Chimères y Wolves
Mitos pasados por el túrmix Por Manu Argüelles
Me explico. Cuando hablo de mitos pasados por la túrmix no lo digo con ánimo despectivo. No significa que estas dos películas conviertan el vampirismo y la licantropía en detritos, sino que ambas con intenciones distintas se hacen acopio de los arquetipos del fantástico y al acercarse, involuntariamente, acaban por trocearlos. En ambos casos parten de un respeto por las convenciones largamente consolidadas y no incorporan en ninguna de ellas ningún discurso reflexivo. De hecho, no existe ningún diálogo con la constitución y la forja del mito. En Chimères se utiliza como elemento de desestabilización de una pareja, por lo que el film trata de escaparse de los corchetes del género para intentar sumarle un contenido metafórico ajeno al simbolismo implícito en el vampiro. En el momento que se apropia con otros fines se desmembra porque Chimères es un drama romántico disfrazado con pieles fantásticas. En el caso de Wolves la licantropía sí que está arraigada a su semántica primigenia pero el film lo desmenuza en cuanto acaba siendo un elemento de explotación, de dar continuidad a una moda, las adaptaciones cinematográficas de novelas Young Adult de terror que proponen relecturas infantilizadas o, en el peor de los casos, directamente retrógradas. Se reduce la significación a lo mínimo, mero ingrediente comercial, por tanto, también se fragmenta por omisión. Pero si algo caracteriza al mito es su pervivencia en el paso del tiempo, su transmisión generación tras generación, y como tal admite una multiplicidad de tratamientos diferentes porque su vida está garantizada, dado que estamos frente a las raíces estructurales de nuestro sistema cultural, algo que, centrado en el cine fantástico, se cumple con estas dos figuras como clásicos troncales del cine de terror.
Chimères parece construida en torno a dos cuestiones narrativas. Su primera parte se edifica en torno a la pregunta: ¿qué ha sucedido en la pareja? Los dos protagonistas parece que emprendieron un viaje a Rumanía, país natal de la chica, y algo pasó allí que hizo que nada ya volviese a ser lo mismo entre ellos. Una vez desvelada la respuesta -él tuvo un accidente que supuso que le realizasen una transfusión de sangre, al parecer contaminada-, el largometraje se desvía hacia la cuestión: ¿es realmente un vampiro o es producto de su imaginación? Por ese motivo, la primera parte yuxtapone dos tiempos diferentes de la pareja, el antes y el después, rompiendo la ordenación cronológica y solapando pasado y presente como si fuese una misma agrupación. Un recurso sintáctico que en manos de Olivier Beguin acaba resultando un poco low cost si lo comparamos con el uso que hace de él el cine independiente norteamericano cuando estructura los largometrajes así, caso de (500) días juntos (Marc Webb, 2009) o Blue Valentine (Derek Cianfrance, 2010). Beguin no lo usa como algo molecular sino como un instrumento para otorgar algo de suspense (fallido) en su primer tramo, por lo que esta ruptura del continuum narrativo acaba resultando algo gratuita; se le ve el plumero y tiene más de imitación del modelo indie que otra cosa. Lo comento porque no existe en el film dos núcleos que impliquen o justifiquen el cambio de narrativa. La coherencia interna se mantiene en la historia, no en la forma de contarla, como si lo segundo fuese accesorio. Craso error. Cuando Beguin se olvida del efectismo y decide quedarse en la exposición tradicional el film mejora. Su parte más rescatable es cuando decide jugar con la carta de la ambigüedad y alinea el proceso de vampirismo con la pérdida de cordura del protagonista. De forma muy sui géneris, porque no profundiza en ello, desliza cierta reflexión del aislamiento y el proceso de alienación en el que suele sumirse un artista, fotógrafo en este caso, incapaz de conciliar la dedicación a su trabajo con la pareja. Hubiese sido muy interesante que lo hubiese mantenido flotante, que el film basculase entre la indeterminación y lo indefinido para así jugar mucho mejor con los dobles sentidos. Todo nos parece conducir a la descripción del desgaste de una pareja, donde ella atesora una inmensa capacidad de sacrificio y entrega, olvidaremos la perpetuidad del rol femenino como alguien sumiso al hombre, mientras que él se pierde en su subjetividad fracturada…pero Beguin es de los que abandonan rápido. Porque, de repente, entra en acción el Deus ex machina y la película se va al traste. La forma chapucera de hacer aparecer a unos que se dedican a darle una paliza al pobre hombre sin justificación alguna, ya demuestra las formas torciteras del realizador, donde acaba destapando su ineficacia a la hora de abordar lo que se tiene entre manos y su nula capacidad para transmitir algo de contenido existencial.
Wolves es mucho más honesta ya que no lleva consigo ninguna ínfula artística y no esconde su clara condición de largometraje direct to DVD. Al menos no hace el ridículo tratando de manejar una retórica y un contenido que le queda grande. Lo mejor es su determinación y concisión que la emparenta con la característica inherente de la añeja serie B. Estaba ciertamente atemorizado porque creía encontrarme ante una variante de Crepúsculo (Twilight, Catherine Hardwicke, 2008). Y ya estoy mayor para aguantar segun qué tipo de estupideces. Pero no, no es el caso. No supone ninguna adulteración del mito, como ya he comentado, y su aroma recuerda al de las películas de los años 80 como Noche de miedo (Fright Night, Tom Holland, 1985) y similares. Sin muchas complicaciones, de consumo adolescente, sí, pero no trata al espectador de oligofrénico ni quiere aleccionarle con mensajes ultraconservadores de la derecha más rancia. Irrisoria en algunos momentos cuando se quiere hacer un culebrón con hombres lobo pero, lo dicho, no daña ni erosiona.
Wolves no es ni más ni menos que un exploit con cierto empaque donde el protagonista, al descubrir su auténtica naturaleza, huye de su entorno para acabar en una remota villa donde encuentra sus auténticos orígenes. Allí verá que tiene que enfrentarse a su padre -sí, ya, Star Wars y eso, no se han roto mucho los cuernos- un licántropo muy malote que luego también tiene su corazón -faltaría más, todos perdonados-, pero, eso sí, el hombre y sus esbirros tienen atemorizado a todo el pueblo, el cual vive bajo su dictadura. ¿Recuerdan Jóvenes ocultos, (The Lost Boys, Joel Schumacher 1987), verdad? Pues lo mismo y como toda serie B preceptiva no disimula su cualidad como film refrito. Así pues, no falta, por supuesto, la chica de turno amenazada por su progenitor para que el chico tenga más motivos para pelearse con los villanos y varios intringulis sobre la pureza y la familia para acabar como se pueden imaginar. Película del montón pero cuidada en lo básico para que el espectador no se sienta excesivamente timado. En cualquier festival sería una película de relleno, supongo que aquí también.
Wolves