Carne de perro

Cancerbero Por Jose Cabello

Un film posee la responsabilidad moral de arrojar referencias suficientes para el entendimiento básico del relato, eliminando la presencia de fuentes externas que favorecen el discernimiento global. El espectador no puede recoger el testigo de una mala clarificación de los hechos que condena taxativamente a la audiencia a una investigación paralela con el fin de recomponer las piezas invisibles del puzzle. Casi siempre, la opacidad de los datos viene camuflada bajo un halo de sutileza ficticia, negándose así a ratificar lo inevitable, una especie de trueque forzoso que sacrifica la correcta exposición a cambio de estampar el sello de cine independiente.

No muy atrás en el tiempo, el estreno de To the wonder  (Terrence Malick, 2012) provocaba sentimientos encontrados en el mundo crítico, pasión u odio. No cupieron medias tintas. En el cine, lo más importante, no lo configuran los extremos derivados del análisis, lo valioso de la cuestión reside en la sinopsis. El personaje de Ben Affleck, por ejemplo, se presenta como un escritor, e incluso las publicaciones más serias elaboraron infinidad de textos basando sus estudios en esta premisa. Pero ¿en qué momento es latente la profesión de este americano? Nunca se habla de su cometido, libros y actor no coexisten ni en un miserable plano. Entonces ¿de dónde viene esta asociación? Exclusivamente de la sinopsis facilitada por la distribuidora. Sospechoso. Idéntico proceso sufre la chilena Carne de perro. En una suposición inicial, el sujeto ejerció de torturador durante la dictadura chilena. No obstante, Fernando Guzzoni no define el problema esencial para conseguir así trasmitir el agotador intento de Alejandro por abandonar esta vida pasada y construirse un presente, sólo da trazos bastos donde los grumos impiden distinguir la imagen que se esconde en la pintura.

Carne de perro

Aparcando el enigma previo, Alejandro, la ficha central de Carne de perro, sobrevive en una desidia constante, así lo muestra la cámara distorsionada que deambula por la casa.

Su existencia parece subordinada a la soledad, a excepción de un perro que le acompaña. Alejandro es un extraño ser, un antihéroe, que lastra sus relaciones sociales por un estigma pasado aún no superado. Y esto permite describir una pauta de comportamiento diferenciada entre vínculos externos e internos. Los primeros, que desarrolla con el médico, el sindicalista o el mecánico que le arregla el taxi, conforman la superficie de su turbación, con los tres mantiene una conversación agitada que se obliga a interrumpir para reprimir sus instintos remotos y nunca ir a más. Los internos, en contraposición, están marcados por una agresividad irracional sin freno, haciendo y deshaciendo acciones al borde de la bipolaridad, y en este habitáculo solo se encuentra el perro. Las escenas dantescas de violencia contra el animal, supondrán un descrédito y un posterior rechazo del público ya que la excesiva sensibilización contra el maltrato cegará a quienes no adviertan al can como un catalizador de su oscuro yo interior, una locura que le guía a herirle para luego cuidarle. Si además se le suma el riesgo que entraña empujar a un personaje desagradable y, popularmente pernicioso, bajo el foco de las miradas, la proeza de Fernando Guzzoni redime a Carne de perro de una condena apresurada.

Los nexos externos e internos no logran sintetizar el trato de Alejandro con su mujer e hija. La complejidad aumenta cuando los planos, y diálogos, evidencian una antigua relación destrozada. Ahora los vínculos externos no valen, él está más implicado emocionalmente y no es capaz de aplacar su ira mientras, por otra parte, los internos están tan cargados de violencia que no son proyectables, debido a la distancia, sobre su mujer e hija, hecho que le priva de ejercer su poder. Y ahí se encuentran las personas que más quiere, entre lo ajeno y lo propio, donde más le duele. Así, madre e hija luchan por salir del yugo, porque aunque caminen en tierra de nadie, su objetivo último es abandonar lo propio para llegar a lo ajeno.

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Un infierno diario para un pobre diablo que intenta paliar su castigo con la redención más cercana: la huída hacia la religión. Los cantos evangélicos camuflan a un monstruo en una muchedumbre arropada bajo la misma idea, una salvación previo arrepentimiento en base a la dedicación continua a la Iglesia. Alejandro, a estas alturas, demuestra que solo es carne de cañón de una secta, de un pensamiento colectivo o de un acatamiento estricto de las órdenes, independientemente de su procedencia.

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