Chorus

El tiempo que no cura las heridas Por Fernando Solla

Look away, away from the light
I’m not trying, trying to lie
I hear your man sing the same old song
Yeah, music won’t save you
Music Won’t Save You (Images du Futur, Suuns, 2013)

El D’A 2015 ha proyectado en la parrilla de la sección Direccions un largometraje que, tras su paso por la última edición de Berlín o Sundance, ofrece un trabajo que perdurará en el recuerdo del espectador que se haya cruzado en su camino. Chorus sitúa a François Delisle como autor consolidado dentro del panorama cinematográfico actual. Sexto filme y dos décadas de trabajo dan como resultado una de las películas más duras, y a la vez fascinantes, con las que un servidor se ha enfrentado jamás. Todo depende de la perspectiva adoptada por el autor, responsable de la dirección, guión, montaje, fotografía y coproducción de su obra. Lo que podría haberse convertido en un mórbido e inmisericorde ejercicio de estilo sobre una pareja rota que, una década después de la desaparición, recibe noticias sobre la muerte de su hijo de ocho años, termina siendo un intenso estudio sobre la angustia y la aflicción.

La primera escena nos convierte en testimonios de una inquietante confesión que dará el pistoletazo de salida para el despliegue de este tríptico de almas entrelazadas por el dolor causado por la desaparición del chico: un pederasta encarcelado que diez años después confesará un crimen atroz; una mujer que intenta sofocar sus penas cantando en un coro en Montreal, con la sensación constante de un inminente ataque de pánico; y un hombre a la deriva, visiblemente atormentado, que parece vivir un exiliado de su Canadá natural en México. La confesión volverá a reunir a la pareja diez años después del dramático suceso, para enfrentarse juntos a la situación y, quién sabe, quizá dejarla atrás para siempre.

Chorus

Delisle vence el riesgo de alienar completamente al espectador y dejarle navegando a la deriva en un limbo del dolor y toma las riendas de la película para conseguir un descorazonador retrato de la pareja protagonista y de los ciclos del duelo. Utilizando el blanco y negro para subrayar la sombría e implacable profundidad de la pena en la que viven sumidos Irene y Christophe, se apoyará en el aplomo y empatía que desprenden los actores Fanny Mallette y Sébastien Ricard, captados y enfatizados por una fotografía hipnótica, a momentos plateada. Chorus resulta así una tragedia abrumadora que es, en última instancia, una proeza visual que trasciende la miseria más funesta, elevando el resultado final a cotas estéticas realmente sublimes.

Es interesante cómo el autor analiza a los personajes afrontado la situación por separado, como individuos antes que como pareja. Durante diez años, Irene y Christophe han vagado sin rumbo, a la deriva como padres de un niño invisible, cada uno con sus vías de escape. Para ella será la música y para él las playas de México.
El objetivo de Chorus no es recrearse en el dolor de ambos sino plantear constante y metódicamente si hay algo que pueda ayudar a esta pareja a seguir adelante. Sin duda, Delisle sabe dónde colocar la cámara en cada momento y se revela como un intrépido figurinista, consiguiendo imágenes de una nitidez tal que parecerán las visiones que los protagonistas tienen en su cabeza, alejándonos de su realidad. Ambos rechazarán cualquier muestra de afecto o atisbo de interacción con los demás, ni siquiera interés por recuperar los sentimientos que una vez compartieron, sintiéndose a la vez culpables por su impasibilidad.

Chorus 2

Localizando la acción principal en el frío invierno canadiense, volvemos a la hermosa austeridad de las imágenes y a su capacidad para captar el erotismo que todavía rezuman los protagonistas. Quizá llegados a este punto Delisle sugiere alguna chispa que pueda hacer renacer lo que una vez hubo aunque, por supuesto, no habrá desenlace fácil ni cerrado o unívoco para ellos. Hay que tener mucho talento para convertir un preservativo usado tirado en la alfombra en la imagen esencial del estado de ánimo del protagonista masculino y hacernos caer en la cuenta de que diez años de dolor caben en tan singular recipiente. Compaginando el drama con esporádicas e intermitentes imágenes televisivas de los conflictos bélicos en los que el mundo (exterior) se ve sumido, el realizador arriesga y hace prevalecer el infierno interior de sus personajes.

La secuencia final merece ser analizada en un espacio aparte. Es verdaderamente apabullante cómo en tres escenas forma y contenido pueden converger de una manera tan elocuente. La visión del hijo perdido tras la ventana de lo que alguna vez intuimos fue el hogar familiar para acto seguido encender el motor de la furgoneta en la que la pareja ha transportado las pertenencias de aquél y dejarlo atrás, traspasa la pantalla. Los espectadores viviremos todo este proceso final entre el colapso y la catarsis, idénticamente a los protagonistas. Ya no abandonaremos su piel. Ni siquiera al encontrarnos con el mejor amigo del fallecido, que también reclama su espacio en este ensayo del dolor. Hay en este encuentro una generosidad y una misericordia inauditas hasta el momento, ya que Delisle nos ofrece por primera vez la posibilidad de recuperación del sentimiento familiar que una vez hubo. Nunca una escena ha trasmitido tanta verdad como la que nos muestra a Irene y Christophe asistiendo a un concierto con el amigo de su hijo, que ahora ya ha cumplido los dieciocho años, para ver a través de los ojos del joven lo que estaría mirando su hijo. El realizador ha captado intensamente ese dejarse llevar, rompiéndose y recomponiéndose de nuevo y viceversa, de dos seres humanos descompuestos por la tragedia. Chorus muestra aquí de nuevo esa constante colisión irredimible cuando escuchemos la canción Music Won’t Save You. Impresionante.

Finalmente, y a pesar de situar a los personajes en una situación más que extrema, el aprendizaje resulta. Todos podemos rememorar una situación dolorosa en nuestras vidas. Proponiendo a sus protagonistas una camino para atravesar (que no superar) sus dificultades, Delisle nos propone un poco de luz en mitad de la oscuridad. Blanco y negro para una película que transcurre en un tono sombrío que no permite el descanso a la vez que una visión profundo y desgarradora, del dolor humano. Sin duda, Chorus es un título que ya ha alcanzado una posición destacada en lo más alto de la cinefilia de todos aquellos que vivimos a través del cine nuestras inquietudes más profundas.

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