Climax

Los límites del cine y de la vida Por Paula López Montero

“Vivir es una imposibilidad colectiva.” Climax.

Tras ver Climax, la última película de Gaspar Noé, una no sabe por donde empezar. No solo porque hay una fijación desde la mitad del filme por dejar exhausto y desorientado a un espectador que ruega por favor que se acabe ya la película, sino porque además Gaspar Noé descentra todos los recursos y estructuras cinematográficas para meterlas en el túrmix y jugar a ver qué tipo de mezcolanza sale (el principio es el final, los créditos aparecen casi al comienzo, los intertítulos no se sabe muy bien si son irónicos o no, la cámara gravitacional y vorágine se hace insoportable, etc.). Como diría un colega: “esto es una ida de olla”. Y ciertamente lo es. Para mi gusto es la mayor locura de Noé desde Enter the void (2009), una película con la que conocí al director en mi adolescencia buscando ese tipo de experiencias visuales nihilistas, psicodélicas, extravagantes, en definitiva diferentes que te dejen boquiabierta –un poco como con la expectación con la que entras en Rayuela de Julio Cortázar sin que esta tenga nada que compartir excepto esa ruptura, fragmentación y desorientación del relato-. Pero Clímax es un ejercicio colosal de experimentación con los límites –los de la vida y los del cine-. Mientras que ya en Enter the void se nos ofrecía un punto de vista subjetivo de la cámara como ya se ensayara en La dama del lago (Lady in the Lake, Robert Montgomery, 1947) o parcialmente en La senda tenebrosa (Dark Passage, Delmer Daves, 1947), y que dejaron claro que este tipo de recurso podría resultar aburrido para un espectador que precisamente lo que quiere es olvidarse de su punto de vista, olvidar que está ahí, que tiene cuerpo y conciencia para abandonarse en otras vidas y otras historias; o en Irreversible (Gaspar Noé, 2002) nos introduce esos planos aberrantes como ya apareciera esporádicamente en otras películas como Lejos del cielo (Far from Heaven, Todd Haynes, 2002); en Climax recurre a este mismo tipo de experimentación con los límites del punto de vista cinematográfico muy en la línea de estas dos películas: Irreversible y Enter the void, esta vez olvidándose del subjetivo y ahora adentrándonos en una cámara aérea, gravitacional, sin ejes, que va hurgando, devorando el relato, poniendo todo patas arriba y metiéndonos precisamente en ese mareo, en esa misma nebulosa que están sintiendo-viviendo los personajes de ni se sabe qué. Un punto de vista insostenible que deja claro la estabilidad que necesita el ser humano, de posición erguida –el cielo arriba, la tierra abajo-, luchando contra el mundo pero para el que la perspectiva es fundamental y cualquier cambio en esta le hará un ser frágil y fácilmente vulnerable. Y esta es una de las virtudes de esta experimentación, sacar una conclusión de que el estándar del punto de vista es lo que nos hace humanos, o mejor dicho, cambiar el punto de vista al que estamos acostumbrados nos hace perder el control de lo que somos. De hecho, me arriesgaría a decir que la intención de Noé con estos recursos es la de, precisamente, no desprenderse del sí mismo, no olvidar que todo lo que vemos es una experiencia individual: “vivir es una imposibilidad colectiva” reza uno de los intertítulos al final del film –muy a lo Godard, por cierto-.

Climax

A pesar de alguna virtud más que ahora comentaremos, Climax no tiene una trama fuera de lo común: un grupo de bailarines tras ensayar una coreografía deciden montar una fiesta con sangría –una palabra muy alusiva- en un colegio mientras afuera nieva copiosamente, pero todo empieza a descontrolarse cuando descubren que esa sangría lleva algún tipo de sustancia que les ha hecho perder la razón. A partir de ahí se desata el clima de inestabilidad, violencia, depresión, inseguridad, locura, dependencia, sexo y muerte que ponen el acento al carácter pesadillesco que tiene casi toda la filmografía de Noé. En realidad se podría decir que la última película de Noé viene a seguir hablándonos de los problemas fundamentales que golpean fuerte a la sociedad posmoderna, cuyo principal foco se encuentra en Francia: las drogas, la violencia, el aborto, la identidad sexual, los excesos, los estigmas y las perversiones; pero esta vez con un claro mensaje: “Esta es una película francesa y está orgullosa de serlo” como nos anuncia uno de los títulos a mitad del filme con la bandera de brillantina de la república. No obstante, lejos de tener originalidad en el relato, Climax no nos habla de nada nuevo que no hiciera ya Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, Darren Aronofsky, 2001) o su película Irreversible. Solo que Gaspar Noé se vuelve más caradura en su narración, como los tiempos en los que vivimos, y nos propone un filme que, siguiendo esa línea, aún tiene cosas que decir.

La película, como adelantaba, comienza con un plano aéreo de la nieve pura y blanca en la que se adentra por lo alto del encuadre una chica ensangrentada que huye llorando y que, derrotada, cae en la nieve, lo que nos hace pensar que sí, en definitiva nos encontraremos ante una película de terror. Después de ella se nos lanzan los créditos seguidos de un corte con el sonido de un televisor sin señal que de repente se sintoniza y nos muestra unas imágenes de unas entrevistas –a modo de documental- de los bailarines que conformarán la trama y que hablan entre otros del baile, de las drogas, de la maternidad, de Estados Unidos y del paraíso. Unas imágenes que reproduce un televisor antiguo encuadrado entre un montón de libros (izquierda) y un montón de películas (a la derecha) que están puestos ahí a propósito, como mensaje de las influencias de las que bebe el director (por ejemplo se encuentran algunos títulos de películas como Harakiri (Seppuku, Masaki Kobayashi, 1962), La posesión (Possession, Andrzej Zulawski, 1981), Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), Suspiria (Dario Argento, 1977), Saló o los 120 días de Sodoma (Pier Paolo Pasolini, 1976), Un perro andaluz (Un chien andalou, Luis Buñuel, 1929), etc.- seguramente el espectador espabilado pueda recordar más títulos sugerentes. Después de esto, y volviendo a los planos horizontales, al ritmo de la música electro de los 90 –por cierto muy bien elegida- Noé nos propone una coreografía ágil, con fuerza, divertida, con la que el espectador se entusiasma como si fuera partícipe de esa misma fiesta. De hecho, tras conversar con Manu Argüelles sobre la película, me abrió los ojos, Climax es una película que probablemente esté ambientada en los 90 –Manu lo ve claramente en el tipo de coreografía-, pero como no se hace explícito para el espectador, Noé juega con el sincretismo de los 90/actualidad para preguntarnos: ¿Hay algún cambio entre los 90 y ahora? ¿Es el clímax, el éxtasis de las experiencias alucinatorias el momento culmen de nuestros imaginarios? ¿Hay algo más allá? Esta es una de las virtudes de Noé, saber modular, jugar con el espectador, con sus estados y anclajes, a través de la cámara.

Climax

A la mitad del filme, tras habernos enganchado con el baile, Noé se fija en las conversaciones que mantienen los personajes y que nos dejan ver un trocito de sus vidas mientras beben sangría, lo suficiente para calar a los personajes y que la desenvoltura del relato tenga sentido. Lo cierto es que esto empieza a resultar aburrido, el filme había empezado con energía pero la fiesta empieza a decaer. Y de repente la cámara empieza a hacerse pesada, y vuelve al plano aéreo con el que había empezado el filme. Poco a poco la fiesta se empieza a torcer cuando el grupo se da cuenta de que alguien ha puesto alguna sustancia en la sangría y todos empiezan a delirar y a sacar de sí sus problemas, inseguridades, vicios y perversiones. Cada uno con sus historias. Todo se vuelve turbio, oscuro, e incluso cuando una recuerda las imágenes no es difícil volver a marearse. Noé desorienta al espectador a través de la mirada. Y cuando todo ya parecía que no podía ir a más, tras las autolesiones, alguna muerte, algún coma, alguna locura de los más extravagante, aparece una puerta abierta al final de un plano al revés, con la nieve de fondo y la policía, y el espectador encuentra el aire y el punto de fuga que necesitaba para volver a la normalidad. Por fin.

El final, muy a lo perro andaluz, acaba con –no os lo voy a desvelar- el personaje que le ha puesto la droga a la sangría, inyectándose ácido en los ojos. La mirada espectatorial ya no está cortada por un imaginario surrealista, fragmentario, donde la alegoría es el principal aliado de la Modernidad, sino que se nos incita a cuestionarnos algo sobre los tiempos que vivimos: ¿podríamos soportar esa mirada inyectada en ácido, ultradrogada, hiperalucinatoria? Desde luego, de Climax, como de las adicciones, es fácil entrar, pero no salir. A pesar de ser una película insoportable en todos sus sentidos, Noé nos pone encima de la mesa una confrontación como espectadores, que es lo mismo que decir como seres humanos, con los límites de nuestra perspectiva.

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