Carol
Siluetas proyectadas contra una maqueta Por Fernando Solla
"I always thought it would be better to be
a fake somebody than a real nobody."
Todd Haynes nos vuelve a trasladar a los años cincuenta del siglo pasado. Si en Lejos del cielo (Far from Heaven, 2002) mimetizó estilísticamente el cine melodramático de Douglas Sirk, con Carol vuelve a la misma época para adaptar la novela homónima de Patricia Highsmith, titulada en una primera edición ‘El precio de la sal’ (The Price of Salt, 1952) y firmada con el pseudónimo de Claire Morgan. Los títulos de crédito iniciales ya avanzan que seguimos ahondando en el escenario delimitado en el filme de 2002, con continuidad en las líneas conceptuales. No hablamos de repetición o recreación en algo ya conseguido, sino de reanudación, profundización, desarrollo, evolución y perfeccionamiento.
El mismo color azul pastel adornará la cabecera de credenciales, pero una vez situados de nuevo en el milagro de la transformación, de forma y contenido, que fue Lejos del cielo, comprobaremos que Douglas Sirk, muy presente todavía si se quiere, deja paso a Edward Hopper y los tintes melodramáticos del primero se supeditarán a la capacidad de observación desde la soledad y el silencio (así como la captación de los espacios) del segundo. En el primer título, veíamos cómo (o si) se podía afrontar la homosexualidad masculina desde los cánones sociales y cinematográficos de entonces y desde el punto de vista de la esposa (Julianne Moore), con las consecuentes e infringidas decisiones de y para la mujer. Aquí, la osadía e intrepidez es manifiesta. El safismo no será cuestionado por las protagonistas, aunque sí por su entorno inmediato, especialmente el masculino. En un principio víctimas pero no mártires y con el poder (no siempre la valentía) de decidir hasta cuándo.
Therese Belivet (Rooney Mara) es una joven aspirante a fotógrafa que trabaja eventualmente en unos grandes almacenes. Debido al ajetreo propio de las fechas navideñas cubrirá la sección de juguetería. Allí conocerá a Carol (Cate Blanchett), mujer elegante y sofisticada que buscará una muñeca para su hija. La segunda olvidará sus guantes sobre el mostrador, lo que iniciará una relación de flirteo, discernimiento y, finalmente, autodeterminación. A la vez que Carol se enfrentará a su todavía marido y a la posible pérdida de la custodia de su hija, Therese se introducirá en un mundo de conocimiento interior que le permitirá empezar a definir qué quiere hacer y, sobretodo, quién quiere ser y con y por quién serlo (y estar).
Con este largometraje Haynes demuestra una vez más su condición de esteta, entendiendo la importancia de la belleza como muestra de dominio total de la armonía en el arte y la belleza en el contenido. no únicamente como cualidad decorativa. A través del personaje de Dannie (John Magaro) declarará abiertamente su aspiración como cineasta cuando, durante el visionado desde la cabina de proyección de un pase de El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, Billy Wilder, 1950), el joven explicará su necesidad de mostrar la correlación entre lo que los personajes dicen y lo que sienten. Y Haynes lo consigue, dirigiendo a las dos actrices protagonistas de una manera impoluta y elegante. Perfecta.
Una vez manifiesto su anhelo, el realizador decidirá cambiar el oficio del personaje de Therese con respecto a la novela original. De aspirante a dramaturga a fotógrafa. La intención de Highsmith se mantiene, eso sí, intacta. Sobre el papel la alegoría entre la joven que reinventa la realidad convirtiéndola en teatro para mostrar su manera de ver el mundo que la rodea funcionaba a la perfección. No menos que en cine la sublimación de la imagen a través de la observación de un retrato o fotografía con el que Therese se verá a sí misma a través de la imagen de Carol observándola a ella desde el papel revelado. Cuando la mujer le regala una cámara no sólo aporta el instrumento, sino que entrega a la joven un modelo humano sobre el que trabajar(se), observándose, probándose, entregándose y poseyéndose. La adecuación al medio como vehículo para el desarrollo de la historia y los personajes es, una vez más, uno de los puntos fuertes de Haynes.
El autor demuestra, además, conocer el momento y la situación personal de Highsmith cuando escribió su relato. La joven novelista visitaba a un psiquiatra en un momento en el que creía que su lesbianismo podía tratarse médicamente. También ella trabajó en la juguetería de unos almacenes y allí conoció a la mujer que inspiraría el personaje de Carol. Haynes participa de este juego de espejos y retratos, planteando su largometraje a modo de flashback. Veremos dos veces la misma escena y el contraste entre la primera y la segunda vez provocará una colisión emocional absoluta. Una sensación equivalente a un puñetazo, tan potente que el quiebro en el espectador dejará una marca tan imborrable como imperecedera, sólo equiparable al calado de la mirada de Cate Blanchett en la secuencia final, capaz de resumir todo el largometraje en ese gesto.
