Coco

Las dos películas de Pixar Por Samuel Lagunas

Todo indica que no hay mejor forma de hablar de México si no es desde la muerte (así: personalizada y feminizada, en forma de calaca, calavera, parca, huesuda). A la muerte nos la comemos en dulce y la ponemos en museos, la veneramos, le tememos, la abrazamos, nos burlamos de ella. Pienso en el poema más celebrado de la primera mitad del siglo XX: “Muerte sin fin” de José Gorostiza; en él, el poeta seduce a la “putica del rubor helado”, la acepta y se va con ella. Pienso, después, en la obra narrativa más icónica del siglo XX mexicano: Pedro Páramo escrita por Juan Rulfo y publicada por vez primera en 1955. Allí Comala es un pueblo de muertos donde el protagonista (alerta de spoiler) no tarda en descubrir que él también está muerto. Son cadáveres suspendidos en un limbo a causa de sus culpas y de sus pecados. Rulfo dijo que lo que él quería hacer era un cuento de fantasmas, como los que se escribían en Estados Unidos, sólo que situado en México. Y lo logró. Fue su única novela y con ella dejó su nombre grabado en las cimas de la literatura nacional. Sus personajes son muertos que recuerdan su vida y descubren su destino. Son seres que deambulan entre el polvo, el calor y todos sus resentimientos. Entre ellos está Juan Preciado buscando a su padre, un tal Pedro Páramo. La novela puede ser, al menos, dos historias: una representación del declive del México rural posrevolucionario y, simultáneamente, el cuento de fantasmas que quería Rulfo. Luego pienso en Coco, la película más reciente producida por los estudios Pixar y estrenada en México —inusitada excepción— un mes antes que en Estados Unidos y el resto del mundo. Coco también es, al menos, dos películas: la que vemos en México y la que verán los niños chicanos en Estados Unidos: los que nacieron allá y ya casi no hablan español, ni oyen boleros, ni música ranchera, ni son católicos, ni les gusta Cantinflas, ni vieron películas del cine de oro, ni creen en los Reyes Magos, ni celebran el Día de Muertos, y mucho menos les interesa regresar al pedazo de tierra que aún atesoran sus abuelos acá en México: los pochos, como a veces les decimos.

 Coco Pixar

La primera película, la que vimos y estamos viendo en México, tiene la forma de un homenaje. Coco nos cuenta la historia de la familia Rivera. En un excelente prólogo animado sobre papel picado vemos la historia de Imelda y su esposo, quien siguió sus sueños de convertirse en un músico famoso a costa de alejarse de su mujer y de su pequeña hija Coco. Él nunca volvió e Imelda se encargó sola de la crianza de la niña y, para sostenerse, aprendió a hacer zapatos, oficio que legó a su hija, a sus nietos, a sus bisnietos, y así, sucesivamente, hasta llegar a Miguel, quien a los 12 años se encarga de bolear zapatos en la plaza principal, pero guarda en su interior un anhelo muy distinto: ser músico. Miguel tiene un ídolo personal: Ernesto de la Cruz, el cantautor más famoso de toda Santa Cecilia. En la mañana del Día de Muertos, Miguel se entera de un concurso de talentos que habrá en la plaza principal y lo ve como el momento perfecto para comenzar a realizar su sueño. Sólo que debe, con ello, oponerse al rechazo expreso que toda la familia tiene a toda forma de sonido melódico y armónico y deberá, también, remplazar la celebración familiar del Día Muertos por un show musical.

Lee Unkrich, director de Coco y de la inolvidable Toy Story 3 (2010), cuenta que cuando vivió un 2 de noviembre en Oaxaca, quedó encantado con los altares que las familias ponen para recordar a sus muertos: el camino de flores de cempasúchil que atraviesa todo el patio y que guía a las almas hasta los platos de su comida favorita ya dispuesta junto a sus fotografías. Esa fascinación se hace patente en la cuidadosa y ampulosa animación que, efectivamente, recrea la luminosidad y vivacidad de las ofrendas, así como el espectáculo de claroscuros que se vive cada noche del 1 y del 2 de noviembre en los cementerios mexicanos. No es errado decir que técnicamente es hasta ahora la película mejor animada que han conseguido los estudios Pixar; especialmente, cuando nos detenemos en el detalle del rostro anciano de mamá Coco, la bisabuela de Miguel, una mujer cuya memoria se encuentra en vilo, amenazada por el deterioro de su cuerpo y a poco tiempo de desbaratarse en la amnesia.

En su aventura, Miguel descubrirá que las tradiciones no son sólo eventos folklóricos, sino que poseen una vida que une a la familia sin importar si se está vivo o muerto. Por una travesura, Miguel se adentrará al mundo de los difuntos donde conocerá a sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos y donde intentará encontrar al adorado por todos Ernesto de la Cruz. En ese viaje, en compañía de su perro xoloitzcuintle Dante, conocerá a Héctor, quien lo guiará a través de ese festivo escenario plagado de alebrijes y personajes icónicos de la cultura mexicana de la primera mitad del siglo XX: Frida Kahlo, Mario Moreno “Cantinflas”, Pedro Infante, Jorge Negrete y el legendario luchador “El Santo”. Al final, Miguel y su familia aprenderán que, aún a pesar de la muerte, mientras haya memoria, habrá vida y que la mejor manera de honrar a los que ya no están es no olvidándolos.

