Brotherhood, Ali y Crawl
Atlantida Film Fest 2013 Por Edu J.Moreno
Brotherhood (Hermandad aka Broderskab). Director: Nicolo Donato. Dinamarca, 2010
El cine gestado en Dinamarca vuelve a dar muestras de su renacimiento y su acierto a la hora de construir dramas complejos que no dejan indiferente al espectador. Como ya me sucedió con las películas obra de Susanne Bier, en especial con la desgarradora Después de la boda (After the wedding, 2006), o con el desolador retrato sobre dos hermanos destrozados desde la infancia que propone Thomas Vintenberg en Submarino (2010), Brotherhood logra el efecto de mantenerme atento y a la expectativa desde su violento inicio. La película de Nicolo Donato también comparte con sus hermanas de nacionalidad una visión determinista de la vida, aquella que sostiene que cualquier acontecimiento está causalmente determinado por la inquebrantable cadena causa-consecuencia. Es decir, que el presente y el futuro de cada uno de nosotros viene marcado por nuestras acciones pasadas. La historia que narra Brotherhood es la del vínculo que se crea entre Lars, un ex militar, y Jimmy, un neonazi perteneciente a un grupo de la extrema derecha danesa que será el encargado de instruirle en el camino hacia la supremacía de la raza blanca.
Muchas son las películas que retratan con más o menos acierto la entrada de un joven en un grupo de extrema derecha, pero pocas las que centran su mirada en la atracción sexual, y especialmente afectiva, que pueden llegar a sentir dos miembros de un grupo en el que la homosexualidad se persigue de una forma tan brutal como lo es el pertenecer a una raza diferente a la aria. Donato sabe mostrar con acierto el camino que recorre una persona en principio ajena al nacionalsocialismo hasta que llega a convertirse en miembro de pleno derecho de un grupo neonazi. Pero la principal virtud de Brotherhood es dotar de veracidad una historia de amor que podría haberse quedado en los tópicos homoeróticos que rodean el universo de los skins.
Los dos extremos de esta relación son seres en principio antagónicos ya que uno representa el elemento ajeno al grupo que seduce por sus dotes intelectuales (Lars), mientras que el otro (Jimmy) ha pertenecido al movimiento prácticamente desde su adolescencia y ve tambalearse sus ideales con la llegada de este inesperado compañero. Buena parte de la mencionada veracidad es deudora del buen trabajo de sus dos actores protagonistas, Thure Lindhardt y David Dencik, que saben dotar a sus personajes de las notas justas de violencia, calma, ternura o miedo en función del momento por el que atraviesa su relación. También es meritoria la labor de Donato tanto como coguionista como detrás de la cámara ya que consigue trasladar con una sutileza extraordinaria el paulatino acercamiento entre Lars y Jimmy. Memorable es la escena que ambos comparten en la casa donde viven tras llegar de una fiesta con sus colegas, momento de celebración en el que ambos empiezan a ser conscientes de su atracción mutua. El tabique que separa sus movimientos es símbolo de todas las dificultades que tendrán que superar tanto para estar juntos como para que dicha situación no sea conocida en su entorno. A partir de ese momento la película combina con brillantez la voracidad y sensibilidad que respiran sus encuentros sexuales y su relación con una creciente tensión por saber qué sucederá en el caso de ser descubiertos, algo que el espectador sabe que no tardará en suceder. Y como ya se mencionó al inicio, el determinismo maneja los hilos de una historia cuyo final es sorprendente pero no por ello menos lógico.