Sin entrar a describir cada disciplina artística, es evidente tras el visionado que la idiosincrasia del filme no sería la que es sin la fotografía de Edward Lachman, la dirección artística de Jesse Rosenthal, el montaje de Affonso Gonçalves y el vestuario de Sandy Powell. Todos los elementos bajo la batuta de Haynes y favoreciendo el punto de vista que se quiere mostrar. Sin llegar a una primera persona explícita, será en gran medida (aunque no sólo) el de Therese. Sólo el primer plano de la película nos enfoca las rejas del respiradero de una estación de tren, similares al estampado a cuadros del vestuario que lucirán las protagonistas en distintos momentos y siempre cuando se sientan atrapadas. Los tonos lisos se usarán cuando, a pesar de sentirse solas estando rodeadas de gente (como dirán más de una vez) se muevan en un espacio de libertad y estén juntas. Las formas geométricas de los espacios y los lugares también dependerán del momento y de la compañía (ojo aquí a la secuencia final). Mención especial para la iluminación en la escena sexual. Hermosísima y clara durante el acto y la noche en ese mundo creado en la habitación y mortecina y sórdida para la mañana siguiente, cuando la realidad del motel se muestra tal y como es. A tener en cuenta, también, toda esa simbología construida alrededor de la maqueta de tren que Therese venderá a Carol y que parecerá una réplica exacta de los coches y casas donde se desarrollará su historia.
Finalmente, Carol resulta un filme valioso y muy importante por la delicadeza y finura con que recibimos todos y cada uno de los incontables detalles y capas del argumento y la trama.
Lejos de sumergirnos en un caos complejo de información y ornamentos varios, el trabajo de Haynes y el guionista Phyllis Nagy hacen que captemos la esencia en su integridad. A través de las imágenes y su planificación (a través de espejos, cristales, ventanas sucias o mojadas según la ocasión) veremos y sentiremos el porqué de todo: miradas, mano sobre el hombro, sonrisas, estremecimientos… En este terreno, el giro hacia el misterio o la intriga toma una connotación especial al añadir la condición sexual y su exclusión social. En la secuencia en cuestión, sentiremos en primera persona la persecución, en sentirse descubiertas, solas de nuevo ante el peligro. De nuevo, enorme el impacto al tratar el asunto como en un policíaco prototípico.
Un último aspecto, imprescindible para que el largometraje que nos ocupe consiga su nivel de excelencia. La continuidad que comentábamos con Lejos del cielo también la observamos en las interpretaciones. La de Julianne Moore en aquélla y Cate Blanchett en la presente. Moore afrontó su personaje como una víctima, que veía cómo su condición de ama de casa y esposa amantísima se destruía a causa de la homosexualidad de su marido, mostrando siempre una actitud frágil, a pesar de la fortaleza demostrada en su toma de decisiones. En el caso de Blanchett el reto es el contrario. Conseguir mantener esa delicadeza y bondad sin embrutecerse (impresionante la escena en la que muestra su decisión en la vista para la custodia de su hija). Una interpretación que consigue lo imposible y es mostrar todo lo que las palabras no dicen. En este caso una labor francamente complicada. Cada gesto, cada entonación, cada mínimo detalle como puede ser descolgar un teléfono, remover algo en un cazo para su cocción, todo, está ahí construido para explicar su personaje, para mostrarse ante nosotros. Sin desmerecer la más que notable interpretación de Rooney Mara, lo que hace Blanchett aquí es convertir la utopía de cualquier actriz en algo tangible, la quimera de cualquier intérprete en algo cierto, verídico e innegable. Una interpretación que, sin duda, definirá su carrera.
Para terminar, el éxito de Haynes en la dirección de Carol es rotundo por conseguir que a día de hoy entendamos el valor que tuvo en 1952 que Highsmith decidiera que la relación entre las dos mujeres fuera complicada y difícil, pero no imposible. Esa falta de condena moral en el desenlace, final tan feliz como las circunstancias lo permiten, nos parece en manos de Haynes revolucionario. Instalados como estamos en un contexto cinematográfico de los años cincuenta, ver la actitud de Carol-Blanchett mostrando que su feminidad no le viene conferida por ser esposa, ama de casa e, incluso, madre, sino por ser y actuar conforme a su manera de sentir y de medirse con una igual en el terreno amoroso y sentimental, provoca un choque lingüístico cinematográfico deslumbrante. Una ruptura sensacional. Sin duda, Carol, será un filme del que se hablará durante décadas.