Coco 2017

El argumento de Coco y la manera en que la historia avanza se encasilla en lo habitual, especialmente en su primera parte. Una vez que la película da una vuelta de tuerca, se precipita intensamente hacia el emotivo y conmovedor desenlace que tantos elogios ha merecido por parte del público. Ésa es la película que vemos en México: una casa que comparten miembros de varias generaciones; una historia de padres ausentes, de madres que lo dan todo por sus hijos, de familias que no olvidan a los que les precedieron, de niños que luchan por cumplir sus sueños; una cinta plagada de referencias a iconos de la cultura popular con los que es muy fácil identificarnos: una historia de nosotros, al fin y al cabo. Y verse reflejados en una grandilocuente pantalla es casi siempre un halago.

La otra película es muy distinta. En principio, porque está hablada en inglés salvo en las canciones, donde alternan español e inglés, tal y como ocurre en uno de los temas principales: “The world es mi familia”. Esta película se parece mucho al corto que presentó en 2015 Pixar sobre un niño indio que vive en Estados Unidos y que aprende que en su religión están sus verdaderos superhéroes. Me refiero a Sanjay’s super team (Sanjay Patel, 2015). El corto es una reconciliación con los padres y con sus tradiciones desde una perspectiva multiculturalista, donde la diversidad se circunscribe a la aglutinación de guetos que conservan sus propias costumbres pero que no conviven realmente entre sí. Coco es, en ese sentido, más de lo mismo. Sólo que ahora los destinatarios son otros niños (sí, especialmente niños, porque en la cinta sobresalen en la superficie los personajes masculinos, aunque quienes sustenten la dinámica historia sean los personajes femeninos: igual que en muchas familias mexicanas).

Coco 2017 Pixar

Más que una carta de amor a México, Coco es un documento envenenado: por un lado, incentiva la recuperación de tradiciones locales en una generación de niños que cada vez se sienten más lejos del país de sus padres y más cerca de Estados Unidos; pero, por el otro, refuerza la imagen de la frontera y crea una ilusión de convivencia que pretende ir más allá de la familia, pero que no deber salir de ella. Sí, podemos cantar “The world es mi familia”, pero lo que se debe hacer es permanecer atados. Es, de nuevo, la reclusión del migrante en un limbo identitario zanjado por la realidad del muro divisorio, y, más aún, la imposición de la tradición como forma de (re)colonización cultural. Coco, en este sentido, se aleja de la historia emotiva y conmovedora que vemos en México y se acerca más al perverso monstruo con el que los padres mandan a dormir a sus hijos : ése que te quitará la libertad de elegir y de soñar, que te dirá lo que debes recordar, conservar y lo que no, que en una palabra “te comerá”. Coco no tendría ya como personaje central a la mujer anciana que se reconcilia con la memoria de su padre sino al fantasma de Ernesto de la Cruz que se ha enriquecido a costa del despojo y de la aniquilación de los demás y que pretende regresar, en tiempos de Trump, con una cara que, ostentosamente, hace gala de su poderío retórico y tecnológico. Coco es también, y sobre todo, esa película.

TRAILER:

 

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Comentarios sobre este artículo

  1. Jessica dice:

    Acabo de ver Coco y me ha parecido una bonita película. No soy mexicana, no conozco ese país, pero creo que sus tradiciones son tan llamativas que siempre prefiero disfrutar de cómo las retratan en el cine a pensar en que puedan ser un cliché, también creo que su cultura es infinitamente más rica que la estadounidense, por lo que no me lamento de que los del norte se nieguen a asimilarla con normalidad. Me gusta la filosofía que tienen con respecto a la muerte, y la fuerza que eso le da al mantenimiento de sus tradiciones, a su cultura. Creo que la película lo retrata muy bien.
    Puedo entender que tratándose de una producción estadounidense que acostumbra hacer sus películas en inglés aun estando ambientadas en un país con otro idioma, esta no haya sido la excepción. Me parece muy acertada la analogía entre Trump y De la Cruz, bastante válida para estas épocas, aunque de verdad espero que los “pochos” no tengan que ver necesariamente esa “segunda película” sino que, al igual que mamá Coco, puedan sentir el “recuérdame” que cantan sus raíces, a pesar de estar sumidos ahora en una extraña confusión y amnesia. Y que puedan retomar sus tradiciones como Miguel la música, aunque ya hayan pasado varias generaciones. De verdad me alegraría saber que el retrato de Héctor sigue luciendo aunque sea en un hogar de Texas.

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