Cats

Jelical Cats Por Víctor de la Torre

Si hay un musical representativo de lo que, en esencia, deberían ser estos contenedores de emociones polifónicas es esta producción de Andrew Lloyd Webber, estrenada en el West End en el año 1981 y que, a partir de su temprano desembarco en Broadway, se abrirá al éxito masivo de los teatros abarrotados merced a la caja de resonancia que tan sólo la gran industria del espectáculo es capaz de otorgar a sus hijos predilectos… y qué duda cabe que Cats lo es: una embriagadora sucesión de peripecias tragicómicas, excelsamente cantadas y coregrafiadas, que en la mejor tradición fabulesca encarnan unos gatos antropomorfizados, clarividente reflejo de las virtudes y defectos que nos caracterizan. Llegados a este punto aclararé que, como amante confeso de los musicales, siempre he pensado que esta obra se erige en infranqueable línea divisoria entre aquellos que llegan a la platea atraídos por la coartada cultural y/o los oropeles de un original con pedigrí, y los que valoramos el frenesí audiovisual per sé, sin asideros narrativos. El Musical en estado puro.

Por más que Lloyd Webber compita a fin de cuentas consigo mismo la propia filiación de Cats permite marcar distancias, de manera natural, con producciones estilo El Fantasma de la Opera —unánimemente considerada como el modelo a seguir— pese a partir en ambos casos de un célebre precedente literario: si bien la obra de Gaston Leroux, trufada de excesos melodramáticos, se diría escrita con la mente puesta en su traslación escénica, el carácter eminentemente heterogéneo del poemario Old Possum´s Book of Practical Cats, de T.S. Eliot, complica sobremanera articular una narración coherente a partir de las peripecias de los Jélicos, que en la adaptación de Trevor Nunn consigue ser fiel, ¡y de qué manera!, al hálito surrealista, socarrón, insuflado a sus criaturas por el escritor británico (nacido estadounidense).  En letra y espíritu. Así el tenue hilo argumental que aporta conocer al beneficiario de la decisión jelical nos conduce, sin solución de continuidad, a la presentación de un colorista bestiario de felinos humanizados que, en sus pasajes más abigarrados, remite admirablemente al poder de sugestión del musical clásico, para volver una y otra vez a las hechuras de la Opera Rock. Aspecto en el que, conjuntamente con su acabado estético, esta obra se muestra más deudora de su tiempo.

Una cualidad que los montajes estrenados a lo largo de estos años han sabido preservar, pues constituye su principal rasgo distintivo: Cats ha devenido en emblema de una década en que la impronta lúdica se alinea con la desmitificación sin complejos, dando lugar a creaciones heterodoxas, no aptas para paladares exquisitos pero precisamente por ello rabiosamente libres. ¿Y acaso hay un género más permeable a la libertad creativa que el musical? La labor de Gilliam Lynne (coreografía) resulta definitoria a este respecto: los movimientos de la pléyade de felinos que se pasean, entre juguetones y altivos, por todo el escenario (y la platea) están poseídos de un frenético dinamismo, alternándose pasajes con decenas de bailarines y otros, de ritmo igualmente contagioso, en que los propios protagonistas evocan sus cualidades gatunas. La fusión de unos y otros, inclusive en el mismo número musical, obra el milagro de que el espectador, a ratos divertido, a ratos conmovido, acceda sin reservas al juego al que se le convoca: formar parte del espectáculo orquestado por unos gatos comportándose como humanos ¿o eran humanos disfrazados de gatos?

Pero siendo importante la labor de coreografía hablamos, a fin de cuentas, de un musical. Y en un musical la narrativa se construye a pleno pulmón: En Cats la estructura dramática, en ausencia de diálogos, la genera una amalgama de canciones que abarcan diversos palos melódicos; rindiendo pleitesía, como se ha mencionado, a unos ochenta cuyo marchamo distintivo, en lo sonoro, fue la libérrima coctelera de estilos. Asistiendo acongojado al recital que, cantando Memory a pleno pulmón, nos regala Jennifer Hudson no pude evitar preguntarme si la legión de artífices de las furibundas reacciones a la película se habrían parado a escuchar detenidamente, sin apriorismos, los temas que la componen; y ya de paso recrearse en el rostro de sus intérpretes —algunos, a qué negarlo, más afortunados que otros— defendiéndolas en riguroso primer plano. Más allá de la idoneidad de su acabado estético o la pertinencia de determinadas traiciones —ejem— al original escénico la fuerza de Cats (Cats, Tom Hooper, 2019), como la de cualquier musical cinematográfico, reside en sus canciones. Y están prácticamente todas.

¿Qué fue de la suspensión de la incredulidad?

Resulta evidente que la polémica suscitada desde la presentación de sus primeras imágenes, convenientemente alimentada por el proverbial histerismo de las redes sociales, ha generado un caldo de cultivo no precisamente propicio para su recepción… y estoy pensando en la estrictamente popular, target prioritario para un título de estas características. A estas alturas uno ya no alberga la más mínima confianza en el criterio de la crítica oficialista —que en líneas generales se ha despachado con una mezcla de pereza y desvergüenza para la que me cuesta recordar precedentes— pero lo que honestamente no me esperaba es el ensañamiento inmisericorde con que el gran público, que a fin de cuentas somos todos, ha castigado a este pobre filme. Se diría que la condena ya estaba dictada antes del juicio, y por cansino que resulte —a mi me lo resulta— gastar palabras en este asunto, ha convertido a Cats en enésimo ejemplo de las funestas consecuencias que está deparando una pulsión inquisitorial devenida en veneno para la creación libre: ¿Entraba en los planes de sus responsables que la lapidación pública a que se ha visto sometida, ya desde antes de su estreno, la fuera a convertir en una suerte de ganadora moral?

También en futurible obra de culto, pero eso ya tiene más que ver con sus propios méritos (y deméritos). Lo cierto es que el computo global arroja el saldo de una película estimable que, pese a sus denodados esfuerzos por boicotearse a sí misma en base a sus chirriantes salidas de tono, se sigue con (creciente) interés por comprobar que soluciones visuales se habrán implementado para mantener el nivel de bizarrismo que caracteriza sus primeros compases: a este respecto, nobleza obliga, la presentación de la gata glotona Jennyanydots (Rebel Wilson) y su ejército de cucarachas bailarinas —digna del cartoon más desatado— se rebela imbatible. En su recreación de un abigarrado limbo victoriano, a medio camino entre el trampantojo digital y el teatrillo de marionetas, se concreta el principal argumento fílmico de esta producción, por más que en su desprejuiciado, por momentos delirante, conglomerado estético remita cariñosamente a la fusión sonora del original escénico. Como apuntaba Diego Salgado 1 el genuino pulp no se alcanza a través del cálculo. Cats lo consigue en plenitud por la vía del kitsch.

Cats

Por ello carece de sentido poner el grito en el cielo ante la caracterización de los intérpretes — a fin de cuentas, no se tira de chequera contratando a tanta luminaria british para luego ocultar su rostro con kilos de maquillaje— o sulfurarse porque los bailarines luzcan a cámara zapatillas de deporte o botas taconeras. En su <<todo vale mientras dure la fiesta>> reside el encanto naif de la propuesta, que le confiere una heterodoxia insensata muy de agradecer… siempre y cuando el espectador se deje arrastrar, de la mano de la encantadora Victoria (Francesca Hayward) a un contexto de descubrimiento, tan lúdico como irreverente, imposible de disfrutar sin elevar la suspensión de la incredulidad a la altura del tercer anfiteatro. Todo un reto dado el colmillo torcido del respetable, pese a que la inclusión de este delicioso personaje, que articula el punto de vista de quien percibe lo maravilloso en cada mugriento callejón, ayuda poderosamente en el empeño: pegarse al lomo de Victoria es adentrarse en un mundo mágico, reflejado en la belleza de su mirada pese a la desigual contienda librada con sus congéneres gatunos, que finalmente lograrán abrirse a la realidad que ella, inasequible al desaliento, se ha esforzado en revelarles: su interpretación del maravilloso Beautyful Ghosts —tema creado ex profeso para la película— confiere pleno sentido a la decisión de despejar de latex su faz angelical, regalándole por añadidura a Grizabella, juguete roto de la función, la confianza en su postrera redención.

¿Y qué hay de Tom Hooper? Lo menos malo que puede decirse de su labor a los mandos de la nave es que consigue que su presencia pase inadvertida, diluida entre la exuberancia de los diversos departamentos de producción, pero eso no evita que ante la pasmosa falta de dinamismo visual de la mayoría de los números musicales —que en ausencia de un trabajo de planificación de cámara digno de tal denominación se trata de remediar en la mesa de montaje— se añore la presencia de un director más dotado para el frenesí de las emociones sincopadas 2. Si a todas luces la adaptación cinematográfica de Cats  no parecía el proyecto más adecuado para el firmante de El discurso del rey (The King´s Speech, 2010)… ¿Qué habrá llevado a Hooper a aceptar el reto mayúsculo de dirigirla? Quizá la querencia de los británicos por su cultura (popular), que tan pronto convierte un poemario menor de T.S. Eliot en fuente de inspiración para un musical con vocación de espectáculo total como impele a varias de las figuras más emblemáticas de la Royal Shakespeare Company a sumarse a la producción. A este respecto, el monólogo final declamado por la mismísima Judi Dench en un Trafalgar Square bañado por los evocadores tonos pastel del amanecer remite a la orgullosa reivindicación de un legado cultural, sublimado a través del poderío de la imagen digital; allá donde ni llega, ni puede llegar, el montaje más sobrado de presupuesto. Otra razón más para haberle concedido a Cats, cuando menos, el beneficio de la duda.

  1. Perros Verdes 4×4: la ideología en Star Wars. Ivoox.com, disponible desde el 08 de enero del 2020 (Consulta: enero 2020): https://www.ivoox.com/4×04-la-ideologia-star-wars-el-ascenso-audios-mp3_rf_46296085_1.htm
  2. DE LA TORRE, Víctor (2013): “Baz Luhrmann: emociones sincopadas” en Miradas de Cine, mayo 2013. (Consulta: enero 2020): https://archivo.miradasdecine.es/actualidad/2013/05/baz-luhrmann.html
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