Brotherhood
Ali. Director: Paco R. Baños. España, 2012
La nueva película de Paco R. Baños también gravita en torno a un vínculo muy especial, en este caso el establecido entre Ali (Nadia de Santiago), una adolescente que se ha construido una coraza de aislamiento para evitar enamorarse, y Alicia (Verónica Forqué), una excéntrica madre que, al contrario que su hija, se expone demasiado abiertamente a los vaivenes del amor. En torno a ella se concentran una serie de personajes a los que apenas llegamos a conocer ya que son meras excusas para comprender mejor el carácter de esta pareja de mujeres. El principal problema de la propuesta de Baños es el mismo que el de su joven protagonista, como si cinta y personaje se hubiesen mimetizado. Ambas se creen más especiales de lo que realmente son. Ali construye su escudo a base de indiferencia hacia prácticamente todo lo que le rodea: su trabajo, los pretendientes de su madre y, en especial, un compañero de trabajo que está enamorado de ella. Al conocer el entorno en el que ha vivido tampoco nos parece extraño que la joven haya construido un muro que la aísle emocionalmente del exterior. Por su parte la película es demasiado autoconsciente de su rareza y potencia dicho carácter explotando todos los tics propios del llamado cine independiente: voz en off que introduce las diferentes fases de la película, planos desde ángulos no convencionales, ralentización de la imagen en momentos supuestamente trascendentes, uso excesivo de la banda sonora sin un sentido aparente…
También es cierto que tal uso de la cámara y del montaje ayuda a describir más allá de las palabras la fuerza de la relación entre madre e hija (como sucede en la escena subacuática en la piscina o tras el percance que sufre Alicia en el comedor), así como para dejar entrever que la joven Ali no es tan dura como parece. Quizá el abuso de tanto recurso estilístico favorece a que la película sea estéticamente bella (algo que ya sucedía en películas como Tu vida en 65’ de Maria Ripoll), pero impide que el espectador se centre más en el contenido que en la forma. Un problema que supone la principal tara de una cinta que tiene como principal virtud el trabajo de todos sus actores, no sólo de su pareja protagonista, sino también de rostros conocidos como Julián Villagrán o Lluís Marco. No diré que la película de Baños resulte fallida, pero le sucede como a su protagonista, que empieza a resultar mucho más interesante cuando se olvida de todos sus artificios y se centra en una historia materno-filial que podría haber dado mucho más de sí.
Ali
Crawl. Director: Hervé Lasgouttes. Francia, 2012.
Para terminar con esta primera parte de mi cobertura del Atlántida he dejado la que considero como más floja de las tres propuestas. Se trata de la cinta francesa dirigida por Hervé Lasgouttes que narra la extraña relación entre Martin, un hombre que malvive a base de pequeños trabajos temporales, y Gwen, una chica que trabaja en la conservera local y que entrena con el objetivo de viajar a Méjico para competir como nadadora en aguas abiertas. Junto a ellos aparecen la hermana mayor de Martin, Corinne, una doctora que intenta poner sensatez en su entorno familiar, y su marido, Jean, jefe de la conservera local y que tendrá un papel clave en el desarrollo de la historia. La intención del director parece ser mostrar la soledad de los protagonistas no únicamente a través de la ausencia de diálogos en su parte inicial sino con planos predominantemente abiertos que inciden en la forma que tienen de enfrentarse al mundo. El efecto colateral, aunque quizá también perseguido por su director, es distanciar demasiado al espectador ante una historia que en principio debería emocionarnos. De hecho apenas conocemos los motivos que impulsan a los dos protagonistas a iniciar una relación de la que el propio director nos escatima los momentos de pasión iniciales con lo que debemos poner de nuestra parte para entender esa extraña conexión.
El mayor acierto de Lasgouttes es haber elegido para el papel de Martin a Swan Arlaud, un actor cuyo físico y gesto facial ya sugiere el desconcierto y desorientación vital que atraviesa su personaje durante buena parte de la película. Su mirada es de lo poco que permite al espectador involucrarse con lo que ve en pantalla, una historia que se complica en el momento en el que Martin comete un error por pura torpeza mental. Dicho momento es el punto de inflexión. Lo que hasta entonces era una guerra particular de cada uno de los personajes contra el mundo y sus circunstancias adversas deviene en un universo en el que predomina la solidaridad y que concluye en un final quizá excesivamente benévolo para como pintaba el panorama. Algo que a mi particularmente me desconcierta y que ya me sucedió con la película de Susanne Bier En un mundo mejor (In a better world, 2010). La diferencia principal entre ambas es que aunque el final de la película danesa no era del todo coherente con el devenir de los acontecimientos al menos conseguía emocionarnos. Algo que Crawl no consigue en parte por culpa de una primera parte desnuda de sentimientos, excesivamente fría. Una sensación de la que no consigue despojarse en todo el metraje a pesar de una segunda parte que intenta que nos importe el destino de sus personajes, algo que logra únicamentea medias.
Crawl