Cobertura Festival Málaga. Día 2
Carmina y amén, 10.000 noches en ninguna parte, A escondidas Por Jose Cabello
Siete años es el tiempo que ha tardado en gestarse el segundo largometraje de Mikel Rueda, A escondidas (2014), una obra que se ha visto forzada a prolongar su espera debido a las dificultades que encontró en la senda de la producción. Mikel Rueda gira ciento ochenta grados tras Estrellas que alcanzar (Izarren Argia, 2010) para retratar el drama de dos adolescentes homosexuales que comienzan a citarse en clandestinidad, ausentándose del núcleo pandillero de instituto que no logra comprenderlos. A escondidas inicia la segunda jornada del Festival de Málaga, formando parte de la Sección Oficial a concurso.
La inmigración y la homosexualidad, ambas conectadas con la presión social a la que es sometida un adolescente por su entorno, son los puntos sobre los que gira A escondidas. Una vez expuestos, la película se va despojando de capas para trazar una especie de desventura callejera a ninguna parte donde la ciudad de Bilbao funciona como el hogar de los dos chicos. Desechando regocijarse en el ambiente marginal del personaje marroquí y esquivando los obstáculos del habitual paternalismo sobre la inmigración, Mikel Rueda desatiende el conflicto originado entre lo establecido y la transgresión de la norma, y se niega a descender a la esencia del rechazo social que están viviendo los protagonistas, dándole la espalda para, en su lugar, agarrar de un manotazo cualquier romance estándar y empujarlo dentro de A escondidas.
El estilo de narración fractura la linealidad y juega con el espacio-tiempo, desgranándose a caballo entre sucesos presentes y pasados. No obstante, lo ingenioso del proceso de montaje ni suma ni resta, no aporta nada en la evolución del argumento. Además, el planteamiento parte ya con defecto de fábrica cuando apuesta por una mirada de la homosexualidad totalmente condescendiente con el otro lado de la pantalla, no vaya a ser que alguien se incomode con el amor de estos dos menores de edad.
A escondidas
En el otro extremo, lejos de los tímidos pasos de A escondidas y compitiendo también por el premio a Mejor Película en la Sección Oficial, se posiciona lo políticamente incorrecto. Carmina y amén (Paco León, 2014), la segunda parte de esta particular recreación del devenir diario de Carmina, se centra en la repentina muerte de su marido. Paco León utiliza el ritual de la muerte, desde el velatorio hasta la sepultura, pasando por los momentos en los que la familia debe asumir la pérdida, para burlar, con una simbología propia del sur, lo macabro de tales situaciones, no tan alejadas de lo cómico, y criticar, tal vez homenajear, los tópicos, los hábitos y el folclore andaluz. Al mismo tiempo, Carmina y amén farfulla sobre lo vergonzoso de una realidad política y social que, a través de Carmina, diosa de lo grotesco, recrea momentos repulsivos para los más adictos al protocolo.
El humor negro de Carmina y amén supera la idea original de Carmina y revienta (Paco León, 2012) al no explotar, como único elemento para el entretenimiento, la ordinariez jocosa de Carmina, y trasladar la comedia a un estado mucho más puro, con gags tan extravagantes como la mención a Lady Gaga. Otro ingrediente fundamental que contribuye a que la secuela destaque por encima de la idea primera, es la humanidad que el personaje de Carmina adquiere en esta segunda revisión, eliminándose los restos de cuadro de Botero que la primera versión amparaba. Los vecinos del bloque de Carmina refuerzan una perspectiva más global en la vida de la familia Barrios, cierran el círculo y logran atesorar gran parte del contenido de la obra teatral de Federico García Lorca, La casa de Bernarda Alba.
Carmina y amén
De los cinco estrenos especiales que aloja el Festival de Málaga este año, el primero en llegar es 10.000 noches en ninguna parte (Ramón Salazar, 2013), tercer largometraje de Ramón Salazar, un director caracterizado por conseguir capturar en sus películas historias casi marcianas, fuera de lo común, contadas bajo un marco conceptual que les da ese toque de proximidad y las convierte en cercanas. 10.000 noches en ninguna parte es el viaje interior de un hombre marcado por una vida monótona y gris, y un trauma invisible. Un hombre de unos treinta años que trabaja como portero de un garaje en el que nunca entra ni sale nadie. Un hombre inmerso en la nada que comienza a reinventar sus noches cuando su alcohólica madre reaparece en casa.
El viaje recorrerá Madrid, París y Berlín para combatir la ingenuidad que transmite Andrés Gertrúdix, trasladando una mezcla de desazón e inocencia de un personaje perdido que no ha sabido sobreponerse a sus problemas familiares. De ahí la búsqueda constante de otro núcleo que divida la carga que lleva a sus espaldas, otra familia, entendiendo la primera parada, París, como la posibilidad de crear una nueva familia entorno a la pareja tradicional, chico y chica, y una ciudad como París para vivir su idilio. El sueño no parece funcionar y la siguiente parada del viaje es Berlín, una ciudad que parece obsesionar a los que buscan la modernidad como seña distintiva y que ofrece al errante protagonista la solución, transitoria, para calmar sus demonios internos: el nuevo concepto de familia. Una relación de tres. O más.
En un entorno casi bucólico, donde Nawja Nimri no podía ser otra que una pintora de buhardilla bohemia, todo son risas, abrazos y buen rollismo modo on. ¡Qué fácil es que desaparezcan tus problema cuando somos más de dos! O eso parece gritar 10.000 noches en ninguna parte, que se enreda en sí misma y no ve más allá de su ovillo, atestiguando que la discontinuidad del rodaje ha mellado su resultado final.
10.000 noches en ninguna parte
El deambular por una ciudad sin adaptarte plenamente a ella es también la base de Tiburón (Tubarão, Leo Tabosa, 2014), uno de los cortometrajes de documental a competición. Tubarão, palabra portuguesa que en castellano significa tiburón, recoge cómo uno de los componentes de una pareja homosexual lucha por dotar de sentido su día a día tras la pérdida del otro. Una nueva realidad que le sobrepasa y que intenta aderezar con uno de sus hobbies: grabar encuentros sexuales entre hombres en distintos baños públicos de la ciudad. Peligroso hobby. Distracción que no es más que un reflejo de las distintas preocupaciones que turban la cabeza de este ciudadano Norteamericano que emigró a Brasil. Con tan solo trece minutos y sin regodearse en el drama, el cortometraje esboza un dilema importante, aunque la curiosidad del espectador no se ve saciada y exige un poco más de duración.
En el país vecino de Brasil, Venezuela, dentro las comunidades agrarias de los Andes, las tasas de suicidio adolescente son preocupantemente altas. El silencio de las moscas (Eliezer Arias, 2014), a través de las reconstrucciones y testimonios de las diferentes familias que han sufrido esta tragedia, pretende analizar qué ocurre en estos pueblos. El nombre del documental hace referencia a uno de los instrumentos, el silencio, con los que explica lo abatido de los habitantes que surcan estas remotas aldeas, a la vez que se emplea como recurso en la película. Eliezer Arias, el director, graba los recuerdos convertidos por los familiares en palabras y decide que una voz narre en off mientras la cámara recoge los diferentes gestos de la persona que habla, elaborando así una memoria del dolor.
El paisaje, como un personaje más, contrapone lo majestuoso de la naturaleza con lo desgarrador del Hombre y, sutilmente, deja entrever la desolación y el aburrimiento de los adolescentes que no encuentran quehaceres en el limbo de valles y montañas. La distorsión entre un relato y el siguiente, configura el principal freno para ser partícipe de El silencio de las moscas, provocando el aturdimiento de aquél que quiera hilar cada caso.
El silencio de las moscas
Por último, en Territorio Latinoamericano, fue proyectada la uruguaya Rincón de Darwin (Diego Fernández, 2013). Una road movie con tres actores masculinos de diferente generación que pretende reconstruir, o reinterpretar, de una manera más laxa y amparándose únicamente en la edad como objeto de estudio, la Teoría de la Evolución de Charles Darwin. Gastón, Beto y Américo, de más a menos joven, comparten un viaje en furgoneta cuando el primero de ellos hereda, tras la muerte de su abuelo, una casa en Rincón de Darwin. El pueblo adquiere el nombre en 1833 cuando Charles Darwin fue capaz de conectar los fósiles de animales marinos con una zona que ya carecía de agua, para enunciar así una parte fundamental de la Teoría de la Evolución.
Si Gastón es un obseso de tecnología, Beto, el hombre de mediana edad, es el más templado y Américo el más nostálgico, pero los tres comparten una mirada hacia otro tiempo que no es el presente. La reflexión de Rincón de Darwin ocupa el lugar común de las tres diferentes edades del hombre y no ahonda en las diferentes problemáticas y preocupaciones intrínsecas a cada etapa vital. En el transcurso del viaje, varias averías del vehículo parecen retrasar la llegada al pueblo, pero son las discrepancias entre los tres el verdadero motor de la demora del tiempo, algo de lo que ellos no parecen ser conscientes.