C’mon C’mon
Reencuentros sensoriales Por Christian Franco
La sesión inaugural del Festival Internacional de Cine de Gijón (FICX) ha sido, en ocasiones, terreno minado. Dos años atrás, la selección de un par de capítulos de una serie de Netflix, El Vecino (Miguel Esteban y Raúl Navarro, 2019-2021), desató una pequeña marejada que anticipó la tormenta tropical que asoló al festival un año después, con un artículo de pago publicado en la revista Jot Down que levantó ampollas en Gijón,1 derivando en una agria controversia política.2] Una pandemia después, calmadas ya las aguas en torno al festival, la película inaugural de esta 59.ª edición es sin duda más apropiada y, lo que es más adecuado en términos políticos, lo parece. C’mon C’mon, escrita y dirigida por Mike Mills, tiene hechuras de cine indie, se aleja de los preceptos de la comercialidad con una propuesta intimista y en blanco y negro, llega con el aval del Festival de Telluride y supone, además, el retorno del totémico Joaquin Phoenix tras su tour de force con Joker (Todd Phillips, 2019), Oscar incluido. Todo muy adecuado, todo muy medido para evitar nuevas controversias. Por añadidura, C’mon C’mon cuenta con un valor adicional que resulta de lo más conveniente, digno incluso de celebración: es una buena película.
El filme de Mills bucea en la relación entre un periodista radiofónico y su sobrino, que queda a su cargo por unos días, ampliados luego a varias semanas, a causa de una crisis familiar. Con paciencia, por momentos parsimonia, Mills va decapando ambos personajes a medida que avanza el metraje y la relación se hace más profunda. Johnny, el periodista al que encarna Phoenix, recorre el país encuestando a niños y adolescentes, preguntándoles por sus perspectivas de futuro, cultivando una desconexión analgésica con su hermana, su única familia, tras distanciarse en la agonía de su madre. Jesse, el sobrino, encarnado por el sorprendente Woody Norman, se ve abocado a convivir con poco menos que un extraño, sumido en la añoranza por una armonía paternofilial ya extinta, mientras al otro lado del país su familia se desangra.
Mills mueve la cámara con elegancia y trabaja el encuadre con acierto, aunque quizás, solo quizás, abuse un poco de los enmarcados. En las primeras secuencias, confronta a Johnny con su propio reflejo, con cristales que devuelven una mirada vaciada o espejos que remarcan la soledad latente que le embarga. A medida que su relación con Jesse se estreche, los espejos irán desapareciendo, sustituidos por la mirada limpia del rapaz. Pero lo más sugerente es cómo el cineasta utiliza el sonido para reflejar la evolución de esa relación.
Por inspiración paterna, Jesse está fuertemente conectado con la música clásica. No es casual que en dos momentos determinados del filme, en los que el niño se abre a su tío, derribando a su vez las barreras del adulto, suene el “Claro de luna” de Debussy. A través de su tío, del micrófono con el que graba sus entrevistas, el niño descubrirá otro tipo de sonidos, otras armonías: el paseo de Venice Beach, las pistas de skate en Nueva York, el Mardi Gras… A medida que su repertorio se ensanche, a través de esa conexión sensorial con Johnny, el niño irá recuperando sus coordenadas familiares y, especialmente, la conciencia de su madre, hasta el punto de redescubrirla en momentos, en recuerdos, que asociaba con su padre. Los vínculos familiares en torno suyo se irán regenerando, y el propio Johnny encontrará su lugar no como un sustituto paterno, no como un sucedáneo, sino como una coordenada diferente dentro del mundo del menor.
Todo este proceso, toda esta evolución, funciona gracias a una sólida dirección y a una excelsa labor de fotografía en blanco y negro que merece mención aparte: el trabajo de Robbie Ryan es absolutamente impecable, tanto en exteriores como en interiores. Pero sobre todo, C’mon C’mon funciona por la vibrante conexión entre Joaquin Phoenix y Woody Norman. El niño se destapa con una actuación muy intuitiva, plena de naturalidad. Phoenix, por su parte, demuestra una sabiduría total al abordar la construcción del personaje y la interacción con el resto del reparto, modulando su interpretación para empastar con el conjunto, lo que, en esta película en concreto, en la que resulta nuclear la relación entre Johnny y Jesse, le convierte casi en un segundo director en la sombra. Especialmente en secuencias de gran intensidad como el paseo por el bosque, tras comunicar a Jesse el próximo reencuentro con su madre, cuando Johnny recupera el fallido juego de la imitación para enfrentar al niño con su frustración, para guiarle en una experiencia catártica. Una auténtica demostración de poderío de un actor instalado en la excelencia.
- AYUSO, Bárbara, “Los alguien y los nadies del Festival de Cine de Xixón”, en Jot Down Cultural Magazine, diciembre de 2020. (edición online: https://www.jotdown.es/2020/12/los-alguien-y-los-nadies-del-festival-internacional-de-cine-de-xixon/) ↩
- Como muestra, véase PELÁEZ, Ignacio, “La oposición en bloque exige un consejo extraordinario de Divertia por el FICX”, en La Nueva España, 21 de enero de 2021. [Versión online: https://www.lne.es/gijon/2021/01/21/oposicion-bloque-exige-consejo-extraordinario-29621321.html ↩