agua de la piscina en el líquido fotográfico que revela las imágenes, Galeta reflexiona sobre cómo en el cine, igual que en el deportante, no hay punto final que valga, ya que lo verdaderamente intrigante es el espacio y tiempo que dedicamos para llegar a nuestro objetivo. Congelación de imagen y saturación de color con La mer de Claude Debussy como banda sonora.

Desde Austria llega Endeavour (Johann Lurf, 2010), película cuyos dieciséis minutos están rodados íntegramente a partir de material facilitado por la NASA. El poder de la imagen para transportarnos en viajes improbables para la mayoría de nosotros se revela aquí como algo indispensable. En dos partes, día y noche, asistiremos al recorrido completo de un cohete espacial desde que despega hasta que aterriza, cruce de la estratosfera incluido. Lurf potencia a través del montaje y la iluminación natural el poder la imagen como contadora de historias, asimilando el punto de vista de la cámara al del espectador. Cuando el sonido desaparece, nuestra atención se centra todavía más en lo que transcurre antes nuestros ojos, como también ocurre en Dark Garden (Nick Collins, 2011). Luz y oscuridad como elementos para construir un jardín en invierno que durante menos de diez minutos se expandirá ante nuestra atenta mirada, así como el uso inagotable de las posibilidades del blanco y negro. Tras la incesante búsqueda construida a partir de innumerables planos detalle y escuchando el pitido del silencio como única banda sonora posible, el británico nos mostrará una especie de naturaleza entre muerta y congelada, esqueleto y atrezzo a la vez de un jardín que por momentos parecerá animado. Paisaje construido por las sombras de nuestros miedos a lo que habrá más allá, cuando lo que debería embelesarnos es lo que tenemos delante. De nuevo, formato como verdadero contenido de las películas, más allá de tramas y argumentos.

El visionado conjunto de Laitue (2008), del también británico Nicholas Brooks) y Manque de preuves (Lack of Evidence, 2011) ofrece un peculiar y evolutivo recorrido animado. Del trazo dibujado a mano y lápiz del primero a la generación de imágenes en 3D del segundo. Brooks nos ofrece sus bocetos inacabados (en ocasiones coloreados) para mostrar cómo el cineasta (igual que el pintor) da forma y ofrece su mirada al mundo, despojándose de su obra una vez la ha terminado. El filme resume cómo el proceso, caótico y ordenado al mismo tiempo, de creación pasa por distintas fases: la observación del mundo que nos rodea; su comprensión; cómo nos vemos a nosotros mismos en este mundo que recreamos hasta que creemos asimilarlo; el reflejo del creador y el contexto que le rodea en su obra… Brazos, estructuras, esqueletos, acciones, texturas. Continente y contenido como las dos caras de la misma moneda. Por otro lado, el francés, delimita a partir de gráficos animados la crónica de la petición de asilo de un hombre nigeriano. Sobrecogedor cortometraje que se desvincula un poco de sus compañeros de sesión en cuanto que es el único que vertebra una historia ficticia (aunque socialmente reconocible) en su trabajo, a la vez que filma su propia escaleta escrita. Insólita premisa, así como perturbador su resultado.

Finalmente, llegamos a Plac (The Market, 2006), de la realizadora croata Ana Hušman. Usando la técnica stop motion nos situaremos en un mercado de fruta y hortalizas. A modo de documental se nos mostrará cómo se vende el producto a la vez que las conservas que se realizan, recalcando la importancia de la procedencia de los alimentos que adquirimos. La cámara captará hasta el más mínimo detalle en medio de la vorágine. A la reflexión sobre la necesidad de consumir producto autóctono (clara reivindicación del cine del país) se eliminará cualquier rastro humano de la adulteración del estado natural de los alimentos, acercándose a ese terreno artesanal del oficio cinematográfico como algo en constante evolución que no tiene sentido sin la retroalimentación bidireccional entre creador y espectador, algo que el (S8) ha asimilado, como ya hemos visto ampliamente, como una de sus principales premisas.

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