Carmita
La decadencia y el escenario Por Jose Cabello
Desde Billy Wilder, con El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950), hasta Cronenberg, con Maps to the Stars (2014), el cine juega con el ejercicio de metacine para hablar de la fugacidad de la fama y lo volátil de ésta. La decadencia de Norma Desmond en El crepúsculo de los dioses continúa funcionando, a día de hoy, como paradigma dentro del cine para hablar del declive del estrellato. Irónicamente, Carmita, una de las cintas a competición en el último Festival de Márgenes, transita una senda paralela, tejiendo puentes entre Carmen Ignarra -Carmita- y Norma Desmond, pues la primera podría ser la conversión en carne y hueso de la segunda. Ambas mujeres gozaron de popularidad como actrices, pero ahora viven las horas bajas de su profesión. También las dos viven encerradas en una mansión alejadas de una realidad que se niegan a admitir.
Dejando a un lado las semejanzas, que son muchas, la historia de Carmen Ignarra, según ella misma narra en Carmita, es la crónica desdichada de una actriz que abandonó Cuba para trabajar en Hollywood, pero que en su camino se cruzó con Santiago Reachi, su ex-marido, conocido por ser el descubridor de Cantinflas, y éste truncó su carrera profesional. El hogar de Carmita es un monumento erigido a la nostalgia. Una casa donde se mira continuamente al pasado y se detesta el presente. De ahí que Carmita arrastre y proyecte en sus cuidadores, o incluso en los directores del documental, los fantasmas que han acompañado su vida: la desconfianza, el miedo y una obstinación despiadada contra sí misma.
La autodestrucción de Carmita queda reflejada en la actitud bipolar de una señora que pasa de ser entrañable en un minuto, a ser un ogro en otro.
Aunque quizás Carmita, producto de su pasado, más que tener mal carácter se defiende de una manera preventiva ante unos ataques que no llegan nunca. De la misma manera, afirma rotundamente que sus anteriores cuidadores robaban en su casa, o cree ciegamente que hubo una conspiración en su contra para impedirle triunfar en Hollywood. Pero el monstruo, contra el que ella debería luchar no es otro que ella misma. Carmita es la peor enemiga de Carmita. El documental muestra la locura de encerrarse años en un casa y tirar la llave, o peor aún, no querer encontrarla, porque conscientemente el norte se ha perdido.
Otro de los traumas arrastrados de Carmita es la belleza perdida. Las fotografías de su esplendor están rajadas, tachadas o acompañadas de gran cantidad de insultos que ella misma escribió fruto del odio de su envejecimiento. Este odio lo palia con el único contacto que tiene con el exterior, a través de internet. Carmita, con la ayuda de los distintos cuidadores que han pasado por su casa, ha construido un blog donde sus seguidores no paran de lanzar mensajes de admiración. Carmita una vez al día, o dos, se pasea por esta habitación y se coloca frente a la pantalla para bañarse en halagos. Según el tipo de comentario (siempre positivo), ella se encarga de dictar a la persona que está con el teclado en mano, el mensaje a escribir a cada uno de sus fans. Como si fuese una diosa, Carmita condena o bendice a través de su blog a cada una de las personas que pasaron por ahí y dejaron su opinión.
Como ocurre con los grandes mitos, la vida de Carmita es indescifrable si hablamos de discernir qué parte es inventada y qué parte es real, pues la aleación es tan perfecta que, como ocurre con el propio documental, sería imposible descifrar la parte ficcionada de la parte que realmente está ocurriendo. Pero dejar caer el peso en este apartado sería incurrir en una falta de perspectiva sobre un personaje que, a través de la cámara de Israel Cárdenas y Laura Amelia Guzmán, nos deja ser partícipes de este peculiar universo trasnochado donde claramente podemos ver lo peligroso de vivir de espaldas al presente. Aunque tal vez las adversidades a las que hizo frente Carmita solo puedan ser superadas hoy gracias al recurso de la nostalgia.