Cautiva
La naturaleza más salvaje Por Laura del Moral
“…Espero que no tengas tanto calor; sé que te carga el calor, que te deprimes siempre con los días bonitos y que además no tienes sandalias”
Esta frase le escribía a Chantal Akerman su madre en la correspondencia que mantenían a raíz de su estancia en Nueva York en News from Home (1977) y no puedo empezar a escribir este texto sin remitirme a ella porque aunque siempre me sentí extraña por ello, al igual que a la directora belga, los días bonitos también me producen tristeza, una tristeza hermosa, pero tristeza al fin y al cabo, así, con ella, porque es julio-verano/días bonitos-, en Madrid-ciudad/jungla que en tantas ocasiones se torna un paisaje bien extraño- y con mi enorme deseo de sumergirme en ella me dirigí a ver Cautiva. Siento que no me queda más remedio que arrancarme la piel y mostrar este poco de mis huesos porque las películas son también su antes y su después, son ellas y todas las circunstancias de quien las ve.
Entonces se ilumina la pantalla, llegan Mendoza y Huppert con rotundidad y desde el inicio Cautiva me golpea y me despierta. El título es singular y femenino pero la película habla en ambos géneros y números, si se lo permites te hace suya, con esa poderosa habilidad de realidad fílmica que posee Brillante Mendoza. Aquí teje un relato de ficción sobre varios secuestros reales que ocurrieron en Filipinas realizados por los separatistas islámicos Abbu Syyaf Group (ASG), un grupo que busca la formación de un estado independiente en el país y que vive de los rescates de los secuestros. Pero aunque el film nos sitúa en un conflicto socio-político determinado es sobre todo una historia de seres humanos, de supervivencia en situaciones extremas e incontroladas.
La naturaleza más salvaje de las personas y esa naturaleza tan rica de la que tanto se abusa en esta región, Mindanao, están en continua fusión durante todo este asfixiante recorrido, hasta tal punto que es un personaje más. Hay varias escenas en Cautiva que marcan y que días después soy incapaz de olvidar, imágenes de vida con mayúsculas entre los constantes tiroteos.
El dominio del lenguaje visual y la meticulosidad en los detalles de este director son sorprendentes, como dice la propia Isabelle Huppert “es capaz de esculpir el tiempo (tal vez pensando en Tarkovsky), a veces lo contrae y otras lo expande”. Las líneas se van a ir difuminando entre captores y rehenes, el Síndrome de Estocolmo va a estar presente en más de uno de los secuestrados. Los radicales islamistas también son personas, hay días en los que son divertidos, otros en lo que se muestran enfadados y otros incluso solidarios, no deja indiferente como justifican todos sus actos en el Corán, apabulla como se contrastan sus rezos con sus asesinatos y es importante señalar que la mayoría ni siquiera llega a entender bien lo que lee pues en esta región del sur de Filipinas en la que se encuentra la mayoría de la población musulmana de este país principalmente católico, la pobreza y el bajo nivel educativo resulta en una mala comprensión del árabe, la lengua del Corán, y por tanto tienen unas interpretaciones muy singulares de los principios de éste lo que añade más aturdimiento a la ciega religiosidad que profesan.
Thèrese Bourgoine (Isabelle Huppert) es uno de los personajes que se mantiene más distanciado de sus secuestradores hasta que a propósito de sus sandalias, un pequeño gesto, de esos que delatan lo que somos más que ninguna otra cosa, le acercará a uno de de ellos, Ahmed (Timothy Mabalot), el cual puso delante de mí inmediatamente a Iliac (Coco Martin), el protagonista de una de mis obras predilectas de Mendoza, El masajista (Masahista, 2005) y a Peping -interpretado también por este mismo actor- en Kinatay (2009) que nos acercan a esa adolescencia que ha tenido que crecer demasiado pronto, materializada en esos niños-hombres que abruman y enternecen a partes iguales. Para Iliac el sexo era un juego casi infantil y su trabajo, para Ahmed su arma es lo mismo y ahí es donde nos damos cuenta que para ellos no ha habido otra alternativa, elegir no era una opción, ni para ellos ni para los que han sido secuestrados. Ahmed le confesará a Thèrese que asesinaron a sus padres en su escuela y que desde entonces nunca volvió a ella en una de las situaciones más esperanzadoras de la película, seguida de uno de los momentos más poéticos, delirantes y oníricos simbolizado en la aparición del espectacular sarimanok, el pájaro legendario que en la conflictiva Mindanao representa la esperanza de paz y como todo mito, es escurridizo e inalcanzable, como así lo demuestra el retorno a la agresividad, incluso más marcada, del pequeño Ahmed después de haberse dormido como un niño pequeño acurrucado en las piernas de Thèrese. Si hay algo que admiro sobremanera en el cine de Mendoza es su capacidad de plasmar la inocencia y la gran facilidad que existe para perderla en un mismo instante.
Este retrato de resistencia nos trae de nuevo a Rustica Carpio, maravillosa actriz y abuela coraje de otro film de Mendoza, Lola (2009), con esa preocupación, tan marcada en esa generación, porque su nieto acusado de asesinato comiera bien en la cárcel y en esta ocasión preocupada porque el secuestrador más joven también lo haga (“solo es un chiquillo”). Entrañable y admirable.
Brillante Mendoza construye un cine que purga, que te saca de tu insignificante tristeza particular para llevarte a esa importante tristeza global, que muestra lo cruel de la pérdida anticipada de la ingenuidad y refleja en el espejo en el que nos estamos mirando las injusticias de las que somos capaces los seres humanos y ese instinto de supervivencia tan incómodamente egoísta que poseemos, en la jungla de Madrid o en la selva filipina.
Quizá si hubiese visto esta película en otro momento, hubiera sentido otras cosas (eso los cinéfilos ya lo saben), pero mi antes de verla es el que era. ¿Y el después?, el después es este texto e imágenes, imágenes inolvidables.