Centro Histórico

Retratos desde Guimarães Por Christian G. Carlos

El año 2012, Guimarães fue nombrada capital europea de la cultura, lo que motivó a la ciudad a producir la película Histórias do Cinema (Centro histórico) como una carta de presentación.

Para ello contó con dos directores portugueses, Pedro Costa y Manoel de Oliveira, con el finlandés Aki Kaurismäki -afincado en Portugal desde hace ya veinticinco años- y con el español Víctor Erice. Cuatro directores de gran bagaje y una relación más o menos directa con la ciudad para un film episódico en el que cada uno iba a completar un mediometraje de su particular visión de la localidad y desde su particular punto de vista. La sutil crítica al masificado y empobrecido turismo cultural es el aspecto que, junto a la identificación estética que de cada director puede extraerse, más singulariza esta aventura portuguesa.

O Tasqueiro es el primer episodio de Centro Histórico. Aki Kaurismäki centra su nostálgica mirada sobre un antiguo y casi abandonado bar de la ciudad, donde sólo un hombre trabaja. Una sola mesa en la terraza, con un mantel que apenas consigue tapar toda la mesa y, eso sí, una flor en el centro. Con tanto cuidado como el camarero monta esta humilde terraza, Kaurismäki retrata a su protagonista. Sin utilizar diálogo, con referentes mínimos tales como las sopas que el tabernero intenta adecuar para atraer a los clientes, se nos dibuja ese lugar al que los turistas no se acercan, donde sólo un par de clientes habituales siguen viniendo.La soledad en el trabajo, casi tan dura como la soledad personal. El bar está tan vacío como la casa, y los esfuerzos que haga para que los demás se acerquen o él pueda acercarse a los demás, no sirven. La ternura que Kaurismäki siempre ha sabido dar a sus personajes es lo que consigue que, una vez más, sonriamos suavemente ante sus ambientes de crepúsculo y decadencia. En esta ocasión, centrado completamente en el personaje protagonista. Quizás, otra manera de subrayar esa soledad, que es de abandono.

Pedro Costa firma el segundo capítulo de Centro Histórico, al que titula Sweet exorcism. Lo que en Kaurismäki se concibe como minimalismo, aquí será austeridad.

Sólo en dos escenarios -un bosque, un ascensor y de nuevo el bosque- es donde transcurre la historia. Ventura es el personaje principal, como en Juventude em marcha (Juventud en marcha, 2006). En el ascensor le acompañará un soldado pintado como si fuera un muñeco de plástico. Ni dorado ni refinado, verdoso y abrupto. Un soldado hostil que habla sin abrir la boca. Quizás personificación de la consciencia de Ventura. Con la Revolución de los Claveles como trasfondo, el episodio se presta a diferentes interpretaciones. La culpa, el arrepentimiento, quizás una especie de purgatorio para Ventura. El silencio que mantuvo durante la revolución se vuelve contra él. No podemos estar seguros de a quién apunta Pedro Costa –a alguien en concreto, a un colectivo, o a una memoria-, pero que está apuntando queda claro con sus estridencias, con su radicalidad de formas. A la estética austera, por afeada, se le suman gritos, sollozos, sonido recargado. Todo lo contrario de la imagen. Y todo con la intención de incomodar, tanto a Ventura como al espectador que se identifique con el cobarde.

Los trabajadores de una fábrica son los protagonistas del tercer episodio, dirigido por Victor Erice y titulado Vidrios partidos. A modo de documental, con un único escenario y plano fijo, varios trabajadores se sientan delante de la cámara para contarnos cuál fue su relación con esta fábrica téxtil portuguesa, cerrada en 2002, y que en su momento llegó a ser de las más grandes de Europa.

Los trabajadores son interpretados por actores, utilizados para dramatizar las historias reales que nos cuentan. La fórmula es efectiva, la ficción consigue evocarnos a esas vidas dentro de la fábrica que no podemos ver, pero sí imaginar gracias a las palabras. Todo lo contrario pasa con una fotografía gigante colgada en la pared detrás de los personajes. Con constante presencia en el fondo del plano, es el último elemento en el que Erice se fija para redondear su retrato de los trabajadores de esa fábrica. La fotografía es del comedor central de la fábrica, y en ella aparecen algunos de los muchos que estuvieron trabajando en ella. Una primera vista global de la foto, termina en un paseo por algunos de los muchos rostros que aparecen. La cámara se centra en miradas que se dirigen a nosotros, que en esta ocasión sí podemos ver, pero no podemos imaginar qué nos dirían con palabras. Y cómo duele no saberlo.

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Cierra la película Manoel de Oliveira con una historia ligera que titula O conquistador conquistado. La propuesta más directa en cuanto a la necesidad de reflexionar acerca de cómo estamos utilizando los símbolos emblemáticos de cada ciudad, cuál es el tipo de explotación que queremos para ellos. En concreto, el símbolo que utiliza Manoel de Oliveira es el de Alfonso Henriques, primer rey de Portugal. Durante el primer tramo de este breve episodio, un guía turístico presenta al personaje, poderoso conquistador, ganador de tantas batallas y capaz de abarcar tanto poder. La solemnidad con la que es presentado, cómo lo capta y lo enfoca la cámara, termina por contrastar con la mirada de Adolfo Henriques. Desde abajo, con plano contrapicado, se resalta esa solemnidad del conquistador. Cambiando la perspectiva al picado, desde donde lo ve la estatua, encontramos con una masa que, con más bien poca solemnidad, no cesa de hacer fotos. Así, aunque con ligereza, una inteligente manera de cerrar este film episódico sobre Portugal, cultura y turismo.

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