By the rails
Memoria y porvenir Por Manu Argüelles
Una casa en ninguna parte. Un retorno, una pareja que se reencuentra. Dos países: Italia, la tierra de las promesas. Rumanía, el lugar de pertenencia. En el cine de Cătălin Mitulescu, el país transalpino siempre mantiene su efigie como la tierra soñada. Allí es donde quiere fugarse con su amigo la protagonista de Cómo celebré el fin del mundo (Cum mi-am petrecut sfarsitul lumii, 2006), aunque al final recula. Allí es donde vive la madre del protagonista de Loverboy (2011) y, aunque descrito de forma muy sutil, refuerza cierta sensación de desamparo y de pérdida del joven adolescente. Y allí es donde trabaja Radu (Alexandru Potocean) en By the rails, dejando a Monica (Ada Condeescu), su mujer, e hijo pequeño en su pueblo natal. El film comienza justamente con esa vuelta a casa, como si quisiese desarrollar aquello que ya estaba tenuemente dibujado en Loverboy, en esta ocasión proyectado a una pareja adulta. By the rails se perfilará así como la reconstrucción de los lazos afectivos cuando se ha producido una larga separación física. Por lo que todo parece apuntar que hay cierta incompatibilidad entre en el confort y la estabilidad económica que da un país (Italia) y el otro, donde permanece aquello que importa, la gente que da sentido a tus raíces. Son claves conjugadas muy habituales cuando el cine aborda la emigración, pero Cătălin Mitulescu lo trata como ecos, pequeños matices contextuales que ayudan a conformar cierto retrato anímico de sus personajes, que no se muestra definido y claro, aunque tampoco es algo indescifrable o excesivamente opaco. No es tanto como la operación de componer un puzzle para que, a partir de mucho esfuerzo, tengamos una imagen, sino como si estuviésemos ante un telar y tengamos que fabricar una tela a partir de hilos deshilachados que iremos situando paralelamente y así podamos trazar la figura que veremos una vez que la trama esté terminada.
A partir de aquí, Cătălin Mitulescu siempre sitúa sus ficciones en torno a gente humilde, no tanto como una población excluida sino que, más bien, prefiere fijar su atención en núcleos humanos situados en la periferia, en el intersticio entre el campo y la ciudad, donde se crean pequeñas comunidades que parecen vivir con su ritmo propio, a partir de la camaradería que se da entre los vecinos. Aunque en By the rails, su film más minimalista, tarde en llegar, también acabaremos llegando a este tipo de enclaves, cuando los personajes a lo largo de esa noche en la que se vuelven a ver, vayan a parar a los últimos estertores de una boda que se estaba celebrando paralelamente al encuentro de los personajes principales. De esa celebración es de la que salía Monica para encontrarse con Radu, pero es algo que está elidido al principio. Porque Cătălin Mitulescu quiere decirnos muy poco, que sepamos lo básico, para que construyamos el film a medida que lo vamos viendo. Esa boda es la que da un color costumbrista, es la que permite dar cierto tono identitario, situada entre lo estrafalario y lo pintoresco, como cierta visión «movida» que establece un contraste con el sitio idílico del restaurante cerca del mar en Italia donde trabaja Radu.
Radu en Italia
No es casual que todo acontezca en una noche, porque estamos ante un cine de presencias que confronta la memoria (Rumanía) con el porvenir (Italia). Esa vía, esa forma de desandar el camino recorrido para volver atrás, como si se quisiese buscar una corcondancias de tiempos que durante mucho tiempo han permanecido por vías separadas. Por eso la reunión de ambos se asemeja mucho a un cortejo a destiempo porque, ciertamente, ambos están fuera de él. La noche, el tono atmosférico de lo deshabitado, aquello que permanece fuera del ritmo diario, todo conforma esas sensaciones de un paraje que está a la espera de volverse a habitar. Y, ahí, en ese espacio por recomponerse irrumpe con fuerza cierto ambiente dislocado de algo que se supone que es una fiesta y termina con una riña. No es casual que ante esa pelea en la boda, todo el armazón arquitectónico de las nupcias acabe cayendo, como la metáfora de un país que se aguanta con pies de barro. De esta manera, en ese emplazamiento imposible para vivir, Radu y Monica están rehaciendo su unión sentimental desde las ruinas.
By the rails es así como un sostén de fantasmas, de ahí la poca «sustancia» que nos otorga su director para dotar de sentido y comprensión al film. Unos fantasmas que añoran su antigua condición humana, que buscan encontrar algo más allá de los residuos que parecen ser lo único que ha sobrevivido con la distancia. Se trata de recobrar en un tiempo discontinuo e irreal y volver a lo vivo, aquello que a pesar de todo, permanece. Desgarrando la noche, buscando la luz.