Cinco días sin Nora

Por Manuel Quaranta

La primera opinión que se nos ocurre cuando de improviso se nos pregunta sobre una cosa no es habitualmente propia nuestra, sino sólo la corriente, la inherente a nuestra casta, posición, extracción.Friedrich Nietzsche

Termina Cinco días sin Nora y escucho, a quemarropa, la tan temida pregunta, ¿te gustó?, que se expande por las cercanías del cine, en el que recién finaliza una película mexicana llamada Cinco días sin Nora y de la que alguien indaga, con urgencia, fuera de toda argumentación, ¿te gustó?, a lo que respondo, quizás inseguro, que no. No me gustó es la sensación inmediata y sin embargo me encuentro aquí, ahora, escribiendo sobre una película que hasta hace dos horas no sabía de su existencia. Pero no sólo escribo sino que tengo una incontrolable necesidad de hacerlo. Sobre Cinco días sin Nora no puedo no escribir a pesar de que, como ya dije, no me gustó. Y como creo que no me gustó, en realidad, no pienso escribir puntualmente sobre esta película sino sobre las innumerables asociaciones que provocó en mi mente antes, durante y después de verla; asociaciones que no saldrían a la luz ante la simple pregunta de si me gustó o no.

Antes

Creo que repetí, en voz baja, veinte veces el título, Cinco días sin Nora, como aguardando una reminiscencia que se negaba a emerger desde interior más profundo hasta que, golpe de la memoria tal vez, una asociación se presentó impostergable: Cinco horas con Mario, novela del escritor español Miguel Delibes.

¿Existe alguna posibilidad de que la directora ignore este libro? La respuesta es un no rotundo. Afirmativo. Conoce la novela, la leyó, la atrapó incluso la anécdota: una mujer de clase alta comparte con su marido muerto, luego del velorio familiar, deseos, tristezas, amores; le confiesa, entre otras cosas, que un viejo amigo de ella, una tarde cualquiera, la había besado.

Lo cierto es que no tengo pruebas de lo que acabo de decir, ninguna, quizás sea falso más bien, aunque un hecho, al menos, puede sostenerse: existen la película y la novela –espero– cuyos títulos se asemejan.

Durante

Nora es, como Dios, ubicua; ella está en todos lados, en todas las bocas, en todos los recuerdos; su nombre impregna incluso el título del film, Cinco días sin… aunque lo paradójico –es decir, lo efectivamente interesante– es que la presencia se va construyendo por medio de una ausencia, ubicua, como la de Dios, al estilo de Rebeca (Rebecca, 1940), esa mujer inolvidable, muerta, presencia atroz para un marido vacilante, que filmó Alfred Hitchcock y escribió Daphne du Maurier. A la que también Jorge Luis Borges, en su fervorosa juventud podría, sin duda, haberle dedicado, del mismo modo que a otras mujeres, los siguientes versos:

¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.

Después

Pero no sólo profunda, una ausencia, cubre el film. No, hay otra idea que envuelve, poco a poco, a Cinco días sin Nora y de la que uno es incapaz de desprenderse con cierta facilidad, sobre todo por la notable tradición que la sostiene: la mujer como enigma. En este sentido sería una torpeza –por no decir algo más grave– de mi parte omitir la existencia del cuento Los muertos de James Joyce en el que a un hombre se le descubre un acontecimiento insospechado, su mujer había perdido años atrás un gran amor, uno de esos por los que la gente llega a suicidarse:

El aire del cuarto le helaba la espalda. Se estiró con cuidado bajo las sábanas y se echó al lado de su esposa. Uno a uno se iban convirtiendo ambos en sombras. Mejor pasar audaz al otro mundo en el apogeo de una pasión que marchitarse consumido funestamente por la vida. Pensó cómo la mujer que descansaba a su lado había evocado en su corazón, durante años, la imagen de los ojos de su amante el día que él le dijo que no quería seguir viviendo.

Más acá en tiempo y espacio, el escritor santafesino Juan José Saer –entrada la segunda mitad del siglo XX, a ciencia cierta, uno de los exponentes más conspicuos de la literatura en español– dialoga, seguramente, con James Joyce en su breve relato Al abrigo. La anécdota es mínima: un vendedor de muebles encuentra el diario íntimo de una mujer escondido en un sillón que acababa de comprar; el correr de la lectura activa en él sospechas insondables:

Durante la cena, el mueblero se puso a observar a su mujer: por primera vez después de treinta años le venía a la cabeza la idea de que también ella debía guardar algo oculto, algo tan propio y tan profundamente hundido que, aunque ella misma lo quisiese, ni siquiera la tortura podría hacérselo confesar. El mueblero sintió una especie de vértigo. No era el miedo banal a ser traicionado o estafado lo que le hacía dar vueltas en la cabeza como un vino que sube, sino la certidumbre de que, justo cuando estaba en el umbral de la vejez, iba tal vez a verse obligado a modificar las nociones más elementales que constituían su vida. O lo que él había llamado su vida: porque su vida, su verdadera vida, según su nueva intuición, transcurría en alguna parte, en lo negro, al abrigo de los acontecimientos, y parecía más inalcanzable que el arrabal del universo.

La mujer, entonces, es un enigma a develar. Cada una de ellas guarda algo diferente y misterioso. Jacques Lacan repite una frase bien conocida, que muchas veces es malinterpretada, la mujer no existe. En los casos citados una mujer guarda un secreto o el hombre supone que la mujer guarda un secreto. La mujer no existe significa, entre otras cosas, la carencia en la tierra de una esencia mujer; cada una, sola, incomprensible, sobre todo para sí misma, no pertenece a ninguna estructura mujer de fantasías y goces. La mujer, sencillamente, como una X, incognoscible, inaccesible, la cosa en sí kantiana en su máximo esplendor.

Por último advierto que una película que dispara tantas asociaciones –¿escribir sobre éstas no es escribir sobre la película?– no puede ser bajo ningún punto de vista mala –pésima, ramplona, improvisada, transparente–, al contrario, si le permite al espectador volar en la sala o en la casa con su imaginación o pensamiento debe ser, irremediablemente, una buena –sutil, profunda, ensayada, oscura, opaca– película, por lo que entonces, en homenaje a la verdad, me veo obligado a suplantar la respuesta anterior a la pregunta que pretendía saber mi gusto acerca de Cinco días sin Nora: .

Cinco días sin Nora

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Comentarios sobre este artículo

  1. Árboles dice:

    Me agradó sinceramente esta crítica.

  2. Elda Jacques dice:

    A mi me gustó mucho la película, como se trató el tema y la actuación de los artistas.

  3. ELI dice:

    Que crítica tan cansada, francamente. Repetitivo, volátil. Parece un análisis para hacer un poema. Fuchi!!

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