Caníbal

La lluvia, los inviernos fríos y los cielos encapotados * Por Laura del Moral

I. Caníbal. La lluvia

Jonás: Me gusta ver la lluvia.

Sofía: Yo prefiero mojarme.

Este diálogo mantenían los dos adolescentes protagonistas del cortometraje ganador de la Palma de Oro en Cannes en 2007, Ver llover (Elisa Miller, 2006), dos sencillas frases que definen perfectamente dos diferentes posturas que se pueden adoptar ante la vida; hay en varios trabajos de Manuel Martín Cuenca personajes del primer tipo, especialmente los masculinos, de los que ven la vida pasar o simplemente se dejan arrastrar por ella por ese vértigo de abrirse al mundo, tan humano y que nos cuesta tanto reconocer y que ha rondado constantemente por mi cabeza este verano evocando a Lorenzo (Jacopo Olmo Antinori) en Tú y yo (Io e te, Bernardo Bertolucci, 2012).

En Malas temporadas (2005), Martín Cuenca nos mostraba a Gonzalo (Gonzalo Pedrosa), un adolescente asustado ante la vida que decide quedarse encerrado en su habitación como una forma de huir. En La mitad de Óscar (2010), Óscar (Rodrigo Sáenz de Heredia) no está encerrado en ningún espacio físico sino en sí mismo, en su rutina, sus días son todos iguales y su elección parece haber sido solo la de esperar. En la libre adaptación de la novela Caribal del escritor cubano Humberto Arenal que ha hecho Manuel Martín Cuenca con Caníbal, Carlos (Antonio de la Torre) es un personaje solitario que convive con un secreto, sin cuestionárselo, sin culpa, también transita por la vida más como un superviviente ensimismado en sus hábitos que como un ser viviente. Aunque diferentes, en estos dos últimos trabajos, se hace una apuesta por un cine de silencios, que insinúa más que muestra, de historias que plantean incertidumbre, en un cine que esconde algo inconsciente que se nos escapa de las manos.

II. Caníbal. Los inviernos fríos

Hablábamos de la lluvia y de los que se quedan a contemplarla, quizá podamos juzgarlos como seres pasivos ante la vida pero detrás de esta condición parece haber siempre un motivo de peso, tal vez el haber pasado demasiados inviernos fríos. Revelaba Malas temporadas unos personajes que deambulaban por la vida, que buscaban encajar, que trataban de encontrar su lugar en el mundo en un recorrido que les acababa llevando a un necesario proceso de aprendizaje que debía consistir en aceptarse. No hay una solución al final del camino, solo una solución en nuestras propias elecciones. Como en el cortometraje Ver llover, en el cine de Martín Cuenca parece que los que prefieren dejarse empapar por la lluvia son los personajes femeninos, aunque también se muestran como seres heridos, son los que primero han decidido enfrentarse al mundo y en parte son los que hacen que ellos quieran abrirse también. En La mitad de Óscar y en Caníbal, marcando las diferencias, se esconden temas tabús, tratados con distancia y simplicidad, con una perspectiva que no denuncia nada, que no establece un juicio, con una mirada observadora de los sucesos. Se esconde el drama pero no la tragedia. De la imposibilidad del amor y de sus huellas hablan en diferente forma estos filmes, en Caníbal, Carlos, además de su condición y de su frialdad parece esconder el dolor de no haber amado nunca (como insinúa) o el dolor de algún antiguo amor (como intuye Nina -Olimpia Melinte-). Se presenta la intención de mostrar el amor como la única fuerza que tal vez pueda cambiarlo todo aunque finalmente nos va conduciendo a la sensación de que primero se necesita de otra fuerza aún mayor, la capacidad de perdonar

III. Caníbal. Los cielos encapotados

Estos personajes que solo contemplaban la lluvia siempre parecen llegar al momento en que deciden salir, en el que se dejan calar por ella, el principio de la ruptura del miedo, la aceptación de que caerán y se levantarán y de que posiblemente acabarán llenos de moratones.  Señalaba Martín Cuenca, que a veces se gana y a veces se pierde y las malas temporadas son solo presagios de algo mejor aunque en sus dos últimas películas parece sobrevolar la perpetua sensación de un entorno que descansa bajo constantes cielos encapotados sin tener muy claro esa certeza de que pueda venir algo mejor. Más que posiblemente ni Óscar, ni Carlos viven como quisieran vivir y no son dueños conscientes de sus actos, han elegido una forma diferente de escapar a esa dimensión trágica a la que parecen condenados. El mal, el amor y el perdón son los tres ejes sobre los que gira Caníbal, será necesario que convivan y son los que conducirán tanto a Carlos como a nosotros a la duda de si es posible que cohabiten entre sí.

IV. Caníbal

Parece haberse inclinado Martín Cuenca hacia una concreta línea de trabajo en sus dos últimas obras con la utilización de determinados planos, la destacable dirección de fotografía, los silencios y ese discurrir lento que nos impone una constante sensación de soledad y desasosiego. Ajusta sus protagonistas al paisaje, dejándonos ver que son una parte muy importante de él, conduciéndolos (nos) a una especie de nexo inquebrantable entre paisaje, personaje e historia. Ante la magnitud de la perspectiva, el salar en La mitad de Óscar, y el paisaje montañoso cubierto de nieve en Caníbal, tanto Óscar como Carlos parecen aún más solitarios y perdidos, surgen como pequeños fragmentos en los que sin embargo se encuentra el valor de la historia.

* El título está inspirado en la descripción del personaje de María en La mitad de Óscar.

Caníbal